Pesadilla eterna

275 48 9
                                    

El joven Dazai siempre buscaba la forma de suicidarse desde que tenía memoria. Todos los adultos le miraban raro, tan lleno de vendas, y algunos hasta tenían miedo de él. Todos ellos le preguntaban por qué quería morir, pero él solo era capaz de contestar con un “no lo sé”. Quizá fuese por la mente curiosa del niño, la cual quería saber qué se sentía al estar muerto, pero cuando sus padres le abandonaron, la respuesta cambió totalmente: odiaba la vida y todo lo que le relacionase con ella.

—¿Acaso existe alguna razón para estar vivo?

Intentó por todos los medios acabar con su vida, hasta que llegó a las manos de otro adulto que decía ser médico. Aquella noche descubrió que no se trataba de un simple medicucho cuando le cortó la yugular a aquel anciano de la Port Mafia.

Desde entonces, siempre se sentía vigilado constantemente y cuando creía que por fin había llegado su hora de morir, aparecía aquel hombre y lo salvaba. Por mucho que le prometiese que le ayudaría a suicidarse algún día de estos, Dazai sabía que era mentira para que se quedase quieto.

Aquel día, antes de su primer trabajo con la Port Mafia, por fin llegó la sempiterna pregunta que todo el mundo le hacía:

—Dazai-kun, ¿por qué quieres morir?

Cuando la escuchó, Dazai sintió un extraño sentimiento en él. Notaba como si su ser se alegrase de que justamente aquel hombre le preguntase aquello. Mori no era como los demás adultos que había conocido: él lo trataba como un adulto más, no como un niño. Se giró hacia él y le formuló la misma pregunta que ningún adulto le había contestado jamás:

—¿De verdad crees que vivir tiene algún valor?

Ambos permanecieron en silencio, con aquella pregunta en el aire. Mori observaba a Dazai algo sorprendido, mientras el chaval notaba una gran decepción naciendo en él.

“Es como los demás adultos. Lo sabía.”

Tomó el pomo de la puerta con aquella idea en mente: nadie podría nunca responder a aquella pregunta que tanto le carcomía. Aunque le doliese, Dazai era un simple niño perdido, que no sabía por qué había sido abandonado. Siempre pensó que todo era culpa de los demás, pero cuando descubrió que era él el causante de sus propios males, fue cuando se hundió.

Cuando dejó de querer respirar.

De dejar de vivir.

—Dazai-kun.

El muchacho se giró ante la llamada, asombrado por el tono paternal que esta tenía. Se encontró a Mori sentado aún en su silla, con las piernas cruzadas y mirada penetrante. Sin ningún tipo de miramientos, soltó su respuesta:

—Vivir no tiene ningún valor y las razones para vivir tampoco existen en un mundo como este.

A pesar de ser esa la respuesta que siempre tuvo en mente el joven, le dolió oírla en boca de otra persona, y más siendo un adulto.

—Nacemos sin propósitos y sin razones, es verdad. Sin embargo, nos mantenemos vivos no por nosotros mismos, sino por otras personas.

—¿Otras personas?

—Vivimos aferrados a promesas, vínculos, amistades, romances, enemistades… Eso nos hace mantenernos vivos. Con el paso del tiempo, te das cuenta de que estas nimiedades conforman eso a lo que se le llama “razones por las que vivir”.

Se levantó de la silla y avanzó hacia el joven.

—Dazai-kun, sé perfectamente que, para ti, la vida es una pesadilla y que cada suicidio frustrado es una tortura. Puedes intentar suicidarte todas las veces que quieras, pero hazlo sin guardar rencor a nadie, y menos a la vida. Si fallaste, ya lo intentarás de nuevo —le puso una mano en el hombro—. Déjame darte un pequeño consejo que te servirá para futuros momentos: este mundo está lleno de tragedias, no solo existe la tuya. Así que, deja de lamentarte por todo lo que te sucede. Si no lo haces, la vida que tanto aborreces pasará a ser una eterna pesadilla.

Dazai estaba aturdido tras escuchar aquella reflexión. Nunca ningún adulto le había hablado tan de tú a tú y de este mismo tema. Cuando no vio reacción en el niño, Mori le soltó y se giró a comprobar unas medicinas que tenía en un armario.

Dazai se mantuvo allí, quieto, confundido. Notó algo que nunca había notado: ganas de llorar. Notaba cómo se le humedecían los ojos y cómo empezaba a temblar, intentando retener el llanto. Cualquier movimiento que hiciese en ese momento, supondría su derrumbe. Tal y como pensaba, la vida es un infierno y él no encontraba la forma de salir de ella… Se sentía desorientado, sin saber qué hacer.

—Mori-san.

El susodicho se giró, observando a un Dazai abrazando con fuerza su abrigo negro, el cual una vez perteneció al médico.

—Yo… ¿Qué es lo que se supone que debo hacer ahora? —preguntó con algunas lágrimas en su ojo sano mientras la voz le temblaba.

Mori analizó al niño con la mirada y suspiró. A lo mejor había sido muy directo con él, pero necesitaba serlo… Este niño no era un niño normal y corriente.

—Busca una razón para vivir. Aférrate a ella. Con el paso del tiempo, te darás cuenta de que lo que antes te daba miedo, ahora te hará gracia.

—¿Y cómo hago eso? ¿Cómo encuentro yo esa razón para vivir? Ese vínculo con otras personas… Si yo… Me abandonaron y…

Mori solo señaló la hoja que acababa de entregarle.

—Ya te he dado una razón para vivir: vive por la Port Mafia hasta el día que consigas suicidarte.

Dazai se quedó mudo al escuchar aquello.

—Y recuerda mi consejo: deja de lamentarte o la vida se volverá una eterna pesadilla.

El joven se secó las lágrimas con las mangas del abrigo y miró la hoja que llevaba en la mano. En aquel momento, tomó la decisión que cambió su modo de ver la vida: intentaría analizarla desde todos sus ámbitos con la ayuda de la mafia para cuando fuese a morir, no sintiese que ha sido derrotado por ella.

Ese día, cuando llegase su hora, lo haría sonriendo, sin ninguna lágrima en sus ojos, y con aquel pensamiento en mente:

Buenas noches, Dazai.
La pesadilla ya ha terminado.

BSD || Pesadilla eternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora