Lo inesperado

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Suena la alarma del celular justo a las nueve de la mañana, se escuchaba la lluvia caer y mi cama al parecer tenía un imán humanístico, ¡No quería dejar parar a este cuerpo tan trabajador!  Pero no, tenía que pararme y ni pensar poner esos "cinco minutos más" que fácilmente se convertirían en veinte minutos menos de vida.  Era realmente duro levantarme a las nueve de la madrugada ¿nueve de la madrugada? Pues sí, así le digo, te explico. Siempre me levanto tarde, mi desayuno normalmente empieza a las una de la tarde, luego mi cuerpo pide almorzar en eso de las seis de la tarde y finalmente ceno a las una o dos de la mañana. 

–Ya te puedes imaginar, me llamo Eduardo Rodríguez Reyes, mi problema comienza desde mi nombre, siempre me costó pronunciar la "R" y como vez, mi nombre está lleno de "ERRES". Me describo de piel blanca, unos 5'8 de altura, delgado, pequeños ojos café oscuro , cejas pobladas y cabello castaño ondulado.

Me siento en la cama a revisar quienes me hablaban en el celular, al parecer deje hablando sola a varias personas y como siempre pasa, siempre termino en disculpa y más disculpas. Sin darme cuenta me quede respondiendo las conversaciones que tenía ahí pendiente por culpa de ese insomnio que se convirtió en un sueño maligno, y de repente... Paso algo que no era nada raro en mi, eran las diez de la mañana y todavía no me había duchado, tenía que hacer el famoso record de bañarme en diez minutos exacto, ya que tenía que llegar a una entrevista de trabajo justo a las onces de la mañana, gracias a Dios que existía el metro; pero ni con el metro podría llegar a tiempo. Entre rápidamente al baño, ya echándome agua y con el cuerpo enjabonado, llega a mi cabeza un pequeño inconveniente, me doy cuenta de que deje la toalla en la habitación, y en este caso no tengo otra opción que llamar a mi abuela

– ¡Mama! se me quedo la toalla, pásamela por favor, que estoy tarde.

– ¿Tarde?  Solo porque tú quieres, te vas a tener que esperar porque estoy en la cocina.

– ¡Mama por favor! estoy tardísimo.

– Te repito, ¡porque tu quieres se te hace tarde!

–Y Si, tenía toda la razón, pero algo tenia que hacer, necesitaba salir de ese baño y ponerme ropa muy rápido. Abrí la puerta cuidadosamente, dos centímetros exacto, mire para los dos lados del pasillo y ¡Pum! corrí rápido hacia mi habitación todo desnudo, viendo el reloj con las diez y veinte cinco, me puse una camisa negra, jean azul oscuro, vans negros, me eche perfume y desesperado con el tiempo contado puse gelatina en este cabello difícil de peinar.

Salí rápido hacia el metro, ya eran las 10 y 35, camine rápidamente, bueno no ¡Corrí bastante rápido! El metro queda a unos diez minutos de donde vivo y llegue justamente a las 10 y 40, o sea, cinco minutos exactos.

Justo en la parada, había unas cinco personas las cuales mire de reojo, excepto una chica bien linda, de piel blanca, ojos color miel, cabello largo castaño y unos 5'2 de altura; era realmente pequeña. Tenía una blusa azul donde se podía apreciar su escote, una cintura muy definida y un poco de su abdomen.

Esa chica era realmente hermosa, el amor de mi vida diría yo, el que tanto busque y por fin encontré, estaba de boca abierta, atontado con tanta belleza en una sola persona. Llego el metro y ni siquiera pude darme cuenta, hasta que ella se movió y pude despertar ¿Despertar? No era un sueño, era totalmente real. Entre rápido al metro, casi se cierra la puerta y al parecer el amor de mi vida que esta justamente al frente, lo noto y sonrió, ¿Sonrió de que casi me estrangula esa puerta? o tal vez noto que me tenía idiotizado.

Esos ojos color miel estaban mirándome y no lo podía creer, necesitaba hacer algo ¿Pero el que? ¡Lo sé! hablarle ¿Pero hablarle de qué? Por lo menos su nombre debo preguntarle y justo cuando decido hablarle... Llego el metro a la parada de mi destino, donde tenía que quedarme y no tuve ese valor de hablarle. El pensar que no volvería a ver esa chica me decepcionaba, pero debo seguir.

Nuestro destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora