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—¿Esto va en serio? —pregunté a Rachel en un susurro.

Estábamos en el patio de la escuela, formando como un ejército en una hilera, mirando todos hacia Florine, que estaba parada justo delante del bosque. Tenía un conejito blanco en las manos y le marcaba la tripa con un rotulador negro. Justo antes había explicado el ejercicio que íbamos a realizar.

Al parecer, pensaba soltar al conejo entre los árboles, el primero que diese con él, se ganaría una copa de sangre extra (que era motivacional, más que nada). Le pintaba para que nadie hiciera trampas. Un dibujo que reconocería ella o algo parecido.

Yo estaba sorprendida y emocionada a partes iguales. ¡Íbamos a internarnos en el bosque, en medio de la noche cerrada! El patio estaba iluminado por antorchas y luces, como siempre, pero más allá de los árboles no se debía ver nada. La luna estaba creciendo, en unos días más habría luna llena, pero como estaba oculta bajo unas nubes espesas, no podríamos contar con ella para diferenciar nada entre los pinos. Tendríamos que movernos con nuestros instintos aguzados al máximo.

Vamos, adrenalina y emoción en estado puro.

—¿Por qué no le preguntas a tu nuevo amigo? —me respondió Rachel.

Yo casi me había olvidado de la pregunta que le había hecho, pero miré la cara cabreada de mi amiga, que miraba los árboles para no girar la vista hacia mí. Sabía que estaba mosqueada, porque me había sentado con Nick para el desayuno y la cena. Y, para colmo, Deirdre le había quitado la copa. Yo le había ordenado al rey que se la devolviese, pero ella se la había bebido de un trago, me había tirado la copa a los pies y se había largado.

Estaba claro que a nadie le estaba haciendo mucha ilusión los cambios por allí. En cualquier caso, Rachel estaba enfadada conmigo y, por algún motivo, me importaba mucho más que Deirdre. Al igual que Enkar, Rachel había sido buena conmigo y me dolía que el vínculo entre nosotras también se hubiera debilitado por culpa de Nick.

El maldito rey solo había necesitado un día para romper mis relaciones sociales con las tres personas que había intimado en mi primer día en la fortaleza. Y dolía. Le miré, porque estaba a mi otro lado y él me dirigió una sonrisa oscura llena de promesas. Que guapo y peligroso era el condenado.

—¿El conejo se come? —le pregunté, porque Rachel no parecía por la labor de charlar conmigo. Ya se lo explicaría a solas.

—¿El conejo? —Nick alzó las cejas oscuras—. Qué asco.

—Es sangre, ¿no? —me disculpé, algo incómoda.

—Sí, pero limítate a la humana —se rio un poco.

Florine le dio el conejo a su ayudante, una vampira a la que apenas pude ver, porque llevaba una capucha y no se la quitó en todo el tiempo. Ella se internó entre los árboles con el animal y supuse que iba a asegurarse de alejarlo de nosotros un poco, para que no se quedase entre los primeros árboles.

—Cuando uno venga con el conejo apropiado, tocaré la campana. Es la señal para el resto de volver —explicó Florine, moviendo una campanilla que llevaba en la mano—. Si en diez minutos desde que suene la campana no estáis todos aquí, tendréis problemas.

—¿Qué clase de problemas? —pregunté más alto de lo que pretendía.

—Mejor no lo compruebes —replicó ella algo borde.

—Es que a veces no oigo las cosas —me exculpé.

—¿Me ha tocado entrenar a la vampira defectuosa? Procura escuchar, pon todos tus sentidos en lo que estás haciendo. Vamos, empezad. —Dio una palmadita en el aire y la mitad de los vampiros salieron corriendo entre los árboles.

Crónicas de Morkvald: Luna de Sangre #1 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora