Capítulo 7: Agridulce

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    Ambas caminaban por una de las calles cercanas a la costa. Habían salido temprano después de desayunar algo en la casa donde se estaban quedando.

    Al parecer era un lugar turístico, pues había una buena cantidad de gente paseando y comprando distintas cosas. Las chicas miraban en los locales y veían los distintos atractivos del pueblo.

    Lapis Lazuli lamentaba no llevar ningún teléfono celular para tomar alguna fotografía, realmente sería lindo ver y recordar su experiencia ahí.

    —Lapis —Peridot tomó una de sus manos y la sacó de sus pensamientos.

    —¿Sí?

    —Vamos a caminar a la playa, por favor —sonrió.

    —¿Estás dispuesta a llenarte los pies de arena? —rió.

    —¡Claro!

    —De acuerdo.

    La rubia llevó de la mano a la pelinegra, en la playa ya había un par de personas. Se quitaron los zapatos y se adentraron en la arena.

    El aroma a sal se sentía tan bien.

    Sin darse cuenta recorrían la orilla tomadas de la mano y sonriendo. No salía palabra alguna de sus bocas, simplemente avanzaban disfrutando del ambiente.

    —¡La pelota! —gritó una niña.

    Las chicas se soltaron y la pelinegra tomó la pelota de playa, caminando un poco para regresársela a la pequeña castaña.

    —Gracias —sonrió—. Oh, ¿no les gustaría jugar con nosotros? —apuntó a un grupo de niños de distintas edades.

    —Mmm... ¿no sería algo injusto que jugáramos siendo mayores? —preguntó la ojiazul.

    —Una y una —sonrió—. ¡Por favor! Es que somos pocos, pero les prometo que será divertido.

    —Cierto, hay que divertirnos —dijo Peri—. ¿Sí? —le sonrió a la pelinegra.

    —Okay —sonrió apenada.

    —¡Sí! ¡Vengan! —corrió hacia los otros.

    Comenzaron a jugar voleibol con aquellos niños, cada una en un equipo. Todos se estaban divirtiendo, Lapis y Peridot se burlaban de la otra todo el tiempo.

    En un momento del juego hicieron una apuesta, quien ganara le daría algo a la otra.

    Peridot y su equipo habían resultado ganadores al momento en que los niños se cansaron y llamaron a varios para comer.

    Cuando casi todos se retiraron una mujer llegó y cargó a la pequeña que las había invitado a jugar.

    La manera en la que la alzó y le sonrió había encantado a Lazuli, incluso la había dejado sonriendo.

    Cosa que Peridot notó.

    Ambas tomaron sus pertenencias y volvieron a caminar por la orilla, pero solo por un par de minutos, pues la ojiazul se detuvo y dejó caer su mochila y zapatillas.

    Volteó hacia el mar, dio un gran suspiro y se sentó viendo hacia el horizonte.

    La rubia se quedó de pie observándola por unos segundos, no entendía por qué lo había hecho de repente. Volteó hacia donde ella y sonrió, era una vista bastante hermosa.

    —Entonces —se sentó a su lado—. ¿Te has enamorado del paisaje o por qué tanta atención?

    —Un poco, pero solo quería sentarme y pensar a gusto.

    —Ya veo.

    —¿Viste su cariño?

    —¿Ah?

    —El amor maternal.

    —Oh... ¿te refieres a lo de ahorita?

    —Sí.

    —¿Quieres tener hijos o por qué lo dices?

    —No, no —rió—. Es que... mi madre me veía así...

    —¿Sí?

    Asintió.

    —A veces quisiera volver a sentir algo como eso.

    Peridot se quedó en silencio.

    Pensaba en dónde estaría la madre de Lazuli. En realidad, pensaba en todo lo que podía relacionarse con la pelinegra. Aunque llevaba semanas viajando con ella no sabía mucho sobre la chica.

    Lapis era casi un enigma.

    —Peridot —su voz fue tan suave.

    —Dime.

    —Estoy viajando porque quiero verla —bajó la mirada—. Salí de mi casa porque la estoy buscando.

    —¿Dónde está?

    —Creo que lo sé, es en un pueblo o zona, algo así —se apenó—. Bueno, en realidad no lo sé, no exactamente. No te has dado cuenta pero usualmente pregunto por ella o por las personas que mi madre llegó a mencionar cuando yo era pequeña. Tengo tantas ganas de verla y por eso que no me gusta detenerme tanto... Pero quería conocer, es por eso que viajo de esta manera —sonrió levemente.

    —Oh, ya entiendo —suspiró, aún pensando en todo eso que acababa de decir.

    —¿Sabes? Estuve tanto tiempo encerrada y negada al mundo... simplemente me cansé y decidí que era hora de ser libre y por supuesto, ir en busca de mi madre.

    —Pues vaya travesía —sonrió la rubia—. Pero... creo que eres muy valiente al hacerlo.

    —Supongo.

    —Me alegra que hayas querido que te acompañara.

    —Es de las mejores decisiones que he tomado en mi vida —rió—. Gracias, Peridot.

    La ojiverde le regaló una bella sonrisa.

    Lapis Lazuli regresó su vista hacia el mar, la rubia se acercó más a ella. Después de unos segundos la ojiazul recargó su cabeza sobre el hombro de la otra.

    «Por favor, Lapis, no veas mi rostro, debe estar rojo.»

    Peridot se sentía tan apenada.




Sin hogar | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora