Capítulo único

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Nunca debieron comenzar a vivir juntos

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Nunca debieron comenzar a vivir juntos. Koala lo sabía con certeza después de ver los resultados con sus propios ojos. Sabo había heredado una vieja mansión tras la muerte de un tío del que ni siquiera conocía la existencia, por lo que pareció un buen momento para proponerle vivir juntos. Obviamente, tendrían que encargarse de la restauración y la nueva decoración del lugar, pero no era nada que en un rastrillo no pudiesen encontrar para rebajarles el costo final.

La casa estaba a kilómetros de cualquier ciudad y lo más cercano a ella era un pequeño pueblo en el que, con algo de suerte, encontrarías un estanco y un bar viejo y lúgubre. A Koala no le hacía especial gracia el lugar, pero sí que admitía que el poder redecorar completamente una casa después de tragarse tantos programas de la tele de reformas la emocionaba.

Y vaya si le hacía falta una buena reforma... La primera palabra que venía a la mente una vez alguien divisaba la mansión era "Edgar Allan Poe". Y sí; aquello contaba como una sola palabra. Casa de tres o cuatro pisos, arquitectura del gótico flamenco, finca interminable sin podar, bosque de álamos y cipreses, río lleno de barro y algo que no supo identificar pasando a su lado... Obviamente allí no habría Wi-Fi.

Cuando por fin consiguieron entrar y dejar el coche en una especie de garaje sin puerta principal, Sabo y Koala compartieron una mirada de resignación.

—Siento mucho haberte involucrado en esta empresa desesperada.

—Oh, no te preocupes, Sabo. De todas formas, no me gustaría que estuvieses solo en medio de la nada. Y si le añadimos que eres incapaz de centrarte en nada más de una semana, quizá me tendría que pasar años esperando a que terminases el trabajo.

—No puedo argumentar nada contra esa lógica —Y el joven se rio de forma suave y dulce. Todo en él le recordaba a un pájaro majestuoso. Ni siquiera su risa era capaz de ser contenida por el viento, derramándose a su alrededor y bañando el entorno de aquellas plumas de luz que brotaban de sus pasos.

Ahora comenzaría la peor parte: la evaluación de daños. Las cortinas estaban podridas, las luces no funcionaban, el sótano estaba inundado por una fuga de agua y el tejado y el techo del tercer piso estaban destrozados por varias partes, pero no era nada que no se pudiese salvar. Los primeros días fueron tranquilos y fríos, con aquella humedad que entraba por las ventanas de una sola hoja y la madera vieja. Koala y Sabo pasaban las noches enrollados entre mantas, brindándose todo el cariño y calor posible para poder dormir con mayor facilidad. Aquella experiencia incluso estaba fortaleciendo su amor, pero aquello no duraría para siempre.

—¿No te dije que pusieras las tablas al lado del granero, Koala?

—Y es lo que hice.

—Me da que no. ¡Las dejaste cerca del maldito río y los castores han ido a por ellas!

Pocas veces en su vida había visto tan irascible a Sabo sin haber una causa social de por medio. Con la camisa de cuadros mal enguantada en sus vaqueros y las botas de montaña que llevaba, parecía un auténtico residente de aquel pueblo. Lanzó la caja de herramientas al suelo y se giró para señalar aquel lugar donde se suponía debía estar todo.

Primitivo; SaboalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora