1.- A la luz de la luna

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Primera parte

Quien paso por nuestra vida y dejo luz, ha de resplandecer en nuestra alma por toda la eternidad



Las trompetas resuenan hasta el campo donde estoy. Con pereza observo a la ciudad, solo casas y arboles a la vista. Suspiro y vuelvo a mirar las nubes. No quiero moverme del pasto, del viento fresco porque la otra opción es ir a la ciudad y volver a fingir que todo está bien.

— Rahn ¿Qué haces?— no abro los ojos pero me gano una patada en las costillas que me saca el aire y me hace gruñir.

— maldición, Vanna ¿Qué te pasa?

— ¿no has escuchado?

— Estaría sordo si no escuchara— Vanna es una chica huérfana como yo, vivimos en la misma casa de acogida. Casi tenemos la edad para ingresar a los Sentinellas. Y ninguno quiere ser parte de ellos pero no tenemos otra opción. Vivimos en un lugar donde tenemos que estar agradecidos por qué no nos hayan dejado a nuestra suerte, y como muestra máxima de nuestro agradecimiento juramos lealtad a los Reales, poniendo nuestra vida a su disposición— que ridículo.

— ¿Qué es ridículo? Vamos, quiero ver el oficio de hoy.

— Detesto el oficio— no tiene ningún interés para mi ver como la larga fila de los capturados desfila hasta la plaza principal, donde se les pregunta si quieren servir a los Reales o perder por completo su libertad. Otro engaño más, porque es lo mismo. No eres libre. Yo no pase por eso, porque era un niño cuando fui acogido.

— Acompáñame, solo unos momentos— la insistencia de Vanna es siempre la misma cuando llega un nuevo grupo, aun no pierde la esperanza de que su hermano venga en uno de esos grupos. A base de patadas en las costillas hace que me levante y le mire de mala manera antes de verme casi arrastrado de regreso a la ciudad.

Melauth no es una ciudad fea. Es grande y llena de personas, siempre hay algo que hacer, ya sea trabajo, entrenamientos, lecciones o algún evento especial. Me gustan los eventos especiales, siempre hay festivales, música, artes... es lo único que me gusta que hacen los Reales. Hay muchas casas de acogida como en la que vivimos, distribuidas por todas las ciudades que componen la Federación de Sursing, y a todas les proporciona todo lo que necesitamos, así que eso también es un punto bueno para ellos. Las ciudades dicen que ninguna está sucia, aunque yo solo conozco Melauth y nunca hay suciedad. Se vive muy bien en Melauth si no eres como los prisioneros que ahora caminan frente a nosotros en una fila silenciosa. En la plaza encontramos una multitud atenta, esperando a conocer a sus nuevos habitantes. Porque la mayoría siempre acepta quedarse y servir.

— ¿Ya estas contenta? Regresemos.

— Espera... todavía no llega el final— olfateo un poco hacia la entrada.

— Todavía quedan muchas personas— me quejo.

— Ya, ya... se un buen chico y espera— me dice, aunque no llega a darme golpecitos en la cabeza como esperaba. La razón de eso, y de que no me guste la ciudad, es por mi habilidad. De hecho, todos lo que están ahora como prisioneros, son valiosos no por ellos mismos, sino por su habilidad como sobrenaturales. Los Sobrenaturales tenemos ciertas habilidades que nos distinguen del resto de los humanos, somos diferentes, y los Reales celebran estas diferencias. Todos los Sentinellas son sobrenaturales, todos tienen algo que les hace valiosos para tener ese puesto. Mi habilidad es la transformación, algo poco usual, y menos usual es el que lo haga en un animal, en un lobo. Vanna me trata como un perro.

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