Trigésimo noveno

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Me detengo antes de pasar el umbral de la habitación, él luce tan pálido, al menos está tranquilo, la abuela le da un beso en la frente, pasa junto a mí, pero no me dice nada.

Sé que está sufriendo al verlo sufrir, han pasado por muchas cosas juntos, la verdad es que no dudo del amor que se tienen. Es solo que duele el solo pensar que si uno se va, él otro lo va a seguir al poco tiempo. 

Me acerco a la cama, él me sonríe como si tratara de esconder su dolor. No lo sabe, pero la única palabra con al que lo describiría sería fuerte, perder a su única hija no fue fácil para ellos. Ni tampoco intentar criar a su única nieta. A pesar que mi tía Angelina, la mamá de Salvador me insistiera tanto en que viviera con ellos, no podía dejarlos a ellos. Soy lo único que tienen y ellos lo único que tengo yo.

-Hola, princesa bonita.-Sus palabras rompen algo en mí, el sonido de su voz es cansado y carcome lo último que me quedaba de valor. Las lágrimas aflojan y comienzan a salir. 

-Hola, abuelo.-mi voz sale en un susurro, lo abrazo o eso intento sin molestar ninguno de los cables que tiene pegado.  Me siento junto a él, su cabello rizado y blanco, tan característico de él con su candado de barba que parece algodón. 

-Quiero que sepas algunas cosas... -toma aire.-lo primero es que te amo, eres quien le dio luz a nuestra vida después de que tu madre partiera. Lo segundo es que no te dejes engañar por tu abuela, ella ha estado escondiendo que también está mal, su presión alta siempre la ha molestado. Pero debido a todo este ajetreo ha estado peor, ella no ha querido ayuda. Quizá estamos hechos el uno para el otro porque el uno es más terco que el otro.-suspira.-Sé que ella no lo va a decir porque está preocupada, pero ya hemos hablado de esto antes, sabes cuales son nuestros deseos. No quiero ser sepultado, quiero que mis cenizas vayan al mar. Quiero estar en el lugar de la libertad.-Toma una de mis manos.-Quiero que regales todas nuestras cosas, no te quedes con nada, la vida sigue... y esas son solo cosas. Pero, hay una cajeta bajo la cama, búscala cuando todo este alboroto acabe, esa cajeta es lo único que debes conservar... bueno, no ella, lo que lleva dentro. ¿Entendido, señorita?

-Sí, señor. 

Besé su frente, me apoyé solo un poco en su pecho, para escuchar su corazón por un momento.




Quisiera decir que las cosas fueron bien desde ese instante. Pero no fue así. Mi abuela quedó en intensivos en la última recaída del abuelo, no aguantó. La presión se le disparó y en cuestión de minutos, ella se había ido. El abuelo no se recuperó, dos días después de la abuela él también le dijo adiós a todo. La verdad no recuerdo mucho de nada, solo el dolor y el como alguien me sostuvo cuando perdí el control de mí al esperar por noticias, que fueron fatales.

Miro mi reflejo en el espejo frente a mí, Rhett detrás está anudando las cintas que lleva mi vestido, es blanco. Mis abuelos deseaban que los despidiera de ese color, él llevaba una camisa blanca también. Sé que han pasado algunos días, pero no estoy anuente a cuantos. Él toma mi mano, mira a mis ojos y me regala una sonrisa, de esas que intentan darte valor, no sé como reacciona mi rostro, pero él parece tan desalentado como yo.

Bajamos la escalera, me guía hasta abrirme la puerta del copiloto, la cierra cuando ya estoy en el auto, él ingresa al lugar del piloto, respira hondo y conduce. 


Rhett aparca el auto, reconozco el lugar. Vinimos aquí una vez, a ver las estrellas. Pero ahora mismo es alrededor de las cuatro de la tarde y lo que vamos a hacer es ilegal. No se supone que debamos tirar cenizas al mar, o eso fue lo que nos dijeron en el hospital. 

Tomo las dos urnas en brazos antes de bajar, Rhett ayuda con abrir la puerta para que pueda salir. Caminamos hasta el borde.

Siento mis ojos arder, logré decirle adiós al abuelo, no pude despedirme de mi abuela, no pude decirles que tanto los amaba, no pude agradecerles por todo lo que hicieron por mí, como dejaron todo y se sacrificaron por mí. No los volveré a verme sonreír después de regresar del trabajo, no escucharé sus comentarios graciosos sobre su vida privada o sobre mi vida sexual, no tendré brazos para refugiarme en los malos días, no tendré sus sonrisas en mi vida, ni sus dedos tocando mi nariz diciendo que iban a arreglarla de esa manera. No tendré su amor. 

Abro la urna de la abuela a la vez que Rhett abre la del abuelo, dejamos que se vayan con el viento. Que con la brisa lleguen al mar, que sigan su eterno viaje juntos. Ellos son de esos que encontraron un amor uno en un millón y definitivamente no podían vivir el uno sin el otro. 

Caigo al suelo, de rodillas. Siento las lágrimas calientes resbalando por mi rostro. Unos brazos llegan a mi consuelo, me abrazan y me sostienen. Y por ese instante puedo imaginar que no estaré sola, que aunque ellos se han ido, en este abrazo estoy aún en casa. 

Matrimonios & ConvenienciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora