Capítulo 27. Limbo

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Los días se sucedieron como el líquido tortuoso de un gotero atado a un enfermo terminal en un hospital. A medida que corrían los minutos, las horas y los días sin ningún rastro de Diego, se sentía como una micro tortura más.

Sin embargo, hay un momento en que se pacta con el dolor. De lo contrario es imposible abrir los ojos cada día. El cerebro busca esperanza en donde no la hay para sobrevivir.

La policía buscó en cada lugar de Amsterdam pistas de un Diego que parece haberse esfumado como un fantasma, como si nunca hubiera existido. Al punto que mi mente varias veces intentó hacerme creer que podría estar loca, como si Diego hubiera sido un invento precioso de mi mente, una expresión poética de mis fantasías literarias.

Pero no, en mis manos tengo su ropa, todavía quedan rastros del olor a pradera de su perfume.

Luciana y Eneas se quedaron junto a mí hasta hace un par de días. Habíamos pasado más de veinte, sin encontrar absolutamente nada. Es extraño, porque no encontrarlo vivo ni muerto no permitía seguir, ni siquiera empezar un duelo.

Sus padres llegaron a los dos días de haberse confirmado la búsqueda y también me acompañan. Su madre, Alma, está desesperada. Perder a alguien de esta manera es realmente imposible de describir. Estar desaparecido, es una siniestra jugada del destino, como si éste ignorara su existencia de una manera cínicamente cruel.

Antes de que Luciana y Eneas partieran, decidimos juntarnos a cenar una noche los tres, intentando detener de alguna manera el avance del horror diario de la búsqueda sin resultados. Ellos definitivamente ya no estaban juntos a juzgar por sus actitudes, no se hablaban.

Fuimos a un Bar que había marcado Diego en la hoja de ruta de nuestro viaje para hacerle honor, con la esperanza infantil de encontrarlo allí.

Era pintoresco y bohemio, como él.

Allí había recuerdos de músicos emblemáticos de todo el mundo. El local decoraba sus paredes con fotos y notas que habían ido donando los artistas que lo visitaron a lo largo de los años. Colgaban también del cielorraso miles de objetos kistch recolectados en viajes por diversas partes del globo.

Un perfume de cannabis parecía confundirlo con un coffeeshop, a pesar de que allí no había nada de ello.

Sonaba un tema de Nirvana de fondo y era como viajar en el tiempo. Recordé que juntos con Diego descubrimos esa maravillosa Banda de los noventa, reviví cómo nos enamoramos de sus melancólicos temas y también cómo entristecimos con el trágico desenlace de Kurt Cobain...

Una lágrima descendió por mi pómulo intentando desembarcar la tristeza que habitaba en mi interior pero un dedo la detuvo.

—Lo vamos a encontrar... no hay opción. —La gravedad de la voz de Eneas imprimía seguridad a la sentencia.

El contacto de sus manos con mi rostro encendió el calor de recuerdos cercanos, a pesar de extraña sensación de estar los tres juntos, con Luciana a un costado observando la escena. No olvidaba todo lo que había sucedido entre nosotros, como tampoco la situación dramática que estábamos viviendo.

—Claro que sí —reafirmó Luciana sobriamente.

Vestía completamente de negro, como si fuera una viuda.

—Quiero creer lo mismo chicos, Diego no es un suicida...—Mis propias palabras dejaron un eco horroroso ante el escalofríante gesto de ambos.

—Estaba absolutamente drogado —Hice una pausa pensativa y continué —. A pesar de que vivimos situaciones extremas en este club, no podría creer que haya tomado semejante decisión... Diego no es así.

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