Capitulo 2: Chica Francesa

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La noche era cálida y abrazadora, calma y apaciguante, tanto que la noción del tiempo dentro de mi cabeza se había perdido totalmente y no me había percatado de que quedaba muy poco para que mi tren a Nantes saliera. Corrí del lugar y fui rápidamente a la estación, el tren salía muy pronto y a diferencia de la impuntualidad por la cual el mexicano estereotipo se caracteriza (no es que seamos muy impuntuales... solo es que si te citan a las 10 es para que llegues a las 10:30), en Francia los trenes salían en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, así que corrí por toda la estación y cuando por fin llegué el tren ya estaba avanzando. Parecía que estaba condenada aún a un oceano de distancia del maleficio. No había manera de que perdiera la oportunidad de subir, debía hacer que mi destino cambiara a mi favor por una vez en la vida, por ello, lo más coherente era correr con mayor fuerza para alcancer el tren. Lo hice, utilicé absolutamente toda mi energía, pero comenzaba a agotarme, mis pensamientos también me traicionaban aunque yo quería seguir a avanzando. Para mi suerte, una chica reconoció mi esfuerzo, así que con chispas en los ojos y una sonrisa en el rostro me tendió la mano y me animó a seguir aún más rápido al gritar: Courez! Tu peux! Allez, cours!

De alguna forma el saber que alguien me esperaba del otro lado me dio el impulso que necesitaba para abatir el dolor que se manifestaba en mis piernas y comencé a correr con aún más dedicación. Con todo y mis dos maletas finalmente alcancé a llegar a la puerta de donde la chica sacaba su brazo, logré cambiar una de las maletas a la otra mano y la que tenía libre se la tendí. Ella me tomó con fuerza y jalo de mí hacia el vagón; sin embargo, fue una fuerza desmedida pues terminamos tiradas dentro una sobre la otra. Nos levantamos rápidamente y nos sacudimos, pues la caída no había sido poco dolorosa, luego nos miramos y ella con una sonrisita encantadora dijo:

-Bonjour! Je suis très contente que tu aies pris le train! Je m'appelle Adeline, quelle est ton nom? Tu iras à Nantes, ne c'est pas?

Que en español sería:

-¡Hola! ¡Estoy muy contenta de que hayas atrapado el tren! Me llamo Adeline, ¿cuál es tu nombre? ¿Vas a Nantes, no es cierto?

Para esto yo sabía una cantidad considerable de francés pues debí cursar la materia en la preparatoria, así que intenté seguir la conversación de la mejor manera posible, cosa que curiosamente no fue tan difícil como esperaba. Entre platica y chistes descubrí que me sentía bastante cómoda hablando con ella. Era sencillo y fluido, no tenía que esforzarme por armar una conversación. Para mi sorpresa en cuanto le dije que venía de México comenzó a hablar español, cometía algunos errores, pero lo hacía bastante bien y su voz era deliciosa de escuchar.

Pasaron algunas horas de viaje desde París hasta Nantes, hicimos una parada en Orléans para descansar un poco, pero durante todo el trayecto no dejé de pegar el ojo por Adeline. Era tan bella, audaz y divertida. Platicamos mucho tiempo acerca de nuestras vidas y quehaceres. El vínculo que generamos me tenía sorprendida, eramos dos extrañas cualesquiera, aunque podía sentir como si la hubiera conocido mucho tiempo atrás, era una conexión que me es complejo de explicar, pero ahí estaba, existía. De cualquier forma, básicamente me comentó que iba de París a Nantes porque era artista y la habían mandado llamar a exponer sus obras en un museo importante por primera vez. Yo... le conté que venía de México a estudiar, pero eso fue todo, no tuve el valor para decirle mucho más, y así, durante el camino sobre vías, Adeline y yo nos comenzamos a llevar muy bien. Como dije antes, era simplemente perfecto, como si hubieramos estado destinadas a conocernos desde un principio. Nunca antes había sentido ese click instantáneo por nadie, o bueno, tal vez una sola vez, pero podría admitir que fue algo que ni si quiera debió haber pasado jamás. Definitivamente no había sido nada comparado con lo que había sucedido con esta chica francesa, pues había ocurrido en el momento exacto y con las condiciones ideales. Era un sentimiento hermoso, pero controversial al final, tan solo habíamos interactuado un par de horas y probablemente al bajar de ese vagón nunca nos volveríamos a ver. El viaje terminó, nos despedimos, agradecí haberla tenido en mi vida aunque fuera por unas cuantas horas y seguí adelante.

Caminé por la noche en las calles de Nantes antes de pedir un taxi que me llevara a mi nuevo hogar. Este no estaba precisamente en la ciudad, pues quería tomar un ritmo más calmo y por ello elegí una residencia en las afueras, o bueno, es lo que me gustaría que hubiera pasado. En realidad, elegir donde vivir no había sido tampoco algo tan mío, en fin, las calles eran preciosas, pues estaban rodeadas de mucha vegetación, el poblado más cerca que había, estaba a unos cuantos kilómetros; sin embargo, desde la azotea de mi casa podía observarlo y admirarlo todo como si estuviera ahí. Así fue la primera vez que me asomé por el barandal de la azotea y miré al frente. Podía ver las pequeñas luces de miles de viviendas que se iban apagando una a una, segundo por segundo, hasta que las únicas luces que se podían observar eran los faros de las calles y las estrellas. Sí, pasé un largo tiempo solo mirando, admirando el paisaje como si jamás lo fuera a ver de nuevo. Estaba en mi nuevo hogar de una vez por todas, no había sido a gratis ni como me hubiera gustado, pero estaba en mi queridísima Francia avistando uno de los paisajes nocturnos más bellos que jamás se había presentado frente a mis ojos.

Di un último respiro al aire fresco del exterior y volví adentro puesto que no llevaba una chamarra muy abrigadora y estaba comenzando a enfriar la noche. La casa era tibia y cómoda, en realidad no era una casita cualquiera, era amplia y bella con un toque minimalista pero moderno al son, así que me dirigí a mi habitación para comenzar a acomodar al menos lo que traía en mi maleta de ropa, y así fue. Luego de abrir y cerrar cajones del armario, colgar y extender ropa en el perchero, doblar y alisar camisas en su lugar, por fin había terminado y podía descansar. No tenía pensadonada al siguiente día en realidad, aún me quedaba tiempo antes de entrar a clases y por ello quería visitar los lugares más recónditos de Nantes. Iba a ponerme mi pijama, así que me quité el abrigo y revisé mis bolsillos para sacar todo aquello que necesitaría luego; mis llaves, identificación, celular, todo eso venia ahí además de un dulce, un pañuelo y algo que me causó extrañeza, era un pequeño papel doblado en cuatro, lo desdoblé y leí lo que decía en él:

"Adeline- +33 (02)49260077"

Pronto reparé en que aquel era el teléfono celular de la chica francesa que me había ayudado a subir al tren en el último segundo y con quien pase las últimas horas del día. Mi corazón se aceleró, era curioso que me sintiera así, pero verdaderamente no creí que hubiera manera de volver a tener contacto con ella después de que tomamos nuestro camino. Abrí mi celular y la añadí en contactos, luego entré a la aplicación de mensajería instantánea y comenzaba a escribir un mensaje, pero antes de darme cuenta ya estaba dormida.

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