Il grande lavoro

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Europa
Renacimiento
1476 d.C aproximadamente

—Dicen que está loco ¿Por qué alguien se estaría ocupando de él?— murmuraban los hombres. Diariamente esos comentarios circulaban por el pueblo llegando a oídos de su fiel asistente, Ferid Bathory.
El gran dilema. Algunos aseguraban que se trataba de un genio, otros pocos comentaban que no era más que un hombre que había perdido su cordura. Sin embargo ninguno estaba equivocado.

Sentado sobre en banquillo mientras sostenía una pluma con la que plasmaba sus ideas en una hoja, realizaba algunos bocetos que terminarían quedando en el olvido, no dejaba de dibujar cientos de trazos, tantos inventos que ideaba en su cabeza, años de trabajo que fueron robados, y luego estaban sus pinturas,  eran sus creaciones más valiosas, las únicas que se encargaba de proteger y firmar con su nombre.

—Debería descansar, maestro.— sugirió Ferid acercándose a Mikaela. Había pasado días sin un descanso adecuado, pero estaba tan pronto de hacer grandes descubrimientos que no lo consideraba necesario. —¿Sabe? Tengo una marca igual a esa en ese mismo lugar.— señaló a su mano. Tan solo buscaba distraerlo, pero no fue más que ignorado.— ¿Por qué está tan interesado en el boceto de esos inventos?— tomó asiento a su lado mirando la hoja, parecían ideas tan descabelladas que intentaba entender, pero ni siquiera estaba seguro de que alguna fuera a funcionar.

—Me ayudaran a encontrar algo.— respondió. Su cabeza empezaba ya a doler, Ferid podía tener razón, debía descansar.

—¿Y que es eso que debe encontrar?

—No lo sé.— volteó a verlo, tenía sus ojeras bastante notorias, el cansancio lo consumía.— Hay algo, ya te lo había dicho...todos esos sueños.— le comentó, hablarle del tema no le era de agrado, después de todo se trataba de temas que solían atormentarle por la noche y al despertar apenas lograba recordarlos.

—Si no sabe lo que busca no debería desperdiciar su tiempo en ello.

Mikaela sonrió, se trataba de su asistente, pero la manera en que se preocupaba por él era innecesaria. En ocasiones no negaba lo molesto que llegaba a ser, pero valía la pena mantenerlo a su lado.

—Iré por el traje, prepara las pinturas ¿si?— Se levantó y fue hasta otra habitación donde se encontraba dicho traje, se trataba de un elegante vestido de la época. Había aceptado usarlo para Ferid, que trabajaba en la creación de una hermosa pintura que este haría, había una sola condición, al terminarla sería expuesta como obra de Mikaela, para su aprendiz y asistente no había inconveniente, tan solo quería pintar el rostro del rubio, aunque claro, este solo sería su modelo y el retrato no tendría ningún parecido.

Volvió al taller, Ferid ya estaba preparado con las herramientas que necesitara, lucia entusiasmo y lo estaba, pero a la vez se sentía presionado, había sido instruido por el gran Mikaela Hyakuya, debía hacerle ver que no se había equivocado al escogerlo. Sin embargo también estaba en la obligación de realizar una obra excepcional replicando a la perfección las técnicas de retratos que solo un hombre había sido capaz de hacer para hacerla pasar como suya.

La pintura iba decorando el lienzo, había hecho uso de colores de tonos oscuros para crear una obra sencilla, aunque para el resto del mundo albergaría tantos misterios sin explicación.

—¿Ha pensando en algún nombre?— preguntó el pintor, pero Mikaela no respondió, debía mantener su postura y no debía desconcentrar al artista. Los papeles intercambiaban varias horas por semana cuando trabajaban en ella.

Pasaron al rededor de cinco horas para culminar con el trabajo del día. Los resultados parecían cada vez más notorios, Ferid hacia un buen trabajo replicando la técnica de su tutor que consideraba que podría convertirse en un gran pintor a futuro.

—Gioconda, ese será el nombre.—

Caminó de regreso a la habitación, miraba el vestido puesto junto a los accesorios de este, usar una prenda de uso femenino y además representar a tal personaje lo hacía cuestionarse. Es arte. Su cabeza ya era un laberinto donde se había perdido y no habría salida. Solía resolver problemas que nadie siquiera se había planteado, era un genio, pero jamás logró resolver la mayor incógnita que se hallaba en su cabeza, tantos sueño que atacaban cada noche sin poder descifrar de que se trataban ¿Revelaban su futuro? ¿señales de su subconsciente?
Y entonces miraba ese vestido de nuevo, sus sueños no se relacionaban de ninguna manera a ello y aún así en su interior sufría de una sensación inexplicable por todo lo que sucedía. La única que vez que sintió algo parecido fue al encontrar a Bathory ¿Había sido un instinto? ¿El destino? No creía en cosas como esas ni parecidas, pero una coincidencia lo llevó a él y escuchó el agradecimiento, era su mente hablar y esto quedándose como un antiguo recuerdo que luego el tiempo robaría y lo haría olvidar.

—Maestro ¿Está todo bien?— se acercó al rubio preocupado por el retraso de su parte y al llegar continuaba aún vestido con la prenda.

—Prométeme que esta vez no escapará.— agachó su cabeza, un mareo lo atacó en ese momento, quería entender lo que le pasada, un fuerte vacío yacía en su pecho, la incertidumbre y el repentino dolor lo molestaban.

—¿De qué habla? Jamás he escapado y no lo haré, no tengo razones para hacerlo.

Esta vez lo había encontrado primero.

—Bathory.— pronunció.

Si ahora vestía con un vestido podría hacer lo que tantas veces le fue prohibido. Juntó sus labios con los de contrario, por unos pocos segundos sentía como ese vacío se llenaba, su piel se erizaba, era como si hubiera encontrado eso que tanto buscaba. Por primera vez en más de mil años sus labios se juntaban de esa manera.

Jamás lo habían tenido todo

Se había convertido en su mayor temor. La pérdida. O el solo hecho de pensar en que ese momento jamás iba a llegar. Era el misterio de un futuro por el cual Ferid se había arriesgado tantas veces. ¿Cuántas más serían necesarias? Esta vez estaría dispuesto a salvar a Bathory y dar su vida a cambio. Lo encontraría de nuevo

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