El Orogrús

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A veces, cuando recuerdo, me parece mentira o un delirio el que haya sucedido. Aún a veces escucho dudas al respecto o escucho del orugrús alguna anécdota. Pero, si algo he de contar al respecto, sería que el orogrús no siempre fue esa bestia cruel, sombría de aspecto impensable y blasfemo.

Quizás les podrá sorprender, pero aún recuerdo la primera vez que lo vi, pequeño y blanquecino. Sorprendido, lo encontré en el balcón, retozando en una rama y sentí temor de tomarlo a causa de su aspecto frágil y efímero, sin saber su especie o naturaleza creí que tan bello y desconocido ser no estaba preparado para un mundo como el nuestro y, con un lamento interno, me despedí de él, pensando que al día siguiente lo encontraría posiblemente muerto.

Y así fue, al menos así lo creí al no hallarlo a la mañana siguiente. Se habrá caído de la rama o bien algún gato lo arrebato de su sufrimiento. Pero, con sorpresa y alegría, descubrí dos meses más tarde que no tan sólo había sobrevivido, sino que cambiando su hogar a un sector más profundo de la quebrada a la que daba mi patio, crecía fuerte y sano. Había adoptado un color ligeramente más oscuro y su tamaño había crecido cinco veces más, pero sin duda era el orogrús.

Fue así que, emocionado y curioso por mi descubrimiento, moví algunas ramas para poder verlo bien y descubrí que aquel ser, aparentemente inofensivo, había sido provisto por la naturaleza de una dolorosa lanceta con la que no dudó en picarme.

Ningún ser nace y muere en la tierra sin pecado, pensé. Y, aceptando que más bien el error había sido mío, deje al orogrús crecer en paz mientras sanaba esa herida. Pero me llamo la atención esa herida, si bien pequeña, tanto por el dolor y la inflamación adivine debía ser venenosa, si bien el malestar duró sólo esa noche y pronto olvide el resentimiento contra la criatura.

Así fue que comenzó mi convivencia con el orogrús, de vez en cuando lo encontraba en ese sector de la quebrada y comencé a notar, con el tiempo, que así como yo notaba su presencia, el orogrús también me observaba. No dude en comenzar a alimentarlo dejando comida cerca del balcón, primero probé dejando migas de pan o galletas, pero las ignoró completamente, luego con leche y queso, las cuales pareció probar y descartar, hasta que finalmente, tras probar diferentes cosas deje unas vienesas que pensaba botar dado su fecha de vencimiento y descubrí que efectivamente el orogrús, para sorpresa mía, era carnívoro.

Mi historia con el orogrús continuó así un tiempo más y con el tiempo el orogrús pareció dejar de temerme y con el tiempo yo dejé también de temerle, yo aprendí sus rutinas y él las mías, un día me sorprendí dando de comer al orogrús de mi mano un trocito de jamón que devoraba entre sus pequeñas mandíbulas y tenazas retráctiles. Saqué mi mano rápidamente recordando la picadura y que podía fácilmente morderme la mano, lo cierto es que había crecido aún más y si bien su tamaño era despreciable en comparación a mí mismo, no había ser en el mundo desprovisto de arma y celo.

Hasta ese entonces podría decir que esto no era más que una extraña anécdota, ciertamente no soy zoólogo y si bien busqué algunas veces de que podría tratarse, nunca estuve ni cerca de dar con su especie. A pesar de eso, lentamente fui notando algunas cosas que si bien tendrían que haberme perturbado, por algún extraño motivo no solo permití sino que soporte y encubrí. Descubrí en ese tiempo que el orogrús no solo no dejaba cada de crecer y volverse más oscuro, sino que poseía mucha más inteligencia de la que pensaba, quizás similar a la de un perro o un gato, ciertamente me reconocía y era capaz de interactuar conmigo y manipularme, ganarse mi afecto y si bien, siempre dude de que fuese realmente así, demostrar afecto.

No se apresuren, el orogrús nunca fue una especie de mascota faldera que se acurrucase con su dueño y ronronease, resulta difícil de transmitir las formas en las que el orogrús podía ser cariñoso e incluso tierno. Pensé por esto mismo que, más allá del acostumbramiento mutuo, el orogrús claramente pertenecía a una especie social y que, exiliado de su comunidad, el orogrús en mí había hallado lo más cercano a su colonia o lo que fuese que usase su especie para sobrevivir.

Quizás a esta altura ustedes se sorprenderán de mi insensatez y hasta adivinarán que el orogrús terminó viviendo dentro de mi casa, si bien siempre salía a la quebrada especialmente de noche. Fue mi secreto y lo siguió siendo mucho más tiempo del correcto. Un día noté hasta donde había llegado mi locura, cuando sobre mi cama lo descubrí devorando un perro pequeño. Sin dudarlo, se lo quité de la boca y, retándolo, lo eche de allí. Se alejó de mi pieza zizeando y me sorprendo al pensar que no hubiese sentido temor en aquel momento.

Lo cierto es que comprendía que el orogrús era un ser que no debía existir, fuera de toda lógica o razón, retando cualquier taxonomía, pero le quería y a su lado lejos de sentirme amenazado me sentí por mucho tiempo acompañado.

Para contar el final de esta confesión necesito contar algo antes, algo que noté desde mis primeros días con el orogrús, había algo que nunca comprendí bien, algo que le producía un gran dolor al orogrús. Cuando mi convivencia con él aumentó, cada vez lo noté más y noté que no era nada propio a la naturaleza del orogrús, quizás una enfermedad o tara de nacimiento, quizás el motivo por el que fue expulsado de su colonia o de donde quiera que halla salido. Cada tanto el orogrús convulsionaba de dolor y emitía un extraño y perturbador sonido, tras estos momentos quedaba desorientado y defensivo, tanto que muchas veces pensé que moriría en uno de estos ataques.

Fue tras uno de estos ataques, un día en el que noté lo grande que se había vuelto, de un momento a otro pareció desconocerme y colgando de un rincón de mi habitación con un aspecto terrible y sombrío zizeo levantando sus zarpas y tenazas hacia mí. Fue la primera vez que sentí realmente miedo en su presencia. Le grité como lo hacía cuando era pequeño y como un niño castigado el orogrús escapó por la ventana.

Y si bien por un tiempo las cosas volvieron a ser como antes, descubrí con pesar que los relatos de personas atacadas por el orogrús comenzaba a ser cada día más frecuentes. Mi relación con el orogrús tampoco iba mejor, si bien lo ocultaba e intentaba calmar su hambre, cada vez parecía mirarme con mayor recelo y hasta sincero odio.

Llegó así el día en el que nos enfrentamos, lo recuerdo bien. Ese día al llegar de noche a casa no me sorprendí de no encontrarlo, pues pensé había salido como otras noches, sin embargo noté que por la casa me seguía y observaba ocultándose en los rincones y sombras de la casa. No le tome en ese momento la importancia, pues ya había visto ese comportamiento antes y nunca había pasado nada, pero esa vez fue distinto.

Tras terminar de lavar la loza lo noté colgando del techo sobre mí y cayó con todo su peso botandome al suelo para tratar de morderme, tire del cable del hervidor y afortunadamente dio un salto alejándose un momento. Ahí noté que no era ninguna clase de amenaza común o intento de intimidación, el orogrús trataba de cazarme y destruirme.

En ese momento fácilmente podría haberme asesinado, sin embargo comenzó otra vez a combulsionar de dolor. De una forma que parecía aún mayor que las anteriores, pensé incluso que moriría y traté sin rencor de sujetarlo hasta que se detuvo y ambos recordamos en que situación habíamos estado minutos atrás.

Estuvimos largo rato mirándonos en silencio, en sus ojos solo veía resentimiento y una extraña aura siniestra de maldad. Así y sin darme en ningún momento la espalda el orogrús salió por esa ventana para jamás volver.

Extrañas sensaciones vienen a mi al pensar en él, especialmente cuando escucho noticias de sus ataques o las leyendas urbanas que se crearon acerca de él, remordimiento incluso, la verdad es que nunca supe de que se trataba y parte de mi desearía que hallase su lugar en el mundo de la vida.

Supongo que al final de cuentas, eso es todo lo que puedo decir respecto de este tema.

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⏰ Last updated: Jun 07, 2019 ⏰

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