Capítulo 19.

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No quiero seguidores fantasmas. Hazme saber tu opinión respecto al capítulo, me ayuda. Gracias de antemano.

Escuché al cielo gritar y llorar tras mi ventana; ojalá yo también pudiese gritar, pero mis palabras quedaban atascadas en mi garganta. El cielo también estaba triste, no había vida en él, estaba apagado. El viento golpeó violentamente el cristal, no me extrañaría que se rompiese dentro de poco, como yo.

He vivido engañada en un mundo que no era el mío, mientras pensaba que tenía una vida normal, se reían de mí a mis espaldas. Pensé que siempre pasaba desapercibida entre la multitud, cuando en realidad, tenía más de cien ojos observándome, buscando la mejor forma de matarme o salvarme. Había tres grupos: los ángeles, los demonios y los que estaban en medio. Yo estaba en el medio, perdida, donde ángeles y demonios tiraban de una cuerda invisible para atraerme a uno de los lados. Era un juguete y lo sabía, hasta ellos lo sabían. 

«Me odiarás y no solo a mí», susurró la voz de Nathan en mi cabeza. Y entonces recordé lo que le había dicho antes de salir del coche: «tenías razón, si que hiciste algo tan horrible como para odiarte». Cuando llegué a casa, tuve que soltar una mentira más a mi madre: supuestamente me había peleado con Amy y por eso lloraba. Aunque eso era una cosa imposible, ella no me preguntó nada más y dejó irme a mi habitación –no sin antes decirme que todo se arreglaría–. Ahora estaba allí, con la cabeza cabizbaja escondida entre las piernas y derramando un líquido caliente por mis mejillas acompañado de sollozos. No tenía ni idea de que podía haber hecho tan malo mi otro yo del pasado que no recordaba, como para que una panda de lunáticos que se colaban en mi mente quisieran asesinarme. Mi puzzle aún no estaba completo, faltaban piezas y las iba a encontrar. 

Le di un último sorbo a la taza que me había traído mi madre antes de irse a trabajar. Contenía una pastilla diluida para el dolor de cabeza, no podía tomarme una pastilla entera porque me entraban ganas de vomitar. Escuché una puerta abrirse para a continuación cerrarse, sabía perfectamente quién era; habíamos acordado vernos en este justo instante. La suela de sus zapatos hacían crujir la madera mientras subía las escaleras. La puerta de mi habitación se abrió lentamente y mi vista se posó en unas zapatillas borrosas. Elevé la vista despacio hasta encontrarme con aquellos ojos miel que me habían ocultado mi vida. La rabia sustituyó a la tristeza y apreté los puños, clavándome las uñas en la piel, dejando círculos incompletos.

«Eres demasiado vulnerable», musitó su voz en mi mente y apreté los ojos.  

-Hey –soltó, mientras sabía que me examinaba–. ¿Qué ha pasado?

«No quiero que te hagan daño, pero tampoco lo harán si estoy yo aquí para evitarlo».  Las palabras que me había dicho a lo largo de los días aparecían en mi mente, para recordarme lo tonta que había sido al creerle. Abrí los ojos de par en par y volví a clavar mi vista en sus ojos. Miraba sin entender qué me pasaba y sin saber qué decir. Me levanté de golpe queriendo descargar mi furia. Mi demonio interior rogaba por salir, y como buena chica, le di permiso. Le tiré la taza a la cabeza, pero con un movimiento ágil logró esquivarla. El sonido de la taza al impactar con la pared y romperse en mil pedazos se escuchó por toda mi habitación, incluso por toda la casa. Irónico, ya no solo yo estaba rota. Pero no me importaba.  

-¡Noah! 

«No pienso que estés loca, pienso que estás preciosa». Agarré mi almohada y se la tiré con más fuerza, él la agarró al vuelo y se dispuso a detenerme. Entonces recordé el momento en que le mostré el líquido del olvido y él no me dijo que yo era quien lo bebía, cuando le pregunté por qué me querían matar, me dijo que no lo sabía. No me dijo que la información que pasaba Nathan era sobre mí. Se lo había callado todo, me había mentido sin pestañear. 

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