Capítulo I: El lobo que domina y el hombre que perece.

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Las cosas no estaban del todo bien.

Los momentos en que bailo frente al público lo ayudaron a distraerse, el estar en constante movimiento siempre fue una buena táctica para olvidar momentáneamente su entorno o su estado, pero ahora, sentado en una silla junto a Joaquín mientras respondía algunas preguntas de fans y uno que otro periodista pequeño se sentía morir.

Se sentía inquieto, ansioso y algo mareado, gotas de sudor casi imperceptibles se encontraban en su rostro, su estómago se sentía pesado y no podía dejar de mover las piernas bajo la mesa buscando la calma, todo culpa de su celo y agradecía que los supresores se hubieran hecho cargo de la mayoría de sus males y aplacaran sus instintos ya que si no fuera por ellos no sabría que locura habría cometido.

Como saltarle a Joaquín encima, por ejemplo.

Joaquín, aquel alfa de cintura pequeña y ojos tan grandes y puros como el agua de un nacimiento que le miraban con una notoria preocupación.

"¿Estas bien, Emilio?"

Llego a preguntarle al oído cuando lo vio soltar un bufido y tras su cercanía Emilio no pudo hacer otra cosa que estremecerse, porque no, no estaba bien.

No puedo estar bien si me miras de esa manera que haces que todo en mi tiemble como si fuera de una maldita gelatina en medio de un terremoto.

Pero el alfa solo había respondido con un asentimiento de cabeza queriéndole restar importancia a su estado.

Joaquín lo dejo pasar a regañadientes, era consciente de que su compañero-amigo-amistad laboral-amante no se encontraba del todo bien, estaba en el segundo día de su celo, pero Osorio le había conseguido de los mejores supresores y se suponía que eso tenía que ayudarle al menos por unas horas.

Y en serio debería, pero Emilio no era consciente de en que estaban jodidamente fallando.

O si sabía, pero la teoría era muy descabellada e ilusa para que fuera cierta.

Porque el mito de las almas gemelas, en este caso los llamados destinados, no eran más que eso, un mito, ¿verdad?

Desecho la idea tan rápido como llego, porque aquello era ridículo, sí, creía en el amor, pero el solo creer en la idea de los destinados era algo descabellado, nadie nace para nadie, solo llegas a querer a una persona por su forma de ser sin que una mágica ley lo dicte y a veces el amor acaba y ya está, no hay de otra y todo lo que conduce a los supuestos destinados son meras coincidencias de la vida.

El hecho de que existiera una fuerza invisible que lo atara con otra persona e hiciera que todo en él fallara era...aterrador y tonto, bastante tonto.

Le dio una mirada a Joaquín que hablaba animadamente con un reportero, joven y beta que miraba al menor como si fuera una pieza de arte, el chico moreno es todo batido de pestañas y sonrisas coquetas que se ven más idiotas que nada.

Emilio solo le quería saltar encima y decirle que no lo mirara, porque quería reclamar a aquel hermoso alfa para también decirle que no miraba a Joaquín como este lo merecía porque para Emilio, Joaquin realmente es la definición de arte o esa es la conclusión a la que llega cada que ve al menor esbozar una sonrisa o cuando habla o cuando simplemente es él.

Se abofeteo mentalmente y es que cualquiera caería rendido por Joaquín y se suponía que no debía dejarse llevar por los instintos de su lobo, estos eran controlables, todos lo sabían, pero había algo en el menor que hacía a su parte racional hacer corto y lograba alterar su parte más salvaje con solo sentir la fragancia a tierra mojada cerca.

No sabía que era y no quería averiguarlo, porque una cosa era aceptar que se sentía atraído por alfas, hombres, específicamente si estos se llamaban Joaquin Bondoni e iluminaban el mundo con solo entrar a una habitación, pero atracción, un gusto correspondido mezclado con el cariño y la idea de que existiera una persona que pudiera descontrolar su parte animal lo aterraba de sobremanera.

La sal y la tierra son sinónimos de placer [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora