Capítulo 8: Nunca volvió

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    La pequeña de ojos azules estaba sentada frente al comedor, mecía sus pies y mantenía un semblante triste.

    Levantó su rostro asustada al escuchar pasos fuertes, su mamá salió de una habitación arrastrando una maleta.

    La mujer de cabellos oscuros y ojos azules se detuvo junto al comedor, sollozando.

    —Mamá —la preocupación se notaba en su voz.

    —Lapis.

    —¿Vas a irte?

    La miró a los ojos.

    —Sí...

    —¿Por qué?

    —No puedo seguir aquí, odio esto —murmuró—. Odio tener que estar atada a tu padre, a esta ciudad, esta casa, ¡todo!

    Su corazón se sentía estrujado al ver a su madre llorar de esa manera.

    Pero ya era tan común.

    —Iré a buscar algo mejor.

    —¿Me vas a llevar, mami?

    La mujer la observó por algunos segundos y por fin bajó la mirada.

    —No —susurró negando con la cabeza.

    —¿Por qué no?

    —Escucha —se acercó y tomó sus manos—. Iré al mar, a donde yo pertenezco y voy a trabajar para comprar una casa, una solo para ti y para mí —sonrió—. ¿De acuerdo?

    —¿Entonces vas a volver por mí? —se alegró.

    —Claro, lo haré.

    —Pero no te tardes mucho, ¿sí?

    —Lo prometo —se separó y sacó algo de su maleta, apenas y la había abierto—. Toma, mi pequeña oceánide.

    —¿Otra caja de música? —la sostuvo—. Pero es tuya y además es tu favorita.

   —Ahora es tuya —infló sus mejillas—. De todos modos la tendré de vuelta cuando nos reunamos.

    —La cuidaré por ti —esbozó una sonrisa.

    —Estoy segura de que así será. Bueno, debo irme antes de que regrese tu padre.

    —¿Y qué le voy a decir?

    —Nada, le dejé una carta en el clóset.

    —Bueno...

    —Tu pastel está en el refrigerador, come un poco y luego termina tu tarea.

    Lapis asintió.

    —Mami.

    —¿Sí?

    —Vuelve pronto.

    Un año.

    Y celebraba su octavo cumpleaños con un padre ebrio que casi se mataba en la entrada de la casa.

    Otro más y ella esperaba en la parada de autobuses cuando cumplía nueve.

    Su décimo cumpleaños no fue celebrado, su padre llegó a media noche directamente a la cama.

    Para el año siguiente se puso a escribir cartas, una vecina le había ayudado a dejarlas en la oficina de correos.

    Un año, otro, otra más, uno tras otro.

    De nuevo otro.

    «Mamá nunca volvió.»

    —Qué triste... —murmuró después de soplar dos velas de cumpleaños que formaban el número 18.

    Cubrió su rostro y se recargó en el respaldo de la silla sollozando.

    De nuevo sola.

Sin hogar | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora