Capitulo Único

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Escrita por Leia

Ilustrada por Barby

Martín llegó cansado del colegio. Tiró la maleta descuidadamente en la sala y se aflojó la corbata, anunciando en voz alta que había llegado.

––Estamos en la cocina, querido ––respondió su madre, con la voz muy animada.

“¿Estamos?”, se preguntó Martín, “¿Quiénes?”. Se dirigió a la cocina y escuchó la risa pícara de su madre y…

––Ay, no… ––esa voz. Esa voz que le daba escalofríos incluso antes de ver los cabellos azules y la sonrisa ladina.

––Hiro ––murmuró entre dientes, sintiendo la rabia trepando por su cuerpo. ¿Cómo había llegado antes que él? ¿Cómo se las había arreglado para entrar y ponerse a cocinar con su madre? Eso no podía terminar nada bien.

––Martín, lindo, ¿por qué no me habías presentado antes a Hiro? Es un chico tan divertido y muy amable. Me ayudó a terminar la cena de hoy ––la señora caminó hasta el refrigerador y sacó de él un pote de postre.

––¡Mira, flan! Hiro lo hizo especialmente para ti. Adivinó tu postre favorito. Eso es tan lindo.

Martín río sin ganas, temblando al ver la sádica sonrisa de Hiro. “Bonito día para llegar con hambre”.

æææææ

Aún faltaba algunas horas para la cena, así que la señora había insistido en que Hiro le dejara la cocina a ella y fuera a jugar con Martín. Hiro había tratado de rehusarse, en un acto de cortesía (falsa, como bien sabía el rubio). Martín incluso estaba más que dispuesto a ser esclavo de su madre a quedarse a solas con el de pelo azul, pero cuando Rosa decidía algo, ni todos los demonios del infierno podían hacerla cambiar de opinión. Por lo que, Martín había terminado encerrado con Hiro en su habitación. El chico no dejaba de mirarlo intensamente, con esa sonrisa de oreja a oreja que le recordaba al gato Cheshire de la película de Alicia. Otro escalofrío había recorrido su espalda.

Hiro se había sentado en su cama y dado unos golpecitos al costado, invitando a que Martin se sentara a su lado.

––¡Diablos, no! No me sentaré a tu lado. ¿Qué haces en mi casa? ¡Maldito acosador! ¡Me seguiste!

––Oye, oye… No te seguí a tu casa. Estaba aquí antes, ¿recuerdas? ––Hiro se defendió, poniendo las manos en alto. Y había muchas cosas que Martín podía reclamar, preguntar y denunciar, pero sabía que todo era en vano. Hiro siempre se las ingeniería para parecer inocente. Como si todo fuera una jodida coincidencia.

Esa pesadilla con Hiro había empezado hacía dos meses, cuando el chico había llegado de intercambio por lo que quedaba del año. Al principio, el oriental ––ya que Hiro es japonés–– era más bien tímido. No hablaba mucho con nadie y parecía no encajar. Fue en ese momento en que Martín, algo aficionado a la cultura japonesa ––léase, manga y anime––, había decidido acercarse al chico y ayudarlo a ambientarse. Gran error. No había pasado mucho antes del que el callado chico del sol poniente descubriera su verdadera naturaleza.

Al principio, todo parecía inocente. Extraño, pero inocente. Hiro había empezado a sacarle fotos en diversos escenarios, le pedía hacer ciertas poses, nada realmente raro. El chico podía pasar con excéntrico aficionado a la fotografía y su musa era nada más y nada menos que Martín. Porque era lo único que el chico fotografiaba. Cuando Hiro lo había invitado a su casa y le había suplicado que hiciera una prueba de vestuario, Martín había aceptado. Rojo de la vergüenza y muy incómodo, había posado para el otro repitiéndose una y otra vez que “todo se debía a la barrera cultural”. Sólo cuando había sacado el vestuario de criada francesa, con encajes blancos y una falda extremadamente corta, Martín había entendido que no era una cuestión cultural.

Killer flan!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora