Día 1999:
Hoy era uno de esos días malos. Días en los que el chico de oscuros y rojizos ojos comenzaba a llorar y despotricar maldiciones y golpes.
Su cabeza reproducía una y otra vez las veces en las que la zorra esa juró amarlo. Cuando solía ver a sus amigos abrazarla con demasiada efusividad y cargarla solo para tocarle el culo y ella no hacía nada, ni un amago de evitar dicha acción.
En esos días era mejor apagar las luces antes que encontrara el bate de béisbol y romper hasta las ventanas, esconder cada uno de los objetos flaméales que pudiesen orillarlo a revivir el infierno en que se hundía, esconderse bajo las sabanas y cubrir sus manos con los guantes de cocina antes de que sus dedos encontrasen la piel sensible de su cuerpo.
Era increíble lo que una insignificante mujer podía hacerle a un gran idiota, o quizá lo increíble era ver a dicho idiota pudrirse en la felicidad de una mentira.
Y cuando el reloj marcaba las 12. Pensamientos de media noche le abarcan la mente. Pensamientos de una vida en el "si hubiera".
Día 2063:
El chico de ojos negros se encontraba solo como cada noche en el tejado, junto a él descansaba una pequeña lata de chicharos, al mover el pote podían escuchar los cientos de monedas que se encontraban escondidas dentro de ésta.
"Uno, dos, tres... ocho... quince... treinta..."
Cada fin de semana aquel hijo de puta contaba las monedas que recolectaba y guardaba en la pequeña lata, unas cuantas de las sobras de su último cheque, otras que encontró bajo el sofá y dentro de sus bolsillos, incluso las que recogía en las fuentes cuando algún niño estúpido pedía un deseo.
Moviendo el montoncito de piezas metálicas, se encontró con un pequeño y sucio trocito de oro blanco.
Sus labios se encorvaron mostrando una amarga sonrisa, sus ojos se le inyectaron en sangre, los dedos se cerraron en torno al anillo, nidillos blancos y las venas en su cuerpo tensándose, no eran buena señal.
"¡JODIDA MIERDA! ¡JODIDA MIERDA, JODIDA MIERDA! ¡YO PUDE DARTE EL MUNDO!"
Y sí. Sí Adam, también pudiste darle contra la pared, contra el escritorio, contra el suelo y contra toda superficie en tu departamento...
Pero no eras el único dispuesto.
Día 2800:
Un sonido estruendoso se escuchó en la casa que aparentaba abandono, Adam estaba ebrio.
De nuevo.
¿Quién lo viera?
Hacía unos años era un prometedor recién graduado por excelencia y ahora lloraba cual patético miserable, como el alcohólico asqueroso en el que se convirtió.
¿Cómo un desamor puede hacerle esto a un hombre?
« A veces las personas tomamos decisiones equivocadas por las personas correctas. »
Aunque en este caso un persona idiota tomó decisiones estúpidas por la persona incorrecta, y vaya que por mucho.
Las ventanas están cubiertas por cartones mohosos, su cama contaba con un sucio cobertor y almohadas que llenó con harapos, la vida que conoció como tal se esfumó en cuanto abrió la puerta de habitación un 30 de septiembre con las campanas entonando en un altar y con su dulce rubia en la cama con su hermana y padre.
Enfermo, tal vez un poco, pero al parecer para el pobre Adam la enfermedad era algo que nacía dentro de su familia a ciertas circunstancias.
Y como cada que un recuerdo familiar lo arrastra al valle de lamentaciones que es su memoria, no tiene el valor de colgar una soga.
Día 3609:
Pasaban los días, los meses... los años, el chico ya casi hombre de 27 años parecía más y más hundido en su dolor. ¿Valía la pena tanto sufrimiento?
El televisor del vecino como siempre se encontraba encendido, los perros ladraban sin parar, se escuchaban relámpagos.
Adam estaba completamente destruido.
Una rubia de culo ancho, pechos buenos y labios carnosos le arruino la vida entre cuatro paredes y un orgasmo.
Sin embargo ese día había algo diferente en él.
Los latidos de su corazón comenzaban a mover las paredes en pálpitos escalofriantes, sus lágrimas empapaban la ciudad, los gritos de su garganta eran estruendos en el exterior.
Algo andaba mal con Adam ese día.
Los árboles se movían con furia por toda la ciudad, apuntaban al este con una ráfaga de viento demoledora que creaba un aterrador sonido cuando se colaba entre los edificios.
Adam tomaba una ducha después de casi dos meses, cogiendo una navaja quitaba todo rastro de barba en su rostro, tomando unas tijeras cortaba mechones del excesivo largo de su cabello.
¿Acaso recuperaba las riendas de su vida después de tanto?
De algún lugar de la casa comenzaba a inundarse un aroma desagradable, el chico parecía no notarlo mientras sacaba una gran caja de madera debajo de la alfombra.
Esperen... huele a... Joder. No.
En la mesa de la cocina había rebanadas de manzana frescas y casi invisibles rastros de harina. Un plato de porcelana con una humeante taza de té de canela, también.
Té de canela. Dios no.
El joven de cabellos negros baja a la cocina luciendo diferente. Justo como se vería hace algunos años de haber salido a un bar.
Adam por favor... Sal de ahí.
Un traje negro le enmarcaba el aún buen cuerpo que poseía, una camisa negro bajo el saco con tres botones desabrochados tentaban a verle el pecho, su rostro volvía a ser el de un atractivo joven de antaño.
¡Adam sal de ahí!
Y se sienta, con una tranquilidad inquietante. Con elegancia. Manteniendo la taza en sus labios y la mirada en el horno...
Tarta de manzana.
−Jereth
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Entre cuentos y estrellas
General FictionDonde las inseguridades se vuelven versos. Los celos son ciencia ficción. Y el amor sin poesía es un grito a la agonía. « Pensamientos tontos y sin sentido de una niña de la luna para el chico de las estrellas. »