Día 983:
Lentamente el azúcar pudría más sus dientes, de la misma forma en la que aquella chica pudrió su alma.
La comida chatarra no podía faltar en su día a día. Dulces, galletas, y demás golosinas que dejaban un dulzor empalagoso impregnado en su paladar, era la única forma en la que podía recordar los besos que la maldita rubia dejó marcados.
Por las noches solía rasguñar la piel a su alcance hasta que comenzaba a sangrar y restos de carne le quedaban bajo sus uñas, suspiraba al darse cuenta del placentero calor y alivio que le producía sentir un dolor similar a las caricias que dejó esa jodida zorra.
Y por las madrugadas, solía caminar hasta el techo, se sentaba en la orilla de este y jugaba a balancearse entre la vida y la muerte. Tal como esa desgraciada dueña de su corazón le enseñó un frío viernes después del atardecer.
Día 1074:
Era de noche y el pobre chico que lloró por amor trataba de ignorar las recientes voces en su cabeza. Para ello empleó todo lo que la rubia le había negado, quizás solo por el sentimiento que de esa forma le traicionaría como ella él.
Bajó a su cocina y comenzó a buscar toda la comida chatarra que encontrase.
"¿¡Cuántas veces tengo que decirte que comer esa basura te hace repugnante!?" metiendo bolitas de queso en su boca murmuró: "Repugnante fue revolcarme contigo" a veces sentía que insultarla le hacía bien.
Una vez terminado con todo lo que su estómago pudo retener, corrió a su habitación, cerró la puerta y saco de bajo de su cama la pequeña colección privada revistas pornográficas que pudo salvar de ella.
"¿Para qué conservas eso? ¿¡Qué no tienes suficiente conmigo!? ¡Oh ya entiendo! Seguro te pajas cuando me niego a abrirte las piernas. No te creí tan patético." Desabrochando sus pantalones y abriendo a la primera página murmuró: "Patético fue que no me hicieras llegar al orgasmo, zorra".
Y mientras fingía que con sus ridículas acciones le pagaba con la misma moneda, las voces en su cabeza aumentaban la potencia de sus gritos, siempre contradiciendo al pobre chico quien sin ser consciente se desgastaba cada vez más, incluso si las negaba, él lo sabía. Ni toda la comida chatarra ni todas las masturbaciones del mundo podrían llenar un poco la sensación que esa jodida mujer dejó.
Día 1508:
Casi por rutina, el chico de cabellos secos solía despertar y sentarse en el viejo sofá de su sala a maldecir a la pequeña rubia que le rompió el corazón.
Le gustaba recordar cómo ella acariciaba su cabello mientras él reposaba su cabeza en sus piernas...
Después recordaba que no fue la única cabeza por pasar entre esas piernas y el recuerdo le dejaba un sabor amargo en la boca. Casi tan amargo como aquellos caramelos que ella le prohibió degustar.
A veces la imaginaba llegando a su casa con un plato de comida casera, cosa que nunca hizo ya que la hija de puta pensaba que eso era demasiado anticuado.
"¿Para qué querrías eso? ¡Si puedes llevarme a cenar al nuevo restaurante del centro!"
Mentalmente se reprendía por ser haber sido tan imbécil. Vaya con el honorario graduado de economía.
Y al caer la noche, su pequeña rutina de lamentaciones hacía su efímera existencia concluía con un cigarro entre los labios, una botella de vodka barato y la única fotografía que se salvó de la mudanza entre sus manos, horas y horas frente a la chimenea reuniendo valor para que esta se hiciera cenizas.
−Jereth
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Entre cuentos y estrellas
General FictionDonde las inseguridades se vuelven versos. Los celos son ciencia ficción. Y el amor sin poesía es un grito a la agonía. « Pensamientos tontos y sin sentido de una niña de la luna para el chico de las estrellas. »