Se robaban sonrisas por mensajes de WhatsApp, por llamadas de larga distancia que duraban horas, había días en los que no tenían noticias el uno del otro, entonces, sin más, alguno enviaba un mensaje con un simple punto y la conversación volvía a fluir, conocían las aspiraciones del otro; los anhelos; los miedos; los sueños; los secretos más íntimos, aquellos, que juraban no revelarían jamás, y que al final fueron revelados al amparo del anonimato. Por eso y más, eran los mejores amigos que el mundo no había conocido, que ni siquiera ellos habían conocido. No necesitaban ponerle rostro a la voz del otro lado de la línea, les bastaba saber que estaban ahí el uno para el otro. Sin embargo, él, nunca supo si de verdad hablaba con una chica de su edad o era la simple ilusión de la compañía virtual y las redes sociales. Ella, jamás le reveló que lo espiaba desde el alféizar de su ventana cada vez que pasaba sonriendo con el teléfono pegado a la oreja hablando con una chica que suponía a miles de kilómetros de allí, porque de hacerlo la magia del anonimato habría terminado y junto a ella su perfecta amistad.