Los corazones que se llaman

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-¿Estas listo?

Preguntó Alfred girando la cabeza a su derecha. Los ojos de Arthur miraban al frente y a pesar de eso, Al, podía notar el miedo en el destello de su iris. La duda se había cernido y una arruga entre sus cejas apareció.

¿Qué es a lo que le temía? Si había hecho tratos con brujas antiguas, se había enfrentado a letales caballeros y paladines, había mentido a gente peligrosa, había aprendido la magia negra y blanca sufriendo grandes consecuencias, había incluso, dividido su alma para llegar más lejos que cualquiera; Y ahora, cargando con sus pesados pecados y pasado, debía dar el primer paso para dejarlo atrás...eso, era lo realmente difícil.

Alfred había tenido días tranquilos a su lado donde los atardeceres les habían servido como el momento adecuado para revelar sus secretos. Cada uno, acompañado con un pinchazo venenoso que liberó el recuerdo doloroso de sus cuerpos.

Preguntas que flotaron en el aire por mucho tiempo por fin fueron contestadas por aquel que había sido tanto y todo a la vez para Alfred. Arthur, le había contado a Alfred, todo su plan y lo que requerirá este para ser llevado a cabo. Su meta, recuperar su libertad. Escapar de su destino ya echado.

-No.

Contestó Arthur entrecerrando los ojos. El aroma al mar salado y las flores le producían escalofríos.

Alfred siguió contemplando aquel rostro que no podía dejar de ver y sintiendo el vago sentimiento de Arthur en su pecho, tomó su mano. Al hacerlo, una energía cálida recorrió su brazo y se anidó en su corazón. Ese tipo de sensación siempre ocurría cuando Alfred le tocaba. Entre más tiempo estuviera en contacto con Arthur, más intenso se volvía.

Los dos pensaban que se debía a que compartían el mismo corazón, eso quería decir, que las sensaciones del otro, podían ser percibidas, pero, evitaban decirlo, ya que ninguno de los dos, se había acostumbrado a esto.

Los dos, compartían un corazón joven, que comenzaba a madurar, que iniciaba a comprender que era el complicado sentimiento de amor.

-¿Qué tal ahora? -Cuestionó Alfred y Arthur hizo un mohín de vergüenza.

-Soy demasiado viejo para esto.-Masculló.

Alfred alcanzó a escucharlo y una sonrisa apareció en su rostro.

-No digas eso. Ven, vamos. No te preocupes, yo estaré a tu lado.

Dijo Alfred dándole ánimos y dando un par de pasos sin soltar a Arthur, lo hizo avanzar con él.

Su corazón palpito deprisa cuando los cardos se balancearon por las corrientes frescas de viento que venían del mar abierto y los acantilados y Alfred junto a Arthur los atravesaron sin sufrir ningún daño.

Arthur observó con apremio los cardos hechizados que mantenían a raya todo mal, incluyéndole a él, en días pasados. Ahora que podía atravesarlos, eso quería decir que...

-¡Alfred!

Arthur alzó la vista y de nuevo su corazón dio un salto al ver aquel joven dragón saludar con entusiasmo al ojiazul.

-¡Peter!

Alfred alzó la mano para devolverle en efusivo saludo y en ese instante Arthur detuvo su marcha. No por el joven llamado Peter, si no, por la mirada intensa de su hermano mayor. Scott estaba en el umbral de su vieja cabaña observándole.

Cría de DragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora