El mundo oculto

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A la mañana siguiente, despertaron los niños sin rastro alguno de sus padres a su lado. Salieron a proa encontrándose con ellos dirigiendo el barco y asegurándose de que la vela recibiera solo la cantidad de aire necesaria para no ir ni muy rápido ni muy lejos en caso de cualquier obstáculo. No muy lejos hacia el horizonte se podía distinguir una enorme cortina de niebla.

-Ya llegamos-, anunció Hipo. Los niños se emocionaron por estas palabras, aunque amenazante pared de humo blanco no les parecía buena señal.

El barco penetró la niebla. Los niños no sabían que hacer, nunca habían estado en una situación así. No se veía nada a más de dos metros de distancia. Nuffink estaba perdido y asustado entre lo que parecía ser un montón de nubes, pero se encontró con su padre y lo abrazó. Este notando el temor de su hijo se le acercó más.

-Tranquilo, no pasa nada, es solo niebla-, dijo el hombre con tono suave esperando a que su hijo se tranquilizara. El niño asintió haciéndole entender a su padre que confiaba en él. Hipo levantó al pequeño Nuffink y lo sostuvo con un brazo, luego, se acercó más hacia el centro del barco y con la mano que le quedaba libre le acomodó el cabello a su hijo revelando sus radiantes ojos de jade y le dijo:

-Ocupo que me ayudes, Nuffink. Quiero que mires hacia el frente, a babor y a estribor y me digas si ves algo. Tú serás mi guía, ¿está bien?

El niño volvió a asentir ayudando a su padre a guiar el navío. Él le advertía a su papá sobre una que otra roca que veía en frente y este lo felicitaba con orgullo.

Mientras más avanzaban la niebla se empezaba a disipar. El pequeño miró a su alrededor viendo por fin a su madre y a su hermana. Ellas estaban muy cerca del borde viendo si se encontraban con algo. Zephyr se encontraba algo nerviosa también por la situación; sin embargo, su madre la tranquilizó rodeándola con sus brazos y miraron hacia afuera del barco en busca de algo maravilloso.

La niebla estaba por terminar de bloquear la vista cuando Hipo y Nuffink lograron ver algo. Era una pequeña cordillera de rocas sobre las cuales descansaban un dragón cubierto de escamas de obsidiana al lado de una elegante dragona de escamas blancas. Detrás de ellos emergieron tres pequeños dragones de silueta similar, pero con manchas blancas y negras por todos lados. El niño reconoció uno de los dragones: era el Furia Nocturna, el dragón que su padre les había dibujado hace poco. Astrid volteó la cabeza para encontrarse con esa hermosa imagen y le señaló a Zephyr lo que veía.

El Furia Nocturna reaccionó al ver el barco: se levantó de inmediato, después arqueó la espalda, como si se sintiera amenazado, y saltó. La familia perdió de vista a la bestia por unos pocos segundos hasta que este aterrizó en el codaste frente a ellos. Nuffink pudo ver al dragón más de cerca, enfocándose primeramente en sus ojos: su mirada le recordaba mucho a la de su padre solo que esta era más amenazante; y eso él lo sabía perfectamente, él había presenciando esa mirada antes con el Cortaleña, justo antes de que lanzara una llamarada hacia él. Era aterrador.

Hipo notó a su hijo nervioso y no lo culpaba por eso, es más, él también lo estaba, su amigo no parecía reconocerlo y eso le preocupaba. Hipo bajó a su hijo con cuidado y lentitud y, luego, él corrió junto con Zephyr a los brazos de su madre. Ninguno de los tres apartó la vista de lo que veían. ¡¿Qué le iba a hacer ese dragón a su padre?! 

El dragón se acercaba colocando cuidadosamente una pata delante de la otra mientras gruñía, dirigiendo su filosa mirada hacia el hombre que tenía en frente. Hipo no sabía que iba salir de esa situación, pero él sabía que tenía que reaccionar rápido; qué iba a hacer. Él caminó lentamente hacia el dragón con las manos arriba tratando de hacerlo recordar con su voz; sin embargo, el furia nocturna no cambiaba su posición. Los niños estaban aterrados mientras que la tensión no les permitía respirar; un movimiento en falso y no volverían a ver a su padre nunca más, si es que la bestia les permitía salir de ahí con vida.

Eso era todo, en cualquier momento la criatura iba a abalanzarse sobre el hombre, haciéndolo pedazos debido a que lo veía como una amenaza para sí mismo, para su pareja e inclusive para el resto del mundo oculto. Hipo ya hasta podía escuchar las voces del Valhalla dándole la bienvenida.

Pero Hipo sabía que así no terminarían las cosas, no podía permitir que su familia viera tal tragedia. Además, él no tenía en frente a un simple dragón que quería defenderse; ese era su mejor amigo y solo tenía que recordarle que lo era. Al igual que el día que habían convivido por primera vez: Hipo solo estiró la mano, cerró los ojos, volteó el torso hacia su esposa e hijos y respiró profundo, solo había que dejar que el dragón decidiera si era una amenaza o no...

...

...

El furia nocturna se abalanzó sobre el hombre y lo empapó de saliva por todo el rostro con su larga lengua. Hipo reía mientras que el dragón saltaba de un lado a otro acorralando al hombre en el suelo debajo de sus patas. Los niños no sabían que estaba sucediendo y eso los tenía preocupados, pero su padre reía y le hablaba al dragón con cariño. Su madre también reía.

-No se va a comer a su padre-, dijo ella entre risas

-¡A mí también me da mucho gusto verte amigo!-, dijo Hipo mientras jugaba con su dragón. -¿Que tal la prótesis de tu cola, quieres que la aceite y le haga ajustes?

-Véanlo-, dijo Astrid a sus hijos notándolos temblorosos, -él está bien. ¡Son amigos!

Hipo se reincorporó, pero, incluso estando sentado, luchó por mantener el equilibrio debido a los poderosos lenguetazos de Chimuelo.

-¡AH! ¡Guácala!-, exclamó. Luego volvió a ver a sus hijos, -Vengan.

-Vayan con él, no pasa nada-, animó Astrid a sus aún petrificados hijos.

-Sin miedo, no los lastimará-, aseguró Hipo. Cuando Nuffink y Zephyr alcanzaron a su padre este los acercó más al dragón y tomó sus manos. -Estiren sus manitas...así.

Zephyr y Nuffink no esperaban la oportunidad para salir corriendo. Zephyr hacía la espalda hacia atrás, mientras que Nuffink se cubría los ojos porque pensaba que en cualquier momento el dragón le iba a mordisquear la mano.

Chimuelo miró cuidadosamente a los niños, su respiración era suave y su mirada era tierna. Les olfateaba cada vez más de cerca,

-Dejen que se les acerque...- dijo Hipo.

El dragón depositó con confianza su nariz sobre las manos de los pequeños. Ellos estaban fascinados, su nariz se movía junto con su respirar, y mejor aún, ¡era amable! Los niños no solo estaban asombrados sino que sentían como si hubiesen encontrado a un lindo animal que solo quería ser amigo de ellos, era un momento muy ameno. Hipo observaba la escena con orgullo: sus ojos se iluminaban increíblemente mientras observaba los rostros asombrados de sus hijos al tener de cerca a tan maravillosa criatura.

Los niños volvieron a ver a su padre y empezaron a saltar, aún con sus manos sobre el dragón, -¿podemos montarlo, podemos montarlo?

-Paciencia, niños-, dijo Astrid. -No sabemos si pueda montarlos a los tres al mismo tiempo.

-¿Tres?-, preguntó Zephyr

-Sí, ¿acaso creían que volarían solos a Chimuelo a cientos de metros de altura?-, respondió a Astrid mirando a sus niños con cara sarcástica, aunque ellos hablaban en serio.

-Su mamá tiene razón, él cargaría mucho peso como para volar-, dijo Hipo mientras acariciaba la cabeza de Chimuelo... -¡Trae a Tormenta!-, pidió el hombre a Chimuelo.

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HTTYD/CEATD: Dragones y HumanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora