El café de cada día

15 1 0
                                    

Frío.

Frío.

Frío.

Los arboles no dejaban de balancearse hacia el norte con la fría ventisca eterna que envolvía estas últimas semanas del año.

Mis ojos se mantenían fijos en la cafetera como si se tratara de algún ser fascinante y mítico de seis cabezas con escamas de colores brillantes, el agua caía hacia el recipiente cambiando de color y en ese instante me permití cerrar los ojos para agudizar el olfato embriagándome del aroma amargo que desprendía. Los vapores que emanaba chocaban contra mi rostro y mejillas relajándome las facciones.

"Como la más suave caricia invisible al tacto."

El sonido del agua chocando entre sí me hizo abrir los ojos perdiéndome de nuevo en las fauces del color marrón, vapor caliente y recuerdos de media noche.

Mis manos temblaban al tomar la cafetera para servir aquel café, la taza se encontraba a menos de 20 centímetros que me parecieron kilómetros al mover mi temblorosa mano por la barra de la cocina, veía el líquido ser vaciado de a poco y a la luz natural de esa helada noche no podía dejar de comparar el color brillante, dulce y cálido de una bebida con el abrazo de un par de ojos mirándome.

"Como el más cálido y tibio hogar andante."

Aún casi sin evitarlo, esas pupilas se cuelan entre mis pensamientos, vienen como ráfagas de viento que me estremecen el cuerpo y se van dejando un tétrico vacío en mi pecho que me hace gritar.

Y gritar.

Y gritar.

Y gritar.

Corro hacia la puerta con desespero, con el pánico atravesado en la garganta como las hirientes palabras de un viejo ebrio que vaga por los rincones de la un día fue mi casa, mis gritos suenan, retumban en las paredes y se vuelven fuertes lamentos que hacen eco en mis oídos al escucharme tan rota y vacía.

Pequeñas gotas de sangre adornando la madera pútrida junto a largos hilillos de rojo carmesí, cual obra tintada en lienzo blanco con diversas manchas y líneas sin sentido creando algún tipo de arte.

El aire comienza a atascarse en mi boca, jadeo con terror a dejar mis pulmones vacíos, secos.

"Como las flores marchitas entre las hojas de mis novelas."

Y ahí estaba de nuevo el pánico a morir, morir sola, la paranoia de ser atrapada antes de escapar, la claustrofobia de sentir las paredes presionarme el pecho con la insistencia de ver mi cuerpo exprimido, la sangre manchar cada rincón de este diminuto cuarto que a cada momento se achica más y más sin dejarme otra alternativa sino seguir clavando las uñas inútilmente.

Lo sentía. Sentía el ardor en mi piel como aquel día. El día en que pensé morir. Sentía la aceleración cardiaca invadir todos mis sentidos, las palpitaciones resonaban en mis oídos como si tuviera los audífonos a todo volumen, el dulce sabor metálico de la sangre en mi lengua, el aroma a sudor que mi cuerpo desprendía por el agotamiento físico, la mirada atrapada en el mismo punto como si mi mirada enardecida fuese a abrir la puerta frente a mí. Y el ardor, el ardor insoportable en mis dedos con cientos de pequeños trozos de madera carcomiéndome la piel con cada rasguño desesperado, la carne desprendiéndose de las yemas dejando la sangre fluir libremente, el ardor expandiéndose... propagándose.

Mi cuerpo da un salto al escuchar algo romperse.

Parpadeo confundida viendo la cafetera en el suelo, rota, los vidrios por todo el piso en fragmentos de diversos tamaños y mi mano roja eh inflamada aun sosteniendo la taza. Al instante retiro mi mano y la muevo tratando de aliviar el ardor que me quema, soplo con los ojos inundados en lágrimas por el dolor que no cede.

"Como el frío que se instala en mis pecho cuando no estas."

Hay café regado por toda la barra hasta el suelo, la taza se encuentra a tope y las luces siguen apagadas dejándome en una oscuridad total que me hace romper a llorar.

Y llorar.

Y llorar.

Y llorar.

***

Mis lágrimas escurren por mis mejillas al ver la venda que cubre mi mano, suspiro entre llanto pensando que nada de esto estaría pasando de no ser por las lagunas de recuerdos que me pasan entre los ojos como los relámpagos en la lluvia.

El reloj marca la media noche y mi atención va directo a la humeante taza blanca que descansa en una mesita frente a mí, sonrío inconscientemente cogiéndola, el alivio me inunda casi de inmediato relajando la tensión de mis músculos al sentir la calidez que ésta desprende en mis dedos fríos, y me pierdo entre los pequeños destellos brillantes que se hacían presentes en el mar de cafeína que sostenían mis dos pequeñas y huesudas manos, me hizo pensar qué; quizás nuestro universo no estaba formado por una Vía Láctea sino por un mar cafetero en el que las estrellas nadaban libremente.

"Como aquellos lagos azucarados que tiene por ojos."

El aroma que me inunda logra penetrar en mi memoria, me golpea como el último recuerdo a lavanda, madera y sudor dulce que disfruté entre la comodidad de un pecho paradisiaco, el abrazo de un hogar protector y la ternura del aura que desprendía el momento.

Y era solo un abrazo más, uno de tantos que hasta ahora no supe admirar realmente, que me pudro en las cuatro paredes de un cuarto frio, con el único confort en el cuerpo de una taza de café entre el pecho. Dolía.

Dolía como el infierno.

Quemaba como el hielo.

Ardía como la intensidad de extrañarte.

Y ahora... noche tras noche, sola, sin ti, con la única compañía de mis enfermos pensamientos, el hilo del que pende mi cordura es tan frágil y voluble como servir el café de cada día.

−Jhayden

Entre cuentos y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora