Comer helado sin lactosa era lo mismo que probar vómito, o al menos así lo vio Sam al darle la primera probada a su helado de Pastel de Cumpleaños.
Bufó molesto, causando que uno de sus risos se moviese un poco por el aire. Kat, quién no había dejado de mirarlo como un halcón hambriento, observó ese pequeño detalle y lo grabó en su memoria en una carpeta llamada: perfección.
Jasper y su novia por otro lado los estaban ignorando desde que comenzaron su conversación sobre “yo te quiero de aquí a...”. Eso le daba dolor en las tripas a Samuel.
Rodó sus ojos como por milésima vez en menos de un minuto y siguió comiendo de su horrible helado.
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Después de esa terrible experiencia comiendo helado por primera vez –para Sam–, todos decidieron –menos Sam– en ir al local de la mamá de Kat para pasar el resto de la tarde, porque sinceramente esos adolescentes no podían quedarse en un solo lugar, ellos debían seguir su instinto aventurero e ir a fastidiar un poco a la mamá de la teñida.
Samuel ni siquiera sabía de qué era el local de la señora, pero tampoco quiso preguntar. Las ganas de estar ahí se habían ido al primer momento de darse cuenta que sobraba en esa mesa. Jasper solo tenía ojos para su novia, y solo una vez, ¡una vez! Había decidido ver al rubio, quién estaba destruyendo al creador de ese helado en su cabeza.
Cuando llegaron al lugar, a Sam solo le tomó dos segundos saber qué tipo de local era: una sala de juegos.
Según el cartel, tenían pista de patinaje sobre ruedas y una pista de bolos, así como una sala de vídeo juegos y un campo -un poco más alejado- de paintball. Si Marcus se llegaba a enterar de ese lugar, seguramente no saldría de él jamás, así como planeaba hacerlo Sam apenas llegaran las vacaciones.
La ansiedad se apoderó completamente de Sam y no podía esperar a entrar al lugar. Él amaba más que a su perro -pero no más que a Jasper- los videojuegos y aquellas nuevas salas donde jugabas con armas falsas. También amaba el paintball, lo amaba con todo su organismo ser y pasión.
Se sentía como un niño pequeño, a punto de estallar de felicidad.
—Hola Pasto —saludó Katherine al chico de la recepción.
Era un tipo alto, con el cabello de color verde limón, un brazo cubierto de tatuajes, una perforación en su lado derecho de la nariz y vestido de negro. Parecía el típico punk que veías en las películas o esas nuevas propagandas que vendían rentas telefónicas.
El chico arqueó una ceja y sonrió sin nada de gracia. —Gato —saludó éste.
La teñida hizo una mueca y sacó de su cartera la tarjeta que te entregaban ahí para jugar. Era de color negro con salpicaduras de pintura fosforescente, más el nombre del local en color blanco.
—Ahora todos donen dinero que mi tarjeta está un poco seca para tantas personas —dijo la teñida, dirigiéndose únicamente a la pelirroja.
La chica bufó y buscó en su cartera de marca extranjera, sacó un par de billetes y se los extendió. Sam fue a hacer lo mismo, al igual que Jasper, pero la teñida los detuvo y dijo que ella podía pagar por ellos. Ella pagaría por esos dos osos pandas amorosos, más no le pagaría a esa traga venados.
Susan se cruzó de brazos indignada.
—Kat, yo pagaré por los gastos de ambos. Devuélvele el dinero a Sue —habló un poco molesto el castaño mientras dejaba algunos billetes en el mesón de recepción.
Katherine dijo algo entre dientes antes de volverle el dinero a la pelirroja, quien sonreía de la misma forma que un tiburón. Sam, sacó unos billetes de su billetera personalizada y también los dejó en la recepción donde el chico detrás de éste no dejaba de examinarlo.
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El fantasma del pájaro || PAUSADA
Romansa"Su recuerdo todavía volaba por mi cabeza, dejando plumas doradas que se fundían con el negro asfalto de mis recuerdos. Aún recuerdo su hermoso cantar de verano, aquellos tiempos en donde sus colores eran tan llamativos que cautivaban al viento y ci...