De vuelta a casa

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Michael acababa de salir del aeropuerto.
Acababa de llegar de Nueva Orleans a Londres. Hacía un sol de mediodía bastante fuerte en contraste a la luna americana. Había cojido el vuelo de las nueve y media y había dormido casi todo el viaje para no pensar en lo que le esperaba.
Tenía la cara pálida.
Estaba bastante cansado y desorientado y, todavía sufriendo las consecuencias del jet lag combinado con el calor y los nervios, le vinieron unas grandes ganas de coger el siguiente avión para Nueva Orleans y volver mientras potaba de camino en el avión.
Pero se convenció a si mismo que era la hora de afrontar lo que estaba por venir, así que hizo tripas corazón, se aguantó el vómito y bebió un poco de agua de una botella que había comprado.
A continuación sacudió la cabeza, se peinó el pelo marrón hacia atrás, se puso bien las gafas de sol y paró un taxi.

Ya en el taxi, le dijo al hombre la dirección dónde quería ir y sacó un papel arrugado del bolsillo de su chupa de cuero. Se concentró en el contenido del papel y se puso a repasar su plan en silencio.

Fue un trayecto corto, y cuando el taxi se paró, Michael le pagó al buen hombre y se bajó acompañado de una  pequeña maleta de ruedas de color verde apagado que ya estaba un poco desfasada.
Cuando se bajó se encontró de frente con un edificio enorme bastante nuevo, era un restaurante.

Inspiró profundamente, se ajustó la chaqueta, la camisa y los tejanos, se arregló un poco el pelo, se levantó las gafas revelando sus ojos verdes y se miró en la cámara de su teléfono para comprobar que estaba bien afeitado y bien arreglado.
Apretó con fuerza la maleta y se decidió a entrar en el establecimiento.



Dear MikeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora