Después de tomar el sobre se sentó frente a la puerta, mirando a Peridot, quien se encontraba al otro extremo del jardín.
Y fue así por largos segundos.
La rubia sabía el dolor por el que su compañera estaba pasando. Tragó saliva y volvió a fijarse a los lados, caminando un poco hasta toparse con una joven mujer de cabellos cortos y claros, traía bolsas de mandado y estaba a punto de entrar a una casa cercana a la de la madre de Lapis.
—Disculpa —se acercó y la muchacha se volvió.
—¿Sí?
—Estoy buscando a la señora Vaitiare, vive a tres casas de aquí, pero tal parece que no se encuentra, ¿tiene idea de dónde puede estar?
—Pues en su trabajo no, ella sale por las mañanas, a esta hora debería estar en casa —se quedó pensando—. No, realmente no sé dónde pueda estar, lo siento.
—No pasa nada, gracias de todos modos —sonrió.
La joven asintió y entró a su casa.
Peridot caminó sin prisa hacia donde se encontraba Lapis. Su corazón se sentía estrujado, tenía un mal presentimiento sobre todo eso.
«Nunca más quiso verla, ¿verdad?»
De nuevo se quedó al otro extremo, Lapis seguía sentada frente a la puerta, pero esta vez veía hacia el cielo nocturno.
—Volví a tocar —dijo de la nada.
—Lapis...
La ojiazul sollozó y aún viendo hacia las estrellas las lágrimas rodaron por su rostro. Cualquier rastro de esperanza estaba desapareciendo, comenzaba a aceptar la realidad a la que tanto se había negado.
«Supongo que es suficiente.»
Se talló los ojos y bajó su mirada, abriendo el sobre y sacando la carta que llevaba dentro. Extendió la hoja y comenzó a leer.
"Nunca pasó por mi mente la idea de que fueras a perdonarme, yo sé que no lo harás, por más grande que sea tu corazón. Sé que el daño que te he hecho no puede desaparecer como si nada. Me fui cuando eras una niña y te mentí, yo jamás regresé ni cumplí mis promesas. Y sé también que no merezco tenerte de nuevo, no sería justo para ti, y entiendo el rencor que debes sentir ahora. Te pido que no me busques más porque no podría verte a los ojos, no merezco tus abrazos ni que me llames madre. Yo me convertí en una desconocida y es totalmente mi culpa, solo mía, fui yo quien se marchó. Yo lo hice todo mal. Estoy consciente de que no servirá de nada decirte que no te sientas mal, pero la vergüenza me consume, me odio por haberte lastimado más a ti, quien justamente era la menos culpable de mis asuntos. Lapis, de lo único que puedo estar segura es de que debes estar mejor sin mí.
Pequeña oceánide, yo nunca fui lo suficiente para ti.
Lo siento."
Retiró su vista del texto. Sus manos temblaban, tenía un nudo en la garganta y su vista se nublaba por las lágrimas.
«Sí, es suficiente.»
—Aunque pasen cosas muy malas, recuerda que siempre me tendrás a mí, siempre tendrás mi amor.
«Nunca quise aceptar que su mirada cariñosa y voz tan sincera fueran a fallarme.»
Guardó la carta en el sobre y se puso de pie, caminando hacia el frente cada vez con más prisa.
—Lazuli —extendió una mano para detenerla—, espera...
La pelinegra salió corriendo, la había escuchado sollozar. Peridot sujetó bien las mochilas y salió detrás de ella, ambas corrían por aquella solitaria calle.
—¡No conocemos este lugar, vamos a perdernos! ¡Por favor detente!
—¡No!
Lapis Lazuli llegó a una avenida y cruzó sin fijarse a los lados. Había visualizado la playa del otro lado y quería llegar allá.
—¡Basta! —el corazón de la rubia se detuvo cuando la vio cruzar, afortunadamente no venía ningún vehículo—. ¡Lapis!
Peridot gruñó y se fijó hacia ambos lados, dejó pasar un auto y por fin cruzó. Llegó a la playa, sus pies se hundían en la arena mientras trataba de llegar hacia la joven.
—Por favor, espera...
La vio caer y permanecer ahí, por fin se había detenido.
Llegó hasta ella y se hincó, tomando su rostro con ambas manos. A pesar la poca luz lograba distinguir su expresión.
Estaba rota.
Lapis Lazuli se acercó más a Peridot, dejando su rostro escondido en su cuello. Pero se retiró pocos segundos después.
La rubia se dio cuenta de que había jalado su mochila, una vez que se encontraron separadas la vio abrir el cierre y sacar algo.
La caja de música.
—¿Lazuli?
La joven se puso de pie y dio un par de pasos hacia el mar.
«Nunca volvió.»
—Nunca me buscó...
«Nunca me quiso.»
Comenzó a llorar con fuerza, apretando la caja y gritando de desesperación. No le importó si alguien estaba cerca, si la escuchaban.
—¡Nunca me quisiste! —la arrojó con fuerza hacia el mar—. Hice este tonto viaje para encontrarte... —cubrió su rostro—. Y no funcionó...
Cubría su rostro mientras lloraba con fuerza. Aquel sentimiento que no podía describir la estaba consumiendo.
En esos meses se había hecho expectativas de cómo sería ver a su mamá de nuevo y justo ahora descubría lo ingenua que había sido.
Después de todo, era la pequeña Lapis Lazuli quien anhelaba a su madre.
Aquella niña interior, triste y solitaria.
Todos esos recuerdos de ella misma llorando y preguntando por aquella mujer invadían su mente. Era su infancia resumida en imágenes dolorosas.
—No nos ama, Lapis.
—No digas eso, ella volverá por mí, es mi mami, ella me ama.
«No, ella no me quiere... y en realidad, nunca nadie me quiso.»
Lapis Lazuli gritó de dolor, moría por dentro.
Peridot cubrió su boca y lloró también. Era la primera vez que se sentía tan inservible en una situación.Porque después de todo, ¿qué podía hacer por ella?