Alma

20 1 0
                                    

¿Por qué no fuí lo suficientemente valiente para detenerte a tiempo y decirte frente a frente que te amo?

Hace unas semanas tuve el mejor día de mi vida, y fue perfecto porque estuviste todo el día conmigo. ¿Lo recuerdas? Fue hermoso hasta que desaparecí.

Fuimos junto a nuestros amigos a comer pizza saliendo del último día de clases, diciéndole adiós a un año más en la facultad. Las 11:30 de día y el señor del local pidió que nos calláramos porque hicimos mucho ruido, pero no era culpa de los chicos ni mía, sino tuya, ya que no dejabas de contar anécdotas que tuvimos desde la preparatoria, como cuando nos saltamos clases para ir a la presentación de uno de ellos en un restaurante y ese día nos aplicaron un examen que valía la mitad de la calificación, reprobamos. O cuando simplemente vimos que una de ellas estaba deprimida porque su novio la botó, y fuimos a su casa y comimos helado (ese día te sentaste junto a mí, me recargué en tu hombro mientras veíamos "Orgullo y prejuicio"). O cuando comimos en la laguna cerca de la universidad con lo único de dinero que llevábamos; sólo compramos unas donas y un jugo de naranja.

Después de eso, nos fuimos a un balneario a nadar cerca de la 1 de la tarde. Estaba helada el agua, y como un chico se fue antes ya sólo quedábamos 4. Jugamos voleybol en agua, y si fallabamos era un shot en tu casa, y por suerte, a ti y tu equipo les tocó la peor parte. Comimos en aquel lugar botanas, y uno de ellos logró infiltrar una botella de tequila, que nos puso un poco alegres y con ánimos suficientes para bailar.

Ya a las 6 de la tarde, estábamos fuera de aquel lugar, y de fueron. Tú y yo solamente. El día aún no terminaba y en cartelera había una película nueva. Entramos al cine y pedimos helado; el tuyo era de moras, el mío de cereza. No nos dimos cuenta que era de terror, y yo siendo miedosa, tomé tu mano, y no la retiraste, sino que me acercaste a ti y me abrazaste. Juro que nunca me había sentido tan segura, en paz, tranquila y feliz en mi vida. Terminó la función y ya era de noche.

Las 8 de la noche y yo debía regresar. Me acompañaste a mi parada, Tu casa quedaba a una cuadra de ahí. Hablamos hasta que llegó el camión, me diste un beso en la mejilla y me subí. Ese era el momento justo para tomarte del cuello, acercarte a mí y besarte, no dejarte ir, de quedarme contigo, de decirte que te amo. Pero no lo hice. Me subí al camión.

Bajé ya en mi parada, y caminé tres cuadras para llegar a mi casa, mi celular no tenía pila, pero sabía que ya casi daban las 9 de la noche, cuando una camioneta negra se detuvo a las mío. Avancé un poco más a prisa, pero unos hombres me tomaron y me subieron al vehículo por más que impidiera que lo hicieran. Me agarraron, vendaron mis ojos y me llevaron a una bodega. Ahí, fue mi final. No recuerdo qué tanto hicieron conmigo esos tres hombres, pero ya estoy muerta; no quería ver cómo terminó mi cuerpo, así que ni siquiera presté atención.

Mi alma anduvo por toda la ciudad, tratando de recordar algo más. Encontré a mis padres destrozados en lágrimas, sabían lo que había pasado. Mis hermanitos lloraban porque no sabían dónde estaba porque hace casi un mes les dije antes de que se apagará mi celular que ya iría a casa. Nunca llegué.

Encontré la casa de cada uno de mis amigos y los seguí; uno trató de hacer que estaba bien, pero llegando a su casa comenzaba a golpearse en la pared; una chica va a terapia, pues teme que le pase lo mismo; otro chico se va a beber y diario llega ebrio a casa. Pero el que más me duele, eres tú.

No eres el mismo, tú sonrisa se desvaneció, tus ojos se apagaron, tienes ojeras, estás más delgado y siempre que pasas por aquella parada, donde fue la última vez que te ví, rompes en llanto. Me quedé en tu cuarto a ver qué hacías. Llegaste a abrazar tu almohada y el suéter que me habías quitado, oliendo mi perfume. Una vez que estabas más tranquilo, pusiste aquella canción que compusiste para mí, y empezaste a ver el álbum de fotos que te regalé en tu cumpleaños pasado; fotos de nosotros, de nuestros amigos, cartas, dibujos e incluso la pequeña flor que coloqué en tu oreja un día de verano, todo lo que te dí, estaba en ese álbum ahora más grueso. Lloraste de nuevo al ver la última hoja, en dónde estaban dos fotos, una de los dos juntos, y otra dónde sólo estaba yo; esa hoja la pusiste tú, porque nunca hubiera puesto una foto mía. Y en la pasta trasera, estaba una rosa casi secándose. Escuché cómo entre lamentos te arrepentías de no haberme dicho antes que me amabas, que te había robado el corazón, que era con la que quería hacer todas esas cosas que me contabas, que sueñas conmigo, que me amas...

Fue cuando tomaste la rosa –que era para mí–, te recordaste en tu cama, y lloraste. No soporté verte así, sólo te abracé y te besé la frente. Tal vez lo sentiste, porque tu llanto se fue calmando después de eso. Y ahí me quedé, arrullándote, y tarareando esa canción que me hiciste con mucho cariño, con la que dormía cada noche. Tu cuerpo se fue aligerando, cada uno de tus músculos tensos se fue relajando, y tú respiración se fue haciendo lenta, tus ojos se cerraron por el cansancio. Tu mamá entró a ver cómo estabas, con una bandeja de comida y medicina para el corazón –no probaste bocado alguno y ya no te tomabas tu medicamento–,te vió dormido, dejó la bandeja y se fué.

Estuve casi un mes detrás de tí, esperando a que cambiaras, o mínimo que sugieras adelante; ni siquiera el psicólogo te ayudó. Te rendiste, no comías, dormías todo el día, dejaste de asistir a la universidad y mentías acerca de llevar al pie de la letra el tratamiento. Por las tardes volvías a llorar, a ver mi foto, a oler mi suéter, y yo siempre te abracé cada que caías rendido. Hasta que una tarde cuando te dormiste en mis brazos, no sentí ya tu latido, y tus manos se volvían frías con rapidez, más frías que de costumbre. Tu vida se consumió lentamente, día a día morías un poco más. Dejé tu cuerpo descansar. Tiré la lámpara que estaba en tu mueble para llamar la atención de tu mamá; cuando ella llegó a tu recamara y te vió en cama sin moverte, se sentó a lado tuyo, sonrió, porque sabía que estabas en un lugar mejor, te tomó en sus brazos delgados y lloró amargamente por tí, hasta que tu padre llegó y llamó a emergencias, narrando la desgarradora escena de una madre sufriendo por su hijo.

Me alejé, fuí a mi casa a darle las buenas noches a mi familia, y otra vez, estuve sola en la noche. Hasta que una pequeña luz se posó frente a mí, y se hacía cada vez más y más intensa. Tu voz detrás de mí, llamándome por mi nombre, estabas radiante de nuevo.

Corrí a abrazarte, y fue cuando me besaste. Con la misma intensidad con la que soñamos, al fin estábamos unidos, y podíamos estar juntos para siempre. Tomaste mi mano, me diste la rosa, ahora con vida, que querías darme, y juntos, atravesamos esa luz, para poder descansar al fin.

Mini cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora