Es domingo, de noche y hace frío. Por fin me convencí de salir a caminar para despejar la cabeza; cierro la notebook, busco los auriculares, una campera, la billetera y el celular, los encuentro y descubro que da igual si el teléfono está en modo avión o no, y que la billetera hoy solo es un portadocumentos, y entonces, sonrío dos veces; primero de risa y después de tristeza. Agarro las llaves y salgo del hostel dejando que la música me dé alguna dirección.
Es domingo, de noche, hace frío y el sonido de las campanas de las veinte treinta me despertó, y las ganas de tomar café me levantaron, no sé por qué, si el café que preparo no me gusta, le falta espuma, y también odio el ruido de la cuchara golpeando la taza como para batirlo. Me pregunto si en esta ciudad -que parece más pueblo que ciudad-, habrá alguna cafetería abierta a esta hora. Decido salir a caminar y revisar, pero antes, busco los puchos, la billetera, y dejo el celular cargando.
Camino sin dirección mientras los piojos me preguntan al oído si será la vida que siempre nos pega un poco. Afirmo con la cabeza siguiendo el ritmo mientras pateo una piedrita hasta llegar a una plaza donde decido sentarme en un banquito, en frente hay otro banquito vació y pienso qué lindo sería tener una taza de esas térmicas con café y disfrutar las pecas del cielo con alguien. Sin embargo, soledad.
Hace casi una hora salí de casa, camino y disfruto de cada paso. El café ya lo olvidé hace más de un kilómetro porque ahora estoy andando, y yo amo andar, aunque debo confesar que la noche me da algo de miedo y preferiría caminar acompañada. Llego a una plaza y en el medio veo la silueta de una persona sentada en un banquito y mirando su celular con un banquito vacío en frente, parece estar triste, entonces, tomo coraje y decido acercarme.
Sé a dónde quiere ir no, Cuando estés acá no, En el limbo no, Spaghetti del rock no… Chance sí. Junto fuerzas para levantarme mientras buscaba una canción que me empiece acompañar de regreso al hostel. Me levanto, suspiro y camino domando el llanto, sin sentirme tan solo gracias a la música. Yo creo que las canciones nos ayudan a decirle al cielo las cosas que tenemos guardadas, nuestros sueños y nuestras pesadillas. Camino.
La silueta va tomando color a medida que me acerco, quizás quiera acompañarme a buscar café. Lo veo levantarse, y pienso que quizás esté esperando a alguien, se aleja y me arriesgo a hablarle. -“Disculpá ¿Tenés fuego?”. Ni siquiera se dio vuelta, quizás no me escuchó, quizás me ignoró, ya no importa. Me siento y pienso que hubiese sido lindo disfrutar las pecas del cielo con alguien.
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Es jueves por la noche y hace frío. Lo sé solo por mis manos que tiemblan casi tanto como las ventanillas de este viejo colectivo que, ahora mismo, me lleva al barrio del hostel. Aún no me animo a decir mi barrio, porque no crecí allí… Tarareo en mi cabeza una y otra vez alguna canción que me distrae de todo excepto de las ganas de encontrar un abrazo.
Es jueves por la noche y hace frío en la parada del colectivo que veo llegar. Lo sé porque al humo del pucho lo acompaña el humo del aliento. También me tiemblan las manos, no sé si de frío o de ganas de abrazar. Tiro el pucho, me bajoneo pero igual sonrío y subo aparentando estar contenta. ¿Cuánto es?…
El colectivo frena. Sube una chica que trae consigo una sonrisa que me obliga a sonreír a mí. Pero hubo algo en su Cuánto es que descubrió su tristeza. A veces el resto de los sentidos le recuerdan a la vista que hay cosas que son y cosas que aparentan. Ella se sentó delante de mí y supe que además de sonrisa traía tristeza, me dio la espalda, y sentí cómo el olor a tabaco no podía esconder su perfume. Quise hablarle para hacerme notar pero sacó sus auriculares de la mochila y los conecto, y supe notar que sonó La canción de Callejeros. Sonrío, después la música disminuye y ahora ya no puedo saber que escucha. Me pregunto qué significará esa canción para ella. Llego el momento de bajar y voy por la puerta de adelante. — ¡Parada!, digo, antes de bajar la miro, la veo bien, es hermosa. Y ahora si bajo.
El colectivo viaja algo lento y me da un poco de sueño, entonces, para no dormirme saco los auriculares de la mochila y le doy play a la primera canción que aparece, noto que está muy fuerte por dos razones: me aturdió y una señora me miró mal, entonces baje el volumen. Las canciones me hacen sentir mejor pienso, y creo mejoran cualquier momento porque nos ayudan a decirle al cielo las cosas que tenemos guardadas, nuestros sueños y nuestras pesadillas… Frenamos, noto que un chico me mira, cuando alzo la vista lo vi bajar pero no su rostro, quizás me habló y no se dio cuenta de que tenía auriculares, quizás no, quizás me comí un viaje.
Es viernes por la madrugada y hace frío, me preparé un té porque no logro concentrarme y leer; me arrepiento de no haberle hablado y me quedo pensando en su sonrisa y su tristeza, también pienso en lo efímero de las cosas. Será que todes tenemos un amor de colectivo al que quizás nunca más volveremos a encontrar…
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Es de noche y hace frío en la parada del colectivo que tomo todos los jueves. Tiro el pucho cuando veo venir el bondi y luego subo. Me siento atrás en el único asiento libre, veo a dos amigos hablando, creo que me enamoré de la voz de uno de ellos. Siento que el frío desapareció en el momento en que quise besar sus palabras tiernas y profundas, creo que su alma estaba en su voz, no me animé a interrumpir… el pibe bajó del coche y yo me quedé ahí, tiesa, sin siquiera su nombre. Y entonces supe que todes tenemos un amor de colectivo al que quizás nunca más volveremos a encontrar.
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Des-encuentros
Short StoryHay trenes que pasan cerca, por al lado, pero nunca van juntos... Pero sueñan compartir el mismo viaje.