Me miró a los ojos con aquel leve temor reflejado en su mirada, tenía miedo, mucho miedo de lo que podría ocurrir; Quizá tanto como yo, pero ni todo el miedo del mundo fue capaz de frenar aquella palabra de seis letras y una tilde que quería salir de su boca sin discreción.
— Bésame... —susurró aún en medio de aquel momento tenso— sólo hazlo...
Sus ojos se cristalizaron por culpa de los segundos de espera que le regalé a cambio, gracias a que no podía procesar lo que acababa de decir.
Quería preguntarle si estabas seguro, si no tendría problemas por mi culpa, también quería saber a qué se debía eso tomando en cuenta de que éramos totalmente dos desconocidos que cruzaban miradas de vez en cuando en aquella cafetería que frecuentaba en mis tiempos libres.
Pero afortunadamente decidí no pensármelo.
¿Quién en su sano juicio no querría probar sus carnosos labios rosados?
Lo besé por primera vez, sin saber el motivo y sin querer explicarle a mi mente el porqué accedía a tal petición, simplemente lo hice y aún hoy no me arrepiento.
Cuando el beso acabó, se separó de mí, lentamente, con los ojos cerrados y pude ver como sus rizadas pestañas se abanicaban hacia arriba, dejando a mi vista sus hermosos ojos marrones, para finalmente apartarse de mi, sonreír levemente y salir por la puerta de cafetería sin decir nada más.
No necesitaba explicaciones del beso, pero todo sería más fácil si me hubiera avisado que sus padres eran los dueños de la cafetería y que el problema entre ellos se debía a que eran demasiado celosos de él y su coqueta sonrisa.
Me costó mucho convencerlos de que ni siquiera sabía su nombre...
Ese travieso, aún me debe un beso por eso.