Miedo

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Eran altas horas de la noche. En una calle poco transitada de una ciudad llena de peligros, sobre todo si eres mujer; una ciudad regida por el machismo y la violencia. Los que se van, se alejan diciendo que está olvidada por el mismísimo Dios que todo lo ve.

En ese lugar, una jóven de cabello rubio, rostro redondo, labios gruesos, de pequeña estatura, se ve forzada a cruzar esa calle, precisamente el mismo día en el que un psicópata se escapaba del hospital psiquiátrico del lugar; un asesino descubierto en su primera y única víctima, mientras le enterraba un destornillador más de 48 veces en el pecho de aquel muchacho de 23 años. La satisfacción de arrebatarle la vida, y de llenarse las manos de sangre y emoción le arrebató risas incontrolables, las risas más inquietantes que han escuchado los vecinos de la calle; y así, la policía dió con él, dándole una sentencia en el hospital psiquiátrico.

Caminaba despacio aquella señorita, de 24 años de edad, saliendo de sus horas extras de trabajo para poder pagar su universidad, cuando ya a la mitad de la cuadra sintió una brisa que le caló hasta los huesos. Giró la cabeza hacia atrás, y logró observar una silueta, un hombre. Asustada apresuró el paso, hasta llegar a una tienda 24/7. Entró con el pretexto de querer usar el sanitario. El hombre de escaso cabello y mirada penetrante le indicó dónde estaba. Junto a él, una pequeña de no más de 5 años, asustada, quieta, sin voluntad propia.

Entró al sanitario, observó su reflejo en el espejo, se roció agua en el rostro y se serenó. Salió de ahí, pagó unos chicles y salió.

Pero esa silueta ya estaba en contra esquina, esperándola. Se podía ver ahora unas tijeras en su mano derecha, y la otra estiraba y encerraba en puño sus dedos, una capucha oculta la mayoría de su rostro y solo la luz de aquel poste lograba iluminar su sonrisa torcida, una sonrisa ansiosa y enferma que congeló la sangre de, la que podría ser, su próxima víctima.

Asustada, regresó a aquel negocio. Con tono desesperado pero sigiloso pidió ayuda a aquel señor, pero él no estaba. Entró un poco más y escuchó sonidos provenientes del baño, y cuando su mirada regresó a vigilar a aquel demente, ya estaba del otro lado de la puerta; un ligero cristal separaba la vida de la muerte.

Sin detenerse si quiera a preguntárselo entró al baño. La niña pedía que el hombre parara, pero el insistía en que era un juego, en el que tenían que descubrir qué había debajo de sus prendas. La pequeña regaba para que no la obligarán a tocarle.

Indignada, quería detener aquel abuso, pero la puerta del baño se abrió estrepitosamente, haciendo que aquella chica entrara para protegerse en un cubículo. Entonces, se oyeron los tres sonidos más aterradores que jamás se imaginó: una risa de un psicópata, el grito de placer de un degenerado, y el llanto de una pequeña niña.

Incapaz de salir de ahí, trató de taparse la cabeza, mientras que el demente golpeaba ferozmente la puerta, y el otro hombre ayudaba a vestir de nuevo a la niña. Quería deslizarse por debajo de la puerta y escapar corriendo, pero entonces se abrió la puerta del cubículo, la luz la cegó por un momento, sintió la respiración de aquel hombre y entonces...

Bañada en sudor y con el corazón a mil por hora, despertó aquella chica rubia; aterrada, pero al fin en paz en su recámara, soltó sus lágrimas, una por una hasta volverse a quedar dormida, en espera de su siguiente sueño, o pesadilla.

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