Yugo

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Manuel recordaba muy poco de los amigos peruanos de sus padres. Los había visto, quizás, en dos ocasiones. Recordaba que eran buenas personas, que les gustaba hablar mucho y que no paraban de sonreír. No recordaba mucho a los hijos. Es más, podría jurar que solo los había visto de lejos la vez que fueron a esa fiesta de año Nuevo en su casa. Había mucha gente, y su madre había hecho que saludara a muchas personas. Suponía que eran similares a sus padres.

De cualquier modo, su madre pensaba que sería buena idea de que tratara de acercarse al hijo mayor de los Prado. Un omega, apenas medio año menor que él. Era extrañamente conveniente que estuviera visitando Santiago junto con sus padres, aunque por otro lado no era la primera cita arreglada a la que sus padres lo hacían ir.

La primera vez que le sugirieron la idea, Manuel rodó los ojos.

-Que no. ¿Qué necesidad hay de que salga con un extraño?

-Pues exactamente eso: que salgas con alguien. Alguien que dure, no uno de esos omegas con los que sales una semana y no vuelves a ver más.

-Es por el trabajo.

-No, es porque te gusta que sea así. Pero ya tienes edad de buscar una pareja estable, ¿o es que acaso no planeas casarte nunca?

Terminó cediendo, para evitar que las quejas de sus padres lo volvieran loco. Se dijo que al fin y al cabo, todo lo que tenía que hacer esa ir a tomar un café con el tal Miguel. Luego podría decirles que no había funcionado y tendrían que dejarlo en paz.

No era que no le interesara casarse, o que no le gustaran los omegas o que fuera promiscuo.
Simplemente pasaba que, hasta la fecha, no había encontrado un omega que fuera feliz con él... así como era. Realmente no era el alfa que los omegas esperaban tener, y lo entendía. Y estaba bien, en cierto modo, porque había crecido con eso en mente.

Usualmente salía con los omegas un par de veces, tenían sexo, y luego se aburrían de él. Estaba acostumbrado a eso. Y, por eso mismo, no esperaba que el hijo de los amigos de sus padres fuera diferente.

***

Excepto que había algo muy raro acerca de Miguel.

Parecía ser muy similar a sus padres. Sonreía mucho, y era una de esas personas con las que es fácil conversar. O por lo menos esa era la primera impresión que le había dado cuando se había "encontrado" con él en el vestíbulo del hotel donde se estaban quedando.

Convenientemente, a su padre se le había olvidado un portafolio de trabajo con información muy importante y le había pedido que se lo alcanzara en ese lugar. Y claro, no había nadie más de la familia Prado que pudiera entregarle la costosa botella de pisco que habían traído de Perú.

Tan pronto como lo vio entrar en el vestíbulo, su padre le señaló que se acercara. Tomó el portafolio de sus manos con una sonrisa de oreja a oreja, y se volteó a ver al omega.

-Justo a tiempo. Este es mi hijo, Manuel.

Manu, este es Migue, el hijo de los Prado.
Fue entonces, mientras Miguel lo miraba con algo de sorpresa, que cayó en cuenta de que el único que sabía del plan de sus padres, era él.

-Hola.

-Hola. Mucho gusto.

Estaba bien, pensó Manuel mientras le daba la mano. Por lo menos no era uno de esos omega estirados con los que sus padres habían tratado de emparejarlo en el pasado. Lo que hacía todo un poco más sospechoso.

Su padre se había ido prácticamente corriendo de ahí, diciendo que tenía una reunión en una de las salas del hotel, y que no podía llegar tarde. Claro que antes de subirse al ascensor, le había lanzado una mirada de certeza. Una mirada que claramente significaba "no la cagues".

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