Capítulo 11: Ámbar

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    —¿A dónde vamos, Peridot?

    —No lo sé —seguía tomando su mano—. Simplemente hay que avanzar.

    —Ya no quiero, no tiene caso.

    —No digas eso —volteó a verla, todavía tenía los ojos hinchados—. Aún podemos seguir viajando, ¿no?

    —Sí pero... ya no tengo un propósito para hacerlo —la miró a los ojos—. No encontré a mi mamá. Salí de casa por ella y fracasé.

    —¿Te arrepientes de haber conocido tantos lugares? ¿De haberme conocido?

    —No —dijo de inmediato—. Claro que no, de eso nunca.

    —¿Ves? Has hecho cosas maravillosas en estos meses, cosas que no imaginabas.

    —Eso es cierto —sonrió levemente—. Peridot.

    —¿Qué?

    —Gracias por intentar subirme el ánimo.

    La rubia sonrió.

    —Solo quiero que te sientas bien.

    —Tal vez luego, ahora simplemente siento que no es un buen momento —bajó la mirada, en su mente seguían grabadas las palabras escritas en la carta de su madre.

    —Ey.

    —¿Sí? —la miró de nuevo.

    —Seguimos en la costa, ¿quieres ir a nadar?

    —No estoy segura.

    —O recostarte en la arena, puedo enterrarte si quieres.

    Lapis rió un poco, asintiendo después.

    Pasaron la mañana en una playa poco concurrida. Había varios turistas, pero no eran tantos en comparación a otros lugares.

    Guardaron sus cosas en un lugar cerca de la playa y se fueron a jugar al mar, después, como Peridot dijo, ella enterró a Lapis. En ese lapso la rubia intentó tocar algo para la pelinegra, aunque había sido un desastre. No había puesto nada de atención en las clases que la ojiazul le había dado.

    Cuando la rubia desenterró a la otra ambas se sentaron a platicar un poco, después de eso Lapis Lazuli se dirigió a una de las regaderas.

    Le había dicho a la ojiverde que iría por algo de dinero para comprar unas bebidas y que volvería pronto.

    Después de tomar el dinero la peliazul se fue en dirección a un puesto, pero de camino algo llamó su atención. Un par de personas estaban reunidas y murmurando palabras que no entendía del todo bien. La curiosidad le ganó y se acercó, abriéndose paso entre la gente, descubriendo que un señor delgado y con barba estaba moviendo un par de vasos sobre una mesa.

    —Quien adivine dónde está la pelota ganará el dinero.

    —Qué difícil, ya me perdí —susurró alguien.

    —Me rindo —habló otro.

    —Apuesto que está en el tres —dijo en voz baja alguien junto a ella.

    —Si tan seguro está, ¿por qué no le dice? —llevó su mirada a él, exaltándose de inmediato por el color de sus ojos.

    Ámbar.

    «Qué bonitos.»

    —Yo no necesito el premio, tal vez alguien de aquí sí.

    «Sí, alguien como yo.»

Sin hogar | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora