Bitácora de Celeste IV

17 1 0
                                    

A veces (casi siempre) el sueño jamás llega a mí, muchas de esas veces me perdía en lo más profundo de mi cabeza pensando por qué el color rosa se llama "rosa", por qué mi madre no acepta como soy o si los diplomas con marco en las paredes realmente valían algo por lo cual tener invitados en casa mientras para mí solo era ser la chica de la banca vacía.

Después de tener contacto con mi primer libro real me di cuenta que había más personas que soñaban con escuelas de magia, vampiros apuestos y romances del siglo XVIII. Entre las muchas experiencias literarias que adquirí, jamás pensé que luna me rompiese tanto la cabeza con solo verla.

Mientras los libros me decían que hacer, mi lengua se enredaba y las piernas temblaban.

Muchas veces en los libros, las chicas suelen llorar horas y horas al pensar en cómo la persona por la cual están tatuadas en papel podría alejarse de ellas, encontrar a alguien más o simplemente irse.

« Tal y como las hojas en Otoño. »

Lo admito, fui de las que pensó que lidiar con asuntos del corazón era solo mantener la cabeza fría y centrada, sin dejarse arrastrar por las inseguridades, celos y demás porquerías que obstaculizaran la felicidad, pero no podía centrarme en nada cuando la amiga de luna decía algo que la hacía reír y sonrojarse.

« Déjame tomar tus sonrisas.

Guardar tus besos.

Reservar tu brillo.

Y que el resto del mundo solo te vea entre mis brazos. »

Cuando descubrí que alguien más aterrizó en luna, mi luna. No pude evitar el pánico, el terror, la maldita incertidumbre de que este antiguo ser me arrebatara lo que es mío, o peor aún, ella me abandonara.

Fue entonces donde todo se obscureció.

Mi cabeza solo catalogaba tus sonrisas en secciones "El antiguo brillo de una aurora/La decadente luz de una vela".

Y me dolía. Me torturaba. Era agónica la sola idea. ¿Por qué demonios pienso eso?

Pero al final esa idea se aferró.

Si él podía hacerte feliz, darte una taza de café cada que lo necesitases, besar tu mejilla inesperadamente, abrazarte en las calles, cortarte claveles y bajarte las estrellas que te mereces...

Yo estaba dispuesta a dejarte ir.

« Por qué cariño, mereces brillar. »

Y a pesar de romper en llanto cuando te abracé aquella tarde con la lluvia sobre nosotras, pude sonreír.

« Y si alguno de ustedes la ve.

Dígale que siempre la amaré. »

−Celeste

Entre cuentos y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora