H E F E S T O

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Esa noche, la inquietud y la ansiedad se apoderaron de muchos habitantes en los templos submarinos, donde el silencio era interrumpido solo por el suave murmullo de las aguas que los rodeaban. La tensión era palpable en el ambiente, pues al amanecer, Ariandel y Kai Kauz emprenderían una misión crucial: buscar la alianza con Hefesto, el legendario herrero de los dioses, cuya participación se había vuelto absolutamente fundamental para la inminente batalla por la recuperación del Santuario.

Las horas pasaban con una lentitud tortuosa mientras esperaba que llegara un momento apropiado para levantarse, aunque la realidad era que no había conseguido conciliar el sueño en toda la noche. Su mente se debatía constantemente entre dos preocupaciones que la consumían: por un lado, la angustia por el destino de aquellos que permanecían cautivos bajo el yugo de Ares en el santuario, y por otro, el vacío que sentía en su corazón por la ausencia del santo de escorpio. Con gran esfuerzo, intentaba apartar estos pensamientos perturbadores que amenazaban con distraerla de su objetivo primordial y más urgente: conseguir el apoyo de Hefesto. El renombrado herrero de los Dioses no era simplemente un aliado más, sino la pieza determinante que podría inclinar la balanza en la batalla contra Ares, y ella había jurado en su interior que el fracaso no sería una opción.

Con movimientos deliberados y precisos, se vistió con un elegante vestido blanco que caía con gracia sobre su figura. Dejó que sus largos cabellos castaños fluyeran libremente, descartando cualquier adorno o joya que pudiera llamar la atención innecesariamente, pues siempre había preferido mantener un perfil discreto. Como toque final, se cubrió con una majestuosa capa dorada que se extendía desde sus hombros hasta rozar sus tobillos, creando un contraste dramático con la simplicidad del resto de su atuendo. Con el cetro de Atena firmemente en su mano, se sentó frente al tocador y observó su reflejo detenidamente. Su ceño se frunció con intensidad, revelando la profunda frustración y enojo que sentía hacia sí misma por haber permitido que arrebataran el santuario que Saori le había confiado proteger. Sin embargo, en sus ojos brillaba una determinación inquebrantable: estaba decidida a corregir ese error, sin importar el costo.

Se incorporó con resolución y volvió a contemplar su imagen en el espejo. La dureza de sus facciones la sorprendió, apenas reconociéndose en aquella mirada cargada de emociones contenidas. La gravedad de la situación pesaba sobre sus hombros como una losa, consciente de que sus fallos no solo habían afectado a otros, sino que también representaban una profunda decepción personal, quizás la herida más dolorosa que puede experimentar un ser humano. Al salir de su habitación, encontró a Kai esperando pacientemente, su presencia una imagen vívida del sacrificio: su cloth de Sagitario mostraba las cicatrices de la batalla reciente, su cuerpo aún exhibía heridas y marcas de la lucha, y su piel, normalmente radiante, había adquirido una palidez preocupante, con profundas ojeras que evidenciaban su agotamiento. La visión de su fiel guardián en ese estado le provocó una punzada de culpabilidad en el corazón. No podía seguir permitiendo que Kai se sacrificara de esa manera... él siempre había estado dispuesto a darlo todo por ella, pero ahora, como todos sus santos, necesitaba descansar y recuperarse. Con las manos apretadas y una determinación renovada, tomó una decisión que sabía necesaria.

— Kai, quédate aquí— Su voz, aunque suave, llevaba el peso innegable de una orden divina mientras alzaba su mirada para encontrarse con los expresivos ojos cafés del santo dorado de Sagitario, quien no pudo ocultar su asombro ante las palabras inesperadas de su Diosa.

—De qué está hablando señorita Ariandel... no puedo quedarme aquí, tengo que acompañarla— La súplica en la voz del arquero dorado era evidente, pero Ariandel, manteniéndose firme en su resolución, continuó su camino hacia uno de los salones designados para el descanso de los santos de oro.

—No Kai. Es una orden— Su tono no dejaba lugar a discusiones, y Kai, conociendo bien el carácter de su diosa, comprendió que cualquier intento de persuasión sería inútil.

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⏰ Última actualización: Dec 02 ⏰

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