12. Los amores de una noche

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El lunes y la noticia que recibió fue la fecha para la boda del profesor Russo y la secretaria de rectoría, rodando por los pasillos del bloque de humanidades y claramente llegando a los oídos de Hannah. 

Apenas empezaba la semana y se veía como la misma mierda, pensó mientras salía de su habitual clase. Chase la evitaba muy directamente mientras que el cobarde de Alexander se escondía con sus amigas pero lo entendía. Ella estaba excusándose a sí misma para evitar a Russo, no podía verlo a los ojos. 

— ¿Que dicen de ir hoy a Born por un par de tequilas cargados? —indaga con risa socarrona uno de sus amigos de facultad, en el grupo de cinco personas unos ríen y otros quedan estupefactos ante la descarada propuesta de su amigo. 

— ¡Apenas es lunes! —grita uno de ellos, los otros ríen incluyendo a Hannah. 

— Por eso mismo, hay que iniciarlo con la mejor actitud y qué mejor que un par de tragos, nada fuerte —menciona incentivando a Hannah, sabía que podía contar con la chica. 

Ella ríe ante aquello, sabiendo lo que sugería su amigo, asiente efusivamente— apoyo a este hombre —e interviene entre risas, todos parecen a esas alturas haber aceptado. 

Si la semana sería un asco, por lo menos, lo pasaría entre fiesta y alcohol, así se siente menos. Además, muy dentro de ella se excuso al mencionar su eminente rechazo y el consuelo que necesitaba. 

Obviamente, se prepararía para tener un consuelo como es debido. Al llegar, no demoró en atrapar la atención de varios, no le importaba intentarlo con ambos, sólo quería apaciguar su mente y dejar al cuerpo curar lo que provocó el corazón. 

No se tardó en hacer efecto, era tranquilo el plan pero ella lo giró y lo convirtió en su cacería personal. Entre algunos tragos, el contacto visual y las insinuaciones discretas poco a poco terminaron en su apartamento, ahí entre besos y jadeos se entregó a la adrenalina que producía tener sexo casual. 

El calor que compartían, los besos apasionados con tanta humedad pasando por su cuerpo, el sudor que bajaba hasta su pecho y los gemidos de ambos sobre las sábanas, aquello sería la definición perfecta para consolar un corazón roto. 

Después de aquel encuentro, su semana fue transcurriendo en la misma sintonía, evitar a Russo, ser evitada por sus amigos, embriagarse hasta desconocerse y a veces meterse en la cama ya sean con hombre o mujeres, necesitaba sentir la calidez que le fue negada y silenciar su corazón.

Al llegar el viernes, saliendo de su última clase, se sentía cansada y peor de cómo había empezado su semana pero no encontraba otra mejor manera de tratar su corazón roto y su mente perturbada. 

— Señorita Hundson —su cuerpo se congeló, giró lentamente pero sintió una leve decepción al encontrarse con uno de sus profesores. 

— Señor MarQuesin, ¿En que lo puedo ayudar? —dijo amablemente. 

— Verá señorita, necesito que hablemos un momento, quizás estoy siendo un poco impertinente pero me regala unos minutos de su tiempo, por favor —dice con bastante seriedad, era un hombre que destacaba por sus conocimientos y su sentido de responsabilidad intachable. 

La joven asiente y sigue a su profesor hacia unas bancas desocupadas y alejadas de la muchedumbre. La intriga respecto a qué tema tocaría con ese hombre, le causaba gran curiosidad. 

— Cómo le comenté, quizás me esté volviendo un poco impertinente y también entrometido pero usted siempre ha resaltado por ese brillo que la representa tan bien y estos días, ¿Cómo decirlo? Parece haber muerto, por eso quisiera saber, ¿sucedió algo? —indagó con suma cautela. 

Hannah quedó atónita ante el comentario de su profesor, no sabía que su estado se notaría tanto para llegar a estos extremos pero peor aún, no sabía cómo responder. 

— Tomé su tiempo, sepa que, lo comentado  aquí más nadie que nosotros dos lo sabremos por eso vuelvo a preguntar ¿Usted está bien? 

La chica no pudo seguir pretendiendo más, sus lágrimas se encargaron de delatar su pésimo estado y no tuvo más remedio que desahogarse y contar su desamor junto con su impaciencia antes la situación con sus amigos. 

El profesor no dijo más nada, sacó de sus bolsillo un pañuelo y se lo entregó a la joven, dejando que ella siguiera llorando y desahogandose. 

Sin embargo, esos dos no sabían que no eran los únicos cerca y que los rumores viajan a través de teléfonos rotos, torciendo los hechos e involucrando a inocentes. 

Gusto Culposo ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora