Capítulo único

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Akaashi no podía quedarse sólo en su habitación, la ansiedad picaba en sus poros y su mente le jugaba pasadas, sentía nauseas y veía que la habitación daba interminables vueltas. Él no eligió nacer en una cuna de oro, de hecho, el prefería no haber nacido en la familia que le tocó. Hijo de una de las más poderosas familias, se preguntaba, ¿por qué él?. Hace bastante poco, se encontraba desayunando y hablando tranquilamente con los empleados de la casa, pero al otro estaba en una cena de compromiso con la primogénita de la familia Shirufuku, una joven bastante bonita pero nada que llamara su atención.

El compromiso lo incluía a él, pero no se enteró hasta que en medio del brindis, su nombre fue dicho junto con el de la joven. Que parecía hasta más sorprendida que él. Su copa resbaló de sus manos esparciendo su contenido en el blanco mantel, y provocando un desastre de vidrios rotos. Sus ojos rasgados, normalmente inexpresivos demostraban una gran preocupación, confusión e impotencia. Se disculpó rápidamente con el sudor recorriendo su cien, sus piernas actuaron de forma rápida y se movieron hasta el baño, donde se encerró a vomitar lo poco que había ingerido en esa horrible cena.

¿Quién mierda le puso el mundo sobre su espalda y no en sus manos?

¿Alguien podía darle un maldito respiro?

Él tenía dieciséis años, no había terminado su segundo año de secundaria. Escuchaba la voz de su madre, de su padre, de sus hermanos exigiéndole que saliera de una vez, que estaba retrasando la cena y por consiguiente el contrato. Atinó a llorar, sus sollozos fueron débiles, lo suficiente como para no ser oído por los demás. Deberían relajarse. Deberían dejarlo malditamente en paz y dejarlo vivir su propia vida. No estaban en el siglo XV, la gente ya no se casaba tan joven y la gente tenía otros gustos. Se lavó la cara con desesperación, se la secó con fuerza, para salir con su naturalmente cara estoica.

Luego de acordar los términos y de la incómoda charla que le obligaron a tener "con la futura madre de sus hijos", esta y su familia por fin dejaron su casa. Se dejó caer en el sofá luego de negarse a despedir a la señorita, que también pasaba por su misma situación. Cuanto menos tuviesen que verse la cara uno al otro, mejor para su estabilidad emocional. Su madre bastante seria, seguida de su progenitor, se plantaron frente a él, diciéndole lo maleducado que fue irse de esa manera al baño, de no querer esforzarse en entablar una conversación con la chica y no querer despedirla. También por no mostrar ninguna reacción de felicidad por casarse con una chica de esa índole. Responsable, bonita, respetuosa y lo más importante, con una gran fortuna detrás de ella. Sus hermanos le repetían lo afortunado que era, que ellos quisieran tener la misma oportunidad que él, hasta que explotó.

—¿Puedo respirar por un segundo?.—Les pregunta con la voz quebrada, los ojos rojos; el corazón roto. Sus familiares y personajes a su alrededor lo miraron con confusión.— ¿Puedo sentarme por un segundo?.—Preguntó largando a llorar como hace mucho no lo hacía.—No lo entiendo, no entiendo por qué yo, fue tan de repente, no quiero mamá, no quiero casarme con ella, por favor.—Suplicaba con sozollos de por medio, siendo observado con sorpresa por los demás. Los trabajadores de la casa, sabían más que nadie la miserable vida que llevaba el chico en su corazón junto con la pesada carga que llevaba en sus hombros. Él quería ser un niño normal, pero su infancia se le fue negada por ser el mayor.

—El trato ya se hizo. No podemos cancelarlo así como así.—Reclama su padre alzando la voz más de lo debido, su hijo estaba siendo muy desagradecido y malcriado. Aún sabiendo en el fondo que el pelinegro nunca en la vida ha pedido nada, no ha sido caprichoso, y nunca les había presionado para asistir a sus competencias en la escuela.—Piensa en nuestra reputación.

—¿Me preguntaste si quería casarme?—La pregunta que nadie quería que fuera lanzada, salió de los labios del destrozado chico. Su padre se aproximó a él con bastante furia y lo sujetó del elegante traje zarandeándolo, pero el de ojos rasgados ni se inmutó ante el brusco agarre. Se veía perdido y apagado, como nunca lo habían visto.

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