18-"Epílogo"

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Despierto con una intensa luz penetrándome los ojos. ¡Oh, dios!, ¿ya me morí?

No oigo nada, salvo el eco sordo de algunos seres hablando, pero me resulta imposible entender lo que dicen. La cabeza ha dejado de darme vueltas, pero todavía me duele un poco, aun así, eso no importa de momento.

Las voces se elevan un poco, pero aún son inentendibles. Mi visión se aclara, pero vuelvo a cerrar los ojos inmediatamente. La luz me quema la retina.

-Daniel Claytton—dice una voz solemne ¿Dios?

-¿Sí?, ese soy yo—titubeo con los ojos cerrados—¿qué está pasando?, ¿estoy en el cielo?

-Señor Claytton—la voz deja su solemnidad y se vuelve más como la voz de una persona normal—, usted va a pagar por lo que hizo.

¡Ay no!, Ni siquiera fui al cielo. ¡Maldita sea!, me voy a pudrir en el infierno. ¡Joder!

-¿Qué hago aquí?-¾pregunto, casi echándome a llorar¾-, Sé que no he sido el mejor hombre, o hijo, o amigo, o hermano, o esposo, o padre…¡pero he mejorado mucho desde entonces!, ¡¡Necesito una oportunidad!! Tengo que revivir como un ángel y guiar a las personas descarriadas para que encuentren su camino hacia la luz, ¡¡Necesito otra oportunidad!!, ¿Qué acaso las cosas buenas que hice no cuentan?

-No, literalmente. Usted ha violado el código de seguridad que manejamos en el hotel con su intento de suicidio, y tiene que pagar una multa por ello, ya que el accidente fue provocado. Tiene que pagar por lo que hizo.

La luz me sigue quemando la retina, aún con los ojos cerrados, así que cubro cierta parte de mi rostro con una mano y entrecierro los ojos.

Veo cosas blancas, aunque, claro, tal vez solo es el efecto de la luz.

Mi visión se va acomodando. No creo estar en el cielo, a menos que en el cielo haya algo parecido a una clínica. Veo bisturís, navajas y demás implementos de metal acomodados cuidadosamente en un recipiente transparente. Luego giro un poco mi cabeza y veo una caja blanca con una cruz roja impresa: un botiquín. Luego desvío mis ojos hasta una puerta-espejo y me veo a mí mismo recostado en una camilla.

Mis ojos vagan por la habitación y se detienen en un joven médico. Enarco una ceja ¿No me morí?

-Señor Claytton¾dice el joven guardando la lamparita con la que me estaba hurgando los ojos en su bolsillo¾, usted ha sufrido de un desmayo, no es grave ni nada, pero desde ahora en adelante le aconsejamos que se aleje de los balcones y cualquier otra superficie elevada.

Asiento con la cabeza lentamente y busco con mis ojos una cabellera castaña. ¿Dónde está Amy?

-Disculpe…

-Entonces…¾el tipo coge una libreta y un lapicero, y empieza a anotar algo. Al cabo de unos segundos se vuelve hacia mí¾, serán cincuenta dólares y cinco centavos.

Mi ceja enarcada se enmarca.

-¿Por qué?

-Por quebrantar nuestra política de seguridad.

-¿Y cuál es esa política?

-Intento de suicidio, poner en riesgo la seguridad de otras personas, escapar sin previo aviso, golpear al personal, alterar a la multitud de expectantes, gritar groserías…

-¿Y cuál he quebrantado yo?-¾lo interrumpo frunciendo el ceño.

-Todas y cada una de ellas¾contraataca¾, bueno, usted, su familia y cómplices.

-Entonces…¿Me van a cobrar por tratar de suicidarme?-¾pregunto incrédulo.

-Bueno…¾el chico levanta un hombro¾, sí.

Paternidad ©--PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora