Aún sin respuestas Luchito se paseó sin cesar por la habitación. Estaba de mal genio, y no era para menos, un paliducho de ojos azules estaba allí en su hogar interfiriendo con la vida marital con que fantaseaba referente a él y Kuyen.
— Si - si - sincerammmmente espero q- que ésto sea t- temporal —tartamudeó el hombrecillo que habitaba el dormitorio.
—No lo se —murmuró la chica viva alargando la palabra innecesariamente.
—Pequeño hombrecito —la figura fantasmal se sentó sobre la cama y se cruzó de piernas—. En primer lugar esta alcoba pertenece a la damisela, asumo que usted es un invitado en éste lugar—añadió con completa elegancia.
—De hecho no, yo soy la invitada aquí, él ya estaba aquí incluso desde antes que yo naciera.
En silencio incómodo los entes se miraron entre sí y quedaron en el abandono cuando la joven se fue a trabajar.
Por las mañanas Kuyen hacía el quehacer del hogar y por la tarde se iba al trabajo. Su padre Ismael laboraba en el edificio municipal y sus hermanos Adán y Ana estudiaban en la ciudad, tenían que viajar al menos una hora para llegar a su casa de estudios.
La hermana mayor nunca se interesó en los estudios universitarios, por lo que no se preocupó de dar la prueba de selección, examinación para la que los gemelos estaban estudiando fuera del pueblo. Desde que terminó la escuela trabajó en la florería junto a Sofía, hija de una acomodada mujer dueña de dos tercios del pueblo, incluyendo el colegio y el hospital. Siempre fue consciente que debido a su escasa capacidad de aprendizaje no lograría obtener un gran título, por lo que ya cumplidos sus 20 años comenzó a tomar en serio las palabras que su madre le dijo antes de fallecer "busca un marido, tu padre no será eterno y tu no tienes la capacidad para sobrevivir sola". Fue por eso que consiguió dos trabajos diferentes en busca de mejores ingresos económicos.
—Tampoco es un problema —pensó mientras pedaleaba enérgicamente.
Era día jueves, jornada dispuesta para trabajar para el periódico local y al mismo tiempo al correo, lo que significaba recorrer la mayoría de las casas de la zona poniente del pueblo. Todo su trayecto iba cuesta arriba acompañada por una gran cantidad de hortensias coloridas adornando Colina Zagal. Debido a esto conocía a muchos lugareños, sus historias y genios, sabía perfectamente como tratar con cada uno de ellos, exceptuando a uno, Gabriel, el joven nieto de la señora Isabel. El chico de vez en cuando se veía cortando el césped de la propiedad, pero rara vez se le escuchaba decir algo, es mas, ella estaba segura de no saber como sonada el timbre de su voz. Era un muchacho de alrededor de 17 años de edad, cabello negro que le cubría la mayor parte de la cara, piel blanca y nula gordura en su cuerpo.
Gritó en la entrada principal, pues dicho inmueble era de los pocos que no contaba con un buzón, por lo que debía entregar la correspondencia personalmente. La joven dibujó una sonrisa en el rostro apenas vio girar la manecilla de la puerta, pero a los segundos se dio cuenta que la persona que salió a su encuentro no se trataba de Isabel.
—¡Hola!—la joven alzó la voz sacando un montón de sobres desde un enorme morral que llevaba colgado —. Esto es para tu abuela.
—Claro...
Se acercó a la reja mirando el piso, en ningún momento levantó la mirada.
—¿Tu abuela cómo está, le pasó algo? hace días que no la veo por aquí —consultó poniendo los sobres en la mano del joven.
—Ella... cogió un resfriado.
Kuyen fijó la mirada en las manos del hombre que estaba frente a ella.
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Lapeyüm
General FictionDesde que tiene conocimiento Kuyen puede ver e interactuar con fantasmas, entre ellos sus difuntas tías que habitan en su casa. Una de ellas fanática del esoterismo le recomendó no hacer contacto físico con los espíritus diciéndole "el día que pueda...