Gran parte de mi infancia la pasé en compañía de mi tía. Mis padres trabajan y ella, desde mi nacimiento, se ofreció más que feliz a cuidarme. Ella no podía tener hijos, así que yo me convertí en el bebé que jamás podría tener.
Recuerdo que los días junto a ella eran de lo más divertido, en el parque, jugando videojuegos, saliendo de compras, a los parques de diversiones e incluso al estudio de fotografía donde ella trabaja, precisamente, como fotógrafa. Me gustaba especialmente ese lugar porque las peluqueras y maquilladoras me daban galletas y dulces, además de jugar con mi cabello. Teníamos un saludo entre ambos, incluso llegamos a tener nuestro propio lenguaje secreto que volvía loca a mi madre, aunque ella nunca tuvo problemas de que fuera tan cercano a mi tía, ella adoraba ver a su hermana menor feliz.
Cuándo cumplí seis años e ingresé a primero de primaria, mi tía pensó que era lo suficientemente grande como para poseer mi propia cámara fotográfica. Yo estaba que explotaba de la felicidad, siempre me pregunté porque mi tía sonreía tanto y parecía resplandecer cuando realizaba su trabajo y, con ayuda de mi nueva cámara pude averiguarlo.
La primera fotografía que saqué fue una de ambos, haciendo la señal de paz con la mano y una amplia sonrisa, la de ella perfecta, mientras que la mía estaba incompleta por la falta de dientes. Continúe tomando fotos, a mi madre cuando cocinaba, a mi padre cuando veía y gritaba por el futbol, a mi conejito, regalo de mis padres, a mis compañeros del equipo de fútbol del vecindario, a mi anciana vecina que salía todos los días a cuidar de su jardín -el cual también me permitió fotografiar-. Cada nueva foto se convertía en un tesoro para mí, uno que se volvía tangible cuando iba a imprimirlas junto a mi tía.
Los años pasaron, los juegos se fueron reduciendo, las salidas también y poco a poco dejé de tomar fotografías. Mi tía había enfermado, cáncer de mamas fue el diagnóstico del doctor. ¿Se podía hacer algo? La quimioterapia era la única opción posible para alargar su vida, pero el tumor estaba ya muy propagado. ¿Cuánto tiempo? Medio año.
Al principio mi madre no quería llevarme con ella al hospital, alegaba de que sería una escena demasiado fuerte para mi corta vida, pero no me importaba, quería ver a mi tía. La depresión que me llevaba poco a poco fue incentivo para que mi madre diera su brazo a torcer y cumpliera mi deseo.
Tenía razón, era una escena demasiado fuerte.
Mi tía estaba semi sentada en su cama de hospital, su mano perforada por una vía. No era como había visto en la televisión, había mucho menos equipo de lo que esperaba, lo impresionante fue la apariencia de mi tía. Su larga cabellera negra había desaparecido y ahora su cabeza era cubierta por un pañuelo que, aún así, evidenciaba su calvicie. Su piel estaba más pálida de lo normal, unas negras y pronunciadas ojeras adornaban sus ojos que parecían haber perdido su brillo, haciendo juego con su esquelética figura debido a la pérdida de masa muscular.
Quedé atónito y sin habla. Sentí la mano de mi madre sobre mi hombro en gesto de apoyo, de que ahora que había cumplido a mi capricho, debía ser lo suficientemente fuerte como para enfrentarlo.
Di un par de pasos hacía la cama, captando la atención de mi tía que no tardó en sonreírme. Una débil y agotada sonrisa. No pude contener las lágrimas y me lancé llorando a sus brazos, escuchando vagamente el regaño de mi madre por lo descuidado de mi accionar y que podría haber pasado a llevar algún cable importante. Todo dejó de importar cuando mi tía me correspondió el abrazo lo más fuerte que su debilitado cuerpo le permitía.
Desde ese momento, todos los días después de clases me pasaba al hospital para entretener la tarde de mi adorada tía. Llevé juegos de carta, de mesa, libros que leíamos juntos, mangas y mi tablet para que disfrutaramos de películas, incluso nos sacabamos fotos con la cámara que me había dado hasta que llegara mi madre y luego las enfermeras nos hicieran saber que el horario de visitas había finalizado.
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In memory of...
FanfictionKouyou es un fotógrafo novato que trabaja para la Weekly spooky magazine al cual se le da la oportunidad de su vida para trabajar a un lado de Yuu Shiroyama en torno al caso de un departamento embrujado. Takashima no debería haber tocado nada, pero...