Desde que apliqué mi plan como experto en organización en la cocina de melisa, ordenar los platos era facilísimo. Si pudiera conseguir que los demás incorporaran mi sistema de etiquetado de los estantes de la nevera, la vida sería incluso más fácil. Pero tenía la impresión de que no les importaba demasiado. Reñí a Scott cuando colocó un tarro de mostaza de Dijon a lado de un cartón de huevos de gallina de granja alimentada con grano y feliz.
— ¡Eh, mira! —di un palmetazo en la etiqueta del estante correcto—. Lo pone aquí: condimentos. La mostaza es un condimento.
Él se rascó un lado de la nariz con el dedo medio.
— ¿Las palabras OCD significan algo para ti?
—Eso son letras, no palabras. Y fuiste tú quien dijo que me pusiera a organizar.
—No tenía ni idea de que montarías un campo de minas.
—Tú limítate a poner la mostaza en su sitio y todos contentos, ¿de acuerdo?
—Con una condición. Tú tienes que telefonear a Derek.
—Eso es chantaje.
—Chantaje. Persuasión. Lo que sea. Seguramente piensa que estás enfadado con él. —Puso un tarro de pepinillos al lado de la leche de soja solo para molestarme.
Yo cambié los pepinillos al estante de los pepinillos.
—Estoy enfadado. Eso fue humillante. Dios, Scott, parecía que no se acordara de mi nombre.
—Quizás te estaba protegiendo. O sea, quizás ella sea una especie de acosadora loca que te perseguiría con un machete.
— ¿Espaguetis? ¿Quién está comiendo espaguetis? Acabamos de comer —preguntó melisa al entrar desde el salón con maya y Iker.
—Yo quiero pastel de postre. No masgueti. —Iker hizo un puchero.
— ¿Ves lo que has provocado? —le dije a Scott.
—Llámalo.
Me tapé los oídos.
—La, la, la. No te oigo.
— ¿Vas a llamar a padre, papi? ¿Lo veremos mañana? —preguntó maya.
Estaba previsto, sí. Pero él no había llamado para confirmarlo, de modo que no podía estar seguro. A Matt no le gustaba tener la obligación de cumplir con pequeños detalles, como mantener las promesas a sus hijos.
Además seguía enfadado conmigo porque aún estaba en la casa de melisa.
—Se lo preguntaré a él, maya. Voy a llamarlo ahora mismo.
— ¿Hola? —Matt contestó el teléfono con voz cansina.
—Matt, hola. Soy Stiles. Quería confirmar que te llevo a los niños. —Si podía mantener una conversación corta y concreta, quizás no acabaríamos peleándonos.
—Ah, sí, estaba a punto de llamarte.
Yo me preparé. Ahora venía la cancelación y alguna excusa débil, como que ese día tenía que donar un riñón o que su jefe le mandaba a Barbados.
—Oye, quería disculparme por estar desagradable contigo la última vez. Imagino que tienes derecho a quedarte donde quieras. Y si a los niños no les da miedo ni nada parecido, supongo que no debería obligarte a acortar tus vacaciones.
Aparté el teléfono y lo examiné. «Esto debe de ser un juguete, y mi imaginación fantasiosa inventa palabras en boca de Matt». Él creía que disculparse era de cobardes. (La frase era suya, no mía). Pero el teléfono era de verdad. Me lo acerqué otra vez a la oreja.
—Matt, ¿los terroristas están obligándote a decir esto? ¿Te han puesto una pistola en la cabeza?
Él se rio entre dientes.
—No, pero últimamente he hecho mucho examen de conciencia. Estoy cansado de pelearme contigo a todas horas y creo que no he sido justo, sobre lo de que estés en casa de melisa, quiero decir. Solo serán un par de meses, ¿verdad?
Me dejé caer en el suelo. ¿Lo diría en serio? Eso suponía un giro de ciento ochenta grados con respecto a su actitud habitual.
—Matt, eso es muy... sincero por tu parte.
—Sí, quizás un perro viejo puede aprender algunos trucos nuevos, ¿eh?
¿Sabes?, he estado yendo a esa terapeuta, y me ha enseñado mucho. Deberías estar orgulloso de mí.
Me mordí la lengua. ¿Y qué si se estaba acostando con su terapeuta? Si ella era capaz de convertirlo en un hombre más amable, estupendo. Eso no era asunto mío.
Matt continuó:
—Y oye, solo para demostrar que lo digo en serio, ¿por qué no dejas que esta vez vaya a recogerlos yo? Podría estar en Bell Harbor hacia las doce y llevarlos a casa de mi hermano Chet un par de días. Ya sabes, quizás quedármelos un poco más esta vez, si te parece bien. Me quedan unos días de vacaciones y echo muchísimo de menos mis hijos.
Apoyé la cabeza en la mano. Aquello era absolutamente increíble. Los extraterrestres se habían apoderado del cuerpo de mi exmarido y de algún modo le habían convertido en humano durante el proceso. Me derretí por dentro. Me sentía tierno. Melisa no paraba de decirme que perdonara y olvidara. Si finalmente él lo estaba aceptando, quizás era el momento de hacer una prueba.
—Los niños también tienen muchas ganas de verte, Matt. Estoy seguro de que les encantará pasar más tiempo contigo. ¿De verdad no te importa recogerlos?
—No, no hay problema. Me va de camino. Asegúrate de que se lleven los chalecos salvavidas por si salimos en el barco de Chet.
—Claro, de acuerdo. — ¿De verdad se estaba volviendo prudente además? Miré por la ventana buscando un cerdo volador.
—Estupendo. Gracias, Stiles. Te agradezco sinceramente que seas tan comprensivo. Chet y sus hijos estarán allí. Iremos a pescar y de acampada en familia, como solíamos hacer. La verdad es que tengo muchas ganas.
Después de despedirnos colgué el teléfono y me senté en el suelo con las piernas cruzadas hasta que Iker me encontró.
— ¿Qué haces, papi? ¿Vamos a ver a padre?
—Sí, cariño, vais a verlo. Y me parece que lo pasaréis muy bien.
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Mi Segunda Primera Vez ||Sterek UA||
أدب المراهقينStiles Stilinski, perfecto esposo, padre y, es un experto en poner orden. Pero cuando el caos invade su hasta entonces vida «perfecta», confía en que unas vacaciones de verano en la casa del lago de su tía, le ayudarán a reorganizarse. Stiles quiere...