Recuerdo el día en que llegué a casa de Hoseok, él tenía cinco años y chilló emocionado al ver a su nuevo gatito de peluche.
En aquellos entonces mi tela era de un blanco inmaculado y mis orejitas lucían un dulce rosa en su interior. Veinte años después mi naricita ha perdido el color, el cascabel que adornaba mi pecho ha desaparecido y aquel blanco tan puro que me recubría ha sido percudido por el paso del tiempo.
No es que Hoseok no me cuidase o quisiera; por el contrario, no nos hemos separado desde que me tomó con fuerza entre sus pequeños bracitos.
Recuerdo cuando me escondió en su mochila porque tenía miedo de comenzar su primer día de clases y en cuanto la campana del recreo sonó corrió al baño para verme. Su carita de tristeza al notarme apretado entre sus pertenencias y como juró ser un niño valiente para no tener que llevarme de nuevo es uno de nuestros recuerdos favoritos juntos.
Sin dudas el mejor de todos nuestros momentos fue una tarde de noviembre, cuando estábamos en el sofá viendo una propaganda -en espera de un programa infatil- en el que un pequeño conejito blanco comía una galleta y enseñaba a los pequeños televidentes que el nombre de la marca era "Yoonie's". Hoseok no comprendió en ese momento que se refería a la marca de aquella galleta y reía emocionado mientras proclamaba que su mejor amigo era un Yoonie, aquel día nació mi nombre.
Hemos pasado junto todas las emociones.
Cuando era pequeño y sus padres lo regañaban o castigaban; me abrazaba llorando mientras decía que los odiaba y prometía irse de su casa en cuanto pudiera. Yo reía internamente mientras sus lágrimas se absorbían en mi tela al saber que todas aquellas palabras serían olvidadas al día siguiente.
Cuando vio en la tele que los adultos al casarse se besaban y decidió practicar conmigo, para así no pasar vergüenza cuando se casara algún día.
Cuando Taehyung venía a casa con su peluche Koya y hacían largas y divertidas pijamadas mientras jugaban a casarse con nosotros.
Cuando tuvo su primer enamoramiento y pasaba tardes enteras contándome lo hermoso que era ese niño Jimin y la forma tan dulce en que sus ojos desaparecían al sonreír.
Cuando el perrito de su vecino Jungkook entró a su habitación y me arrancó una patita y Hoseok lloro hasta que se madre la cosió nuevamente.
Cuando tuvo su primer novio y desde la cama lo veía sonreírle al teléfono mientras se mandaban mensajes.
Cuando le regalaron una computadora y pasamos infinitas horas frente a la pantalla viendo porno.
Cuando le rompieron el corazón por primera vez y volvió a abrazarme con fuerza mientras las lágrimas se perdían en la piel de mi abdomen y pasaba noches en vela acurrucado preguntándose por qué no era suficiente.
Cuando conoció a ese muchacho NamJoon y me colocaba entre la cama y la pared para que sus padres no escucharan los golpes que producía el inmueble cuando tenían sexo.
Los años han pasado y lo he visto transcurrir por todas las etapas; infancia, pubertad, adolescencia y ahora lo veo convertirse en un joven adulto. Uno que debe marcharse a la universidad y que ha decidido dejarme atrás, junto con todas aquellas pertenencias que lo hacen sentir inmaduro.
Y yo me siento realmente triste.
Triste porque mi niño se va y aún más apenado porque nuestro ciclo ha finalizado. Porque soy sólo un juguete y tengo que dejarlo ir.
Si pudiera llorar seguramente estaría inundado en un mar de lágrimas en este momento, con mi afelpado corazón destruido ante nuestra despedida inminente.
Lo observo por la ventana de su habitación cargar en su automóvil las últimas cajas que llevará a su nuevo departamento frente a la universidad, resisto el impulso insensato de correr en su dirección y pedirle que me lleve con él, rompiendo todas las reglas de mi mundo por el deseo egoísta de aferrarme a su amor.
Abstraído en aquel pensamiento concreto no noto su presencia hasta que entra en la habitación para revisar una última vez que no está olvidando nada, sus ojos se posan en mi unos segundos antes de voltearse y dirigirse hacia la puerta.
Pero se detiene.
Camina hasta la cama donde me encuentro y me toma delicadamente —¿Qué debería hacer contigo? Sé que se supone he madurado y ya no te necesito, pero me siento realmente mal por dejarte.— me contempla en silencio y puedo ver en sus ojos el debate interno que lo atormenta. Si pudiera respirar seguramente hubiese estado conteniendo el aire y luego mi corazón hubiese dado un brinco de alegría cuando escuché sus próximas palabras — Al diablo, si alguien pregunta diré que te guardo para mis futuros hijos.
Ahora si tengo su permiso. Bueno, tengo su perdón, pero algo es algo uwu.