Su cuerpo colgaba de las telas aseguradas al elevado arnés . Sus extremidades, tanto superiores como inferiores, parecían haber sido atrapadas por una gran serpiente de escamas turquesa, que impedía la caída de seis metros y medio que la estructura tenía. Su cabeza se mantenía hacia abajo mostrando un rostro relajado, los ojos cerrados y los labios en una línea recta. De hecho, lo único que diferenciaba esa escena de una trágica muerte eran los leves movimientos que su abdomen realizaba al respirar.
—Michael, has pasado más de ocho horas seguidas ahí arriba. —Le comenté mirándolo. A este paso no sé qué cuello acabaría más dañado, si el suyo o el mío.
—¿Y? —Sus párpados dejaron ver los iris negros que se clavaron en mí con desgana, buscando terminar rápido la conversación.
—Necesitas comer, descansar... Ya sabes, ese tipo de cosas que hacemos los humanos para poder vivir con salud.
—Exagerado. —Se dejó caer con soltura, la distancia justa para que mis latidos se desbocaran, realizando después una serie de figuras, como estirar los pies por encima de su cabeza o sujetar su cuerpo únicamente con sus piernas, que logró mantener sin temblar. —Ves. En plena forma.
—Sí, sí, ya lo veo. —Mi voz tartamudeó al hablar. — Pero, por favor, no vuelvas a darme estos sustos. Casi me paras el corazón.
Noté un pequeño pinchazo en mi cuello, razón por la que me vi obligado a apartar la vista un momento.
—Dough. —Volví a echar un vistazo hacia él cuando escuché mi nombre para descubrir que había descendido hasta la altura de mi cara, permaneciendo aún invertido. —Ya tuvimos esta conversación. No quiero bajar.
—Yo también te lo he dicho muchas veces. —Agarré sus muñecas antes de que volviera a subir. —No puedes obsesionarte con las alturas, no es necesario que todo gire en torno a tu trabajo.
—Pesado. —Resopló con fastidio. —Siempre repites lo mismo.
—Y tú siempre reaccionas de la misma forma.
—Entonces el final es inevitable ¿No?
—Tú lo has dicho.
Volvió a resoplar y enroscó sus piernas alrededor de mi cuello, utilizando mis ojos como asiento. Posicionó sus manos sobre mi cabeza sin decir ni una palabra ¿Cuánto tiempo habría pasado desde la última vez que tocó el suelo con sus propios pies? No parecía extrañar esa sensación ni lo más mínimo.
Me dirigí hacia el comedor que todos los artistas circenses compartimos y tras sentar al chico de cabellos azulados me encaminé a la cocina, para preparar una rápida cena, pues ya se había hecho tarde. No fue mucho el tiempo que invertimos allí.
Al terminar, volví a cargarlo y lo llevé a nuestra habitación. Lo tumbé en su cama y yo me acosté en la mía. Aunque los ronquidos de Michael no tardaron en escucharse, para mí resultó muy difícil dormir ya que mi mente me atacaba constantemente con las imágenes de mi compañero, colgando de las telas en cada momento que podía.
* * *
Nada más despertarme, comencé a alterarme. Sabía la escena que me iba e encontrar, y lo que más me desagradó fue que no me equivocaba: La cama contraria estaba vacía y revuelta.
Después de estirarme, me levanté y con la ropa con la que suelo practicar me dirigí a la carpa principal para toparme con las telas turquesa tensadas y el cuerpo de mi amigo entrelazado con ellas.
Mis dientes se apretaron con molestia, mis puños se cerraron por la rabia. Mis rodillas se hincaron en el suelo, al que cayeron varias de mis lágrimas que lo empaparon.
Sentía un fuerte sentimiento de impotencia al no poder hacer nada para reducir ese enorme espacio tan pequeño y a la vez lejano que nos separaba y nos separaría todo el resto de nuestras vidas. Para él era horrible abandonar las zonas elevadas y yo necesitaba la tierra firme para que no me diera un ataque de histeria.
—¿Dough? —Sentí unas manos, al revés, posándose en mis mejillas.
—Mejor debería irme. Siento haber molestado. —Me puse de pie.
—¡Espera!
Sin hacer caso a su orden abandoné el recinto rápidamente. No tenía nada que hacer para evitar sentir la terrible tortura que suponía recordar lo diferentes que somos.
—¡Dough! —La voz familiar que me llamaba era extraña, sonaba como si procediera desde la otra punta de la galaxia. — ¡Aaaah! —Sin embargo, el grito, que acompañó el sonido de un golpe seco en el suelo, me sacó a rastras de mis pensamientos.
Siguiendo los quejidos, me encontré con una horripilante escena, en la que Michael estaba tirado en el suelo sujetando sus pies y con un rostro tan apretado que expresaba por si solo el dolor que sufría.
—¡Michael! —Corrí hacia él y me arrodillé a su altura. —¿Qué te ha pasado? ¿Te has caído de las telas?
Negaba mis palabras con un leve meneo de su cabeza, acompañado del temblor de su cuerpo como único movimiento.
—Iba a seguirte. —Su voz sonaba entrecortada y se alternaba con débiles sollozos. —Pero al andar me han comenzado a doler los pies. —Su tono de voz delataba las inminentes lágrimas.
—¿Has bajado para seguirme? —Pregunté pasmado mientras lo tomaba en brazos para llevarlo a la tienda en la que estaba la enfermera.
—Claro, idiota. —Se escondió en mi pecho. —Verte así me hizo sentir afligido, como si mi corazón se hubiera parado. Nunca antes te he visto llorar. —Se podía advertir la preocupación en su rostro.
Al llegar a la tienda de la enfermería lo senté en el colchón más cercano a la puerta.
—Espera aquí, iré a avisar a Camelia. Seguro que ha debido de ser porque tus pies se hayan atrofiado o algo así. —Le di un beso en la frente antes de acercarme a la puerta, o mejor dicho la cortina. —Michael, gracias. No sabes cuánto aprecio lo que has hecho. —Comenté, prácticamente casi inaudible, para después abandonar el lugar.
ESTÁS LEYENDO
Vai vedrai
FanfictionVai, vai bambino vai vedrai, vai Vai, vai piccino vai vedrai, vai Vedrai Dove mancha la fortuna Non si ca piu con il cuore Ma coi piedi sulla luna Oh mio fancillu(o) vedrai Vai Vedrai che un sorriso Nasconde spesso un gran' dolore