Capítulo 10

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El tamborileo del celular que vibraba sobre la mesa me despertó. Estaba comenzando a odiar ese maldito aparato infernal, hacía mucho tiempo que no dormía tan placenteramente. No es que hubiera soñado con un puto paraíso donde todo era felicidad o algo parecido; no, simplemente pude cerrar mis malditos ojos sin ser enviada al infierno del fuego y los gritos o hundirme en un mar de sangre donde la bestia se saciaba a voluntad.

Intenté estirarme para desentumecer los músculos, pasar toda la noche en una sola posición me había dejado toda adolorida, pero un peso sobre mi pecho me impedía moverme. Observé detenidamente el brazo que me aprisionaba y mi adormilada mente me trajo los recuerdos de la noche anterior, haciendo que me sienta completamente avergonzada.

“¿Por qué mierda permití que me hiciera eso?”

Me giré muy despacio y mi rostro quedó justo frente al de Damián, su aspecto no cambiaba mucho cuando dormía, siempre se veía sereno y relajado. Extendí mis dedos para acariciar sus labios, su sabor me resultaba tan dulce que deseaba sentirlo una y otra vez. El celular volvió a temblar logrando que me detuviera.

“Diablos, ¿Qué carajos pasa conmigo?”.

Intenté sentarme, pero Damián gruñó y me atrajo hacia él, abrazándome con fuerza.

—Oye, no soy tu puta almohada.

—Buenos días, princesa —murmuró entre mis cabellos con su fastidioso olisqueo, ya debía estar acostumbrada, pero en esos momentos me era imposible soportarlo.

Las mañanas eran el momento más odioso del día, mi malhumor siempre estaba en su apogeo y con mayor razón si el estúpido celular de mi novio no dejaba de sonar.

—No tienen nada de buenos —me deshice de su abrazo para sentarme en el borde de la cama—. Atiende esa puta mierda de una vez.

Él se incorporó sobre su codo izquierdo y recogió el infernal aparato.

“¿En qué momento se quitó la camiseta?”.

—Maldición, ¿Acaso no puede dejarme en paz? —revisó los mensajes recibidos con el ceño fruncido.

Pude ver de soslayo las palabras ¡Llámame ahora!, escritas en mayúsculas. Damián obedeció de inmediato a la directiva, mientras se tumbaba boca arriba en la cama y presionaba mi cadera izquierda como si estuviera masajeándola.

—¿Qué sucede? —preguntó con fastidio.

Debió pensar que su conversación era privada, pero mis agudos tímpanos captaron claramente como la voz de Darién resonaba en el auricular.

—Te estuve llamando toda la maldita noche ¿Dónde estás?

—Sabes bien donde estoy.

Lo observé por sobre el hombro y una sonrisa se asomó por la comisura de sus labios.

—Ven a casa. Es una orden.

Su mandíbula se tensó y colgó la llamada dejando escapar un largo suspiro, su mirada tenía ese aire melancólico que por alguna maldita razón me molestaba demasiado.

Me puse de pie y recogí mi ropa del suelo sin ninguna vergüenza, ya me había visto desnuda y tratar de ser tímida en ese momento no me iba a servir de mucho, aunque debía admitir que después de lo que me hizo la noche anterior si tenía un poco de pudor.

“Maldita sea, Serena, no te sonrojes ahora”.

Me reprendí e intenté ocultar mi rostro dándole la espalda para buscar una camiseta limpia.

—¿Waffles o panques?

—¿De qué mierda hablas? —me puse la camiseta, volteé y retrocedí un paso por reflejo. Damián estaba de pie justo frente a mí, me tomó de la barbilla y me dio un beso que apenas rozó mis labios.

—Voy a llevarte a desayunar —observó su alrededor—. Pero antes, tienes un cepillo de dientes extra.

—En el baño, en el cajón debajo del lavamanos —respondí algo desconcertada.

—¿Quieres ir primero? Sería algo vergonzoso encontrarme con tu madre —se sonrojó y no pude evitar tener una sensación molesta en el pecho.

Tal parecía que le importaba un carajo estar frente a mí despeinado y con lagañas en los ojos, incluso se atrevió a besarme aún con su mal aliento matutino. No es que me molestará en lo absoluto, pero no comprendía ¿Por qué demonios tenía que verse bien para ella?

Lo empujé y me asomé por la puerta para comprobar que mi madre continuará durmiendo. Solía descansar hasta tarde los domingos, pero nunca se podía estar segura.

—¿Qué hora es? —murmuré.

—Las ocho treinta.

—Voy a patear a Darién en sus pequeñas bolas por despertarme tan temprano —fui hasta la puerta del baño y la señalé con el pulgar—. Despejado.

Mientras él se higienizaba, regresé a mi cuarto para arreglarme. No estaba de humor para salir de la casa, la lluvia cesó durante la noche, pero no quería dejar sola a mamá con esa alimaña rondando el lugar. Sin embargo, estaba segura de que Damián me arrastraría fuera y sí el vampiro me seguía ella estaría a salvo.

Cuarenta minutos después, ambos estábamos sentados en una pequeña cafetería, Damián ordenó dos tazas de café y unas galletas con chispas de chocolate. Era endemoniadamente observador y se había percatado que prefería comer cosas dulces, aunque no se imaginaba que sólo las escogía porque era más sencillo pasarlas si fantaseaba con que devoraba la dulce carne humana.

“Demonios, como extraño el sabor a carne”.

—¿Quiero que me acompañes? —dijo mientras empujaba el plato con la última galleta para que me la comiera.

—¿A dónde? —le di un mordisco, mientras le ofrecía la otra mitad. Sólo después de que él terminará de tragar me percaté de lo cursi de la situación.

—Es tan guapo —escuché comentar a una mesera que se encontraba apoyada en la barra, observándonos con cara de idiota—. Como desearía estar en su lugar.

—Pero tiene novia ¿No ves? —comentó un joven mientras le alcanzaba dos tazas de café.

—Podemos escuchar sus idioteces ¿Saben? —golpeé la mesa y los miré frunciendo el ceño, ambos volvieron a sus labores con prisa—. Malditos imbéciles.

El lugar estaba vacío, solo había una pareja de ancianos y un par de esos sujetos extraños que se escondían en un rincón a leer el periódico.

—Me encanta verte celosa —Damián sonrió y estiró su mano por sobre la mesa para agarrar la mía.

—No tienes idea de lo que dices —desvíe la mirada hacia la puerta deseosa por salir de allí— ¿Dónde diablos quieres llevarme?

—Es hora de presentarte formalmente a la manada —empujó la silla y se puso de pie arrojando unos billetes sobre la mesa— ¿Qué dices? ¿Crees que puedes con ellos?

Sonreí complacida, ese hombre quería probarme e iba a darle el gusto; además Darién me debía unas cuantas y la idea de joderle el día era tentadora.

—Puedes apostarlo —imité sus movimientos y lo seguí hasta la camioneta.

Una vez que llegamos al lugar, Damián me informó que aquellas familias con linaje licántropo vivían en un pequeño distrito privado rodeado por el bosque. A medida que avanzábamos quedé más que fascinada, las casas eran antiguas y algo lúgubres, cada una poseía un jardín delantero y un pórtico. Era el típico lugar tétrico por el que me hubiera gustado husmear una noche sin luna. Sí, adoraba las malditas historias de fantasmas y eventos paranormales.

Nos detuvimos frente a una gran mansión con dos columnas a cada lado de la puerta. Damián bajó de la camioneta y la rodeó con rapidez para abrirme la puerta.

—Ya te dije, que puedo sola —observé la fachada del lugar, una gran puerta de roble tallada, enormes ventanales de vidrios partidos, un jardín cubierto de rosales— ¿La casa del jefe? —pregunté con sarcasmo, metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón.

Damián dio dos pasos y se volteó precipitadamente agarrándome por los hombros con un dejo de preocupación en su mirada, algo me decía que ese maldito patán tenía mucho que ver con su actitud.

—No dejes que nada de lo que diga te afecte —arqueé una ceja en respuesta—. Es en serio, princesa.

—¿A qué le temes? —lo empujé con una mano para que me diera paso hacia la entrada—. Todos tenemos un puto muerto en el armario —o más de una docena en mi caso.

Damián aceleró el paso para alcanzarme; tan solo eran unos metros de la acera a la entrada, pero estaba enfermizamente sobreprotector, como si fuera una estúpida que no podía arrancar el corazón de Darién con tan solo un zarpazo. Me importaba una mierda si se convertía en lobo.

Antes de poder tocar a la puerta, ésta se abrió de par en par. El tarado de Darién estaba de pie observándonos con desprecio.

—¿Así qué era cierto? Estabas con esta… —me observó de cuerpo entero— rara.

—Vaya, que elocuencia —sonreí, ladeando la cabeza—. No tienes mucha lucidez ¿verdad?

Damián permaneció impávido, con la cabeza en alto, estiró su mano delante de mí y me aferré a ella sin pensarlo. Tal vez estaba buscando valor, si eso era lo que necesitaba se lo daría y más sí lo ayudaba a poner en su lugar a ese sucio can.

El insoportable duelo de miradas se extendió más tiempo de lo necesario, estaba cansada de toda esa muestra de poder barato.

—¡Hey! Idiota —los interrumpí—. O nos dejas pasar o nos largamos. Tengo mejores cosas que hacer que quedarme a ver su asqueroso rostro.

Darién se hizo a un lado y mi sexy platinado haló de mi brazo para pegarme a su cuerpo y abrazar mi cintura, mientras ingresábamos al suntuoso hogar.

—Vuelve a tirar de mi brazo en esa forma y te patearé el culo —susurré, acercándome lo más que pude a su rostro. Era frustrante que fuera tan alto.

Apenas atravesamos el hall nos encontramos con una enorme sala de estar que parecía un cuarto de juegos para adolescentes. Tenía una enorme pantalla plana rodeada de tres sofás de tamaño descomunal, había un pequeño refrigerador y una biblioteca llena de ¿video juegos? Andrew, Seiya y Stefan estaban sentados en el sofá frente al televisor gritando, al parecer discutían por su turno para jugar, mientras que un grupo de chicas conversaban en el asiento más apartado.

—Regresé a la puta secundaria —exclamé.

Damián comenzó a reír y apoyó su rostro entre mis cabellos.

En cuanto las mujeres lo escucharon, su atención se centró en él. Una tuvo la estúpida idea de acercarse con demasiado entusiasmo.

—Damián, cariño. Anoche te estuve esperando ¿Dónde estuviste?

Antes de que la zorra pudiera aproximarse más me interpuse en su camino, parándome delante de mi novio.

—Ocupado con algo mucho mejor —me crucé de brazos y la observé preguntándome cuanta carne podría sacar de sus raquíticos huesos.

—¿Estás hablando de ti? —preguntó con las manos en la cintura, sacando sus tetas de silicona en forma "intimidante".

“Al diablo, acabas de entregarte al matadero, puta”.

Damián me abrazó desde atrás, pasando su mano alrededor de mi cuello. Al parecer tenía un sexto sentido para las calamidades.

—Creo que no la conocen, al menos no como es debido —anunció él. Los presentes se pusieron de pie y nos observaron—. Ella es Nicole, mi novia.

—Pareja, suena mejor —volteé para regañarlo.

—Como tú quieras, princesa.

Me besó y respondí con más pasión de la debida, solo para molestar a las zorras y al estúpido de Darién.

—Esto es ridículo —bufó el azabache—. Tú y yo vamos a hablar ahora —señaló amenazante a mi novio.

Damián me indicó que caminara en la dirección en que iba el cretino de Darién y decidí seguirlo, no porque me interesará lo que tenía que decir, sino porque si me quedaba donde estaba iba a destrozar a la puta que se atrevió a poner sus ojos sobre mi lobo. El rojo sería un lindo color para el lugar, aunque no era bueno desperdiciar la comida.

Atravesamos el comedor y al llegar a la cocina, mi platinado me detuvo.

—Quédate aquí —tocó mi mejilla con la punta de sus dedos y fue al encuentro del cretino, que lo esperaba en medio del jardín trasero.

Supuse que ambos pensaban que debido a la distancia a la que nos encontrábamos no podría escucharlos. Era divertido saber que me creían tan poca cosa que podían evitar que me diera por enterada de su conversación.

—Nos fallaste, traicionaste a tu manada contándole nuestro secreto —Darién caminaba de un lado a otro.

—Tarde o temprano iba a descubrirlo —Damián me señaló extendiendo el brazo—. No podía dejar que esa cosa la matara, ella es mi prioridad.

—¿Y por eso me desobedeces? ¿Acaso importa más que la manada?

—Ya conoces la respuesta, Darién —mi novio se escuchaba cada vez más molesto—. Te lo dije, aunque no estés de acuerdo, no voy a dejarla. La amo, ella es mi mundo.

—Ok —el azabache levantó las manos y negó con la cabeza—. Aceptaré que te la folles durante la semana, "que pasees de su mano enseñándoles a todos tu amor" —la voz de Darién se torno sarcásticamente infantil—, pero los sábados en la noche te reunirás con nosotros, acatarás mis órdenes y te olvidaras del trasero de esa puta friki.

—No voy a acostarme con nadie más —pude divisar como los nudillos de Damián se volvían blancos por la fuerza con la que apretaba sus puños— y sí vuelves a llamarla así no respondo.

—Recuerda tu lugar —el estúpido alfa se acercó hasta que sus rostros casi se tocaron—. No voy a permitir que me desafíes por esa estúpida perra.

—Este hijo de perra me las paga —murmuré, dispuesta a matar al imbécil por atreverse a escupir tanta basura.

Di dos pasos dispuesta a enfrentarlo, cuando la mano de Andrew se posó sobre mi hombro derecho y me detuvo.

—Es mejor que no te acerques —me aconsejó el rubio.

Cegada por mi irá no me percaté de que Damián se había transformado y arremetía contra su líder. Darién no se quedó atrás y cambió dando lugar a un enorme lobo con un largo pelaje negro que iba desde la cabeza hasta el rabo, mientras que su pecho era de un color que rozaba el blanco; sus dimensiones apenas sobrepasaban las de Damián. Los mordiscos y rasguños no se hicieron esperar y ambos se trenzaron en una feroz pelea, parándose sobre sus patas traseras para intentar morder el cuello del otro. No podía negar que adoraba como mi precioso platinado me defendía, pero me molestó demasiado ver las heridas que recibía por culpa de su maldito alfa. Debía admitirlo, el cretino de Darién era mejor luchando.

—¡Oye, Darién, conozco a un chihuahua que es más feroz que tú! —grité para distraerlo, al ver que sometía a mi novio sin compasión.

El idiota centró su atención en mí por unos segundos y Damián aprovechó el momento para tumbarlo boca arriba y quedar sobre él con sus fauces abiertas sobre su cuello.

—Muy bien —Andrew aplaudió—. Ya es suficiente.

Damián se apartó y vino a mi encuentro, mirándome con enfado. Seguramente estaba molesto por la distracción que generé. Mi madre me contó que el honor de un lobo se ponía en juego cuando retaba a su alfa, pero podía irse a la mierda si pensaba que me preocupaban esas estupideces.

Era decepcionante ver que el azabache no tenía más que un par de mordidas y rasguños que ya comenzaban a sanar, esperaba que Damián le arrancará parte del rostro para desfigurarlo y recordarle quien mandaba. Es lo que yo hubiera hecho, pero mi dulce y tonto lobo era demasiado noble para cometer tal barbaridad.

—¡Por todos los cielos! —Seiya pasó por nuestro lado corriendo con desesperación— ¿Darién estás bien?

—No me toques —el cretino lo empujó y caminó rengueando en nuestra dirección.

No pude evitar carcajearme, parecía la antigua caricatura de un pato mal dibujado.

Damián me gruñó para hacerme callar y le clavé mi mirada.

—Gruñe de nuevo y tu puta pelea va a ser en vano —lo amenacé provocando que agachara la cabeza.

Sabía que estaba herido y que se había enfrentado a su maldito alfa por defenderme, pero no tenía intenciones de doblegarme ante él por sus estúpidas decisiones. Era muy capaz de enviarlos a todos al maldito infierno y salir del lugar caminando como si nada hubiera ocurrido.

Andrew apareció trayendo unas prendas en las manos. ¿En qué maldito momento fue por ellas? El desgraciado era rápido y muy sigiloso, definitivamente debía cuidarme de todos ellos.

Damián se transformó y se cambió a toda velocidad para luego guiarme a través de la casa y así abandonarla sin siquiera cruzar palabra con los idiotas que nos observaban esperando una explicación.

—Necesito calmarme ¿Te importa si pasamos por un lugar antes de llevarte a tu casa? —me preguntó, al tiempo que ambos subíamos a la camioneta.

—Sí quieres ir por putas, ese jodido lugar estaba lleno —no podía sacarme de la mente las palabras de esa desagraciada ramera.

No respondió y simplemente se limitó a conducir en silencio hasta que llegamos a una zona de acampada frente a un enorme lago cristalino. Estacionó la camioneta cerca del agua y bajó de inmediato para buscar algo en la parte trasera; cuando pasó por mi lado lo seguí sin esperar a que me invitara a acompañarlo y permanecimos un momento de pie junto a la orilla hasta que él extendió la lona que utilizaban para cubrir las herramientas sobre el lodoso suelo y se sentó cruzándose de piernas. Por inercia lo imité, dejándome caer a su lado sin ninguna delicadeza.

—Veníamos aquí con mi madre para aprender de la naturaleza y correr libremente —su mandíbula se tensó, como si se arrepintiera de haber hablado—. Ella siempre me decía que el amor era lo único que valía la pena —me observó por unos segundos y luego volvió la vista al agua.

Reuní toda mi paciencia para esperar a que continuara con su historia, pero todo lo que pude percibir, durante lo que me pareció una eternidad, fue el vaivén de las pequeñas olas que empujadas por la fría ventisca golpeaban la costa.

—¿Por qué luchaste contra Darién? —cuestioné con fingida inocencia, cansada de esperar a que hablara del asunto que nos llevó hasta allí. Sabía que eso estaba molestándolo ¿Y qué clase de idiota sería si no se lo preguntaba?

—Es algo que no tiene importancia, princesa.

“¿Así que ahora te haces el difícil? Cariño, no tienes idea de lo complicadas que pueden ponerse las cosas”.

—En ese caso ¿Prefieres hablar de la puta de turno con la te ibas a acostar?  —observé como los músculos de su cuello se tensaban de nuevo—, y no me vengas con esa mierda de que era la primera vez. Estoy segura de te metes entre las piernas de esas zorras cada vez que se te ofrecen —me puse de pie. No podía evitar enfurecerme al recordar las miradas de esas desgraciadas.

—No voy a negar que en el pasado estuve con algunas de ellas, pero tan sólo fueron…

—¿Polvos de una noche? —peiné mis cabellos con ambas manos y comencé a caminar de un lado a otro exasperada—. No puedo creerlo. Sabía que anoche sucedía algo cuando no me dejaste tocarte, pero ahí andaba yo, como una estúpida idiota creyéndote… Debí darme cuenta después de lo que pasó con la perra de Patricia…

—¡Con ella no sucedió nada! —Damián me interrumpió utilizando un tono de voz demasiado agresivo.

¿En verdad le molestaba tanto que mencionara a esa buscona? Pues a la mierda con él y su endemoniada sinceridad, sí creía que iba a pasar por alto el hecho de que se había estado revolcando con cualquier puta que se le cruzaba mientras intentaba engatusarme con dulces palabras estaba muy equivocado.

—Y ahí vas de nuevo, defendiéndola como si fuera la misma Madre Teresa, apuesto a que haces lo mismo con todas ellas ¿Todas somos iguales para ti? ¿Soy una más en tu larga lista de conquistas? —su silencio me irritaba cada vez más. No, no era furia lo que me provocaba, sino dolor—. Pero ¿Sabes qué? Te equivocaste conmigo, no soy como esas malditas regaladas.

—¿Terminaste? —indagó, a pesar de que el sol de mediodía nos alumbraba directamente su rostro estaba cubierto por una oscura sombra.

—Esto se acaba cuando yo lo decida y ya estoy harta de ti —lo enfrenté elevando la barbilla y mirándolo desde arriba, había plantado cara a cosas peores que un puto lobo malhumorado.

Damián asintió frunciendo los labios y se puso de cuclillas como si fuera a levantarse, no obstante en lugar de ponerse de pie me agarró del brazo y me arrojó con fuerza sobre la plástica tela en la que caí de espaldas. Intenté levantarme, pero me inmovilizó sentándose sobre mi estómago y sujetándome ambos brazos a cada lado del cuerpo. Pude haberme incorporado con presteza, más la idea que esa podía ser la última vez que estuviéramos juntos de aquella manera me paralizó.

—Ahora es mi turno para que me escuches —dijo, su mirada se clavaba en mis pupilas y volteé mi rostro para evitarlo, él soltó uno de mis brazos y asió mi mandíbula con vigor para que volviera a mirarlo—. Estoy harto de tus inseguridades. Te dije la verdad, me acostaba con ellas antes de conocerte, pero nunca significaron nada ¡Maldición! —lanzó un puñetazo hacia la manta, pero sus ojos no reflejaban la ira que se denotaba en sus palabras— ¡Por todos los cielos! ¡Reñí con mi alfa por ti! —su postura cambió, parecía abatido; de pronto dejó caer su cabeza sobre mi hombro— ¿Qué tengo que hacer para que entiendas que te amo?

Tal vez su aspecto se veía vulnerable, pero, aunque las lágrimas acunadas en sus hermosos orbes parecían sinceras, algo dentro de mí se reusaba a creer que hablaba con sinceridad.

—Anoche tú…

—¿Realmente querías que tu primera vez fuera de esa forma?

— ¿Primera vez? ¿Por qué piensas que nunca he tenido sexo? —sabía que él estaba en lo cierto, pero quería darle una cucharada de su propia medicina.

—Pero me dijiste…

—Lo que necesitabas saber —sonreí de lado—. Jamás fui específica con respecto al tema, así que sí te hiciste una idea equivocada es tu culpa.

—Princesa, si esto es una broma no me causa ninguna gracia.

Se levantó y estiró su mano para que la tomara, más la aparté de un golpe y me incorporé sin ningún esfuerzo.

—¿Qué? ¿Sólo tú puedes revolcarte con quién quieras? —en cuanto las palabras abandonaron mis labios me arrepentí por ser tan estúpida y compararme con todas esas perras con las que él se revolcó—. Y de todas maneras, ese no es tu problema.

—Tienes razón, no me importa tu pasado —Damián se acercó y me abrazó—. Es sólo que me hacía ilusión ser el primero en tu vida —se apartó unos centímetros y sonrió con maldad—. Aunque, viéndole el lado positivo, el que tengas experiencia quiere decir que no necesito ser paciente y puedo hacerte mía ahora mismo.

—¿Qué? —desconcertada ante su declaración, débilmente forcejeé para soltarme de su agarré, no obstante él se resistió y terminamos nuevamente acostados sobre la lona.

Su risa no se hizo esperar y comprendí que me había jugado una puta broma.

—¡Eres un idiota! —estallé furiosa.

Damián se hizo a un lado y se quedó de rodillas, observándome con esa endemoniada mirada que me aceleraba el pulso y de pronto todo mi enojo se fue al demonio.

—Me pediste que esperara hasta que estuvieras lista e intento cumplir con mi palabra —con delicadeza se tumbó sobre mí, me tomó del rostro con ambas manos y acarició mis labios con su pulgar—. Aunque me es muy difícil —su boca buscó la mía para besarme apasionadamente.

Lo correspondí colgándome de su cuello con ambas manos y cuando nos separamos en busca de oxigeno desvié la mirada, sintiendo que mis orejas ardían. Seguramente estaba tan roja como un endemoniado tomate.

—Ese tierno sonrojo me da todas las respuestas que necesito —murmuró y de inmediato se puso de pie nuevamente, luego tiró de mis manos para que lo imitara—. Vamos a almorzar —exclamó y se apartó antes de que pudiera contradecirlo.

Lo ayudé a doblar la improvisada manta y lo seguí hasta la camioneta en silencio, maldiciéndome por permitir que me manipulara de esa manera.

—¿Estamos bien? —preguntó una vez que estuvimos sobre la carretera.

—No puedo mandarte al infierno después de lo que hiciste —evité su mirada, pero estreché la mano que se posaba sobre la mía—. Además no dejaré que una de esas zorras atienda tus heridas.

—Es bueno tener mi propia enfermera —expresó, con una sonrisa ladina que me daba a entender que no  se refería a sus laceraciones.

Correspondí a su expresión, su rostro ya no presentaba los signos de la lucha que mantuvo, pero estaba segura de que su cuerpo tenía una que otra marca pues podía apreciar el aroma de su sangre.

“Sangre… tendré que cazar pronto. Lo bueno es que hoy pude ampliar el menú del cual escoger mi próxima comida”.

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⏰ Última actualización: Jun 01, 2019 ⏰

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