➻ once

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—Y también es alguien que tiene su propia empresa en Denver. Además, ¿Por qué estamos hablando de esto?

—Bueno, bueno, no me pegues —contestó Gastón haciendo como que se sentía intimidado por el tono impaciente de Matteo.

Pero su impaciencia no se dirigía a su amigo sino a él mismo. Se sentía frustrado porque, precisamente, estaba muy de acuerdo con Gastón, Luna parecía una persona muy especial. Incluso más que especial. Además, tenía que ser sincero consigo mismo porque la había tenido en mente a la hora de organizar la cena de esa noche. Pero eso no cambiaba nada ni quería que lo cambiara. Eso lo tenía claro, al menos era lo que se repetía continuamente. Aun así, sentía que tenía que defenderse.

—Es cierto que no me importa pasar tiempo con ella —reconoció de mala gana—. Pero todo es muy inocente...

—Y por eso aceptamos Nina y yo venir esta noche, para asegurarnos de que sigue siendo inocente.

Matteo puso los ojos en blanco, para subrayar su impaciencia en todo el asunto, pero Gastón lo conocía muy bien.

—Luna me gusta lo normal. Ni más ni menos que otras personas. Ahora, ¿Podemos dejarlo ya y hablar de otra cosa?

—Claro —repuso Gastón encogiéndose de hombros.

Se convenció de que no significaba nada que de vez en cuando mirara la puerta del local, esperando con ilusión que por ella entrara pronto Luna. No significaba nada. Al menos eso seguía diciéndose.

El comentario que le había hecho Nina sobre la verdadera intencionalidad de Matteo al hacer que quedaran para cenar, siguió con Luna durante el resto de la velada. La comida estaba deliciosa, la conversación animada y las dos botellas de vino que se bebieron debían haber conseguido que se olvidara de aquello.

Pero no lo conseguía, siguió pensando y pensando si Matteo estaría usando la cena como excusa para pasar tiempo con ella. También se preguntaba si, de ser así, él también sentiría algo de atracción por ella, igual que lo sentía Luna. Ella misma no quería sentir esa atracción, así que no entendía cómo podía emocionarle tanto la posibilidad de que ella le gustara. No lo entendía, pero no podía evitar sentirse así.

Buscaba señales que le indicaran que Gastón había estado en lo cierto, pero no las había. Matteo no le dedicó más atención que la que brindaba a Nina y Gastón. No hubo ninguna mirada especial o cargada de significado. No había nada más que una pareja enamorada y sus dos amigos cenando y bebiendo juntos. Y así era como tenía que ser y como ella quería que fuese...

—¿Qué es lo que has visto en este tío? —le preguntó Matteo a Nina hacia el final de la cena.

Los empleados habían empezado ya a cerrar el local.

—¡Eh! —exclamó Gastón antes de que su prometida pudiera contestar.

El comentario lo había provocado un mal chiste que acababa de contar Gastón.

—¿Estás segura de que quieres casarte con él? —insistió Matteo.

—Puede que tenga que pensármelo de nuevo —repuso Nina.

—¡Eh! —protestó de nuevo Gastón, esta vez mirando a su prometida.

—Bueno, si tengo en cuenta los chistes malos, un tobillo débil, que a veces roncas... Puede que deba recapacitar.

Gastón miró a Luna frunciendo el ceño.

—¿Le has metido miedo? Debes de habérselo pegado.

—No me mires a mí —protestó Luna—. Si tiene miedo, habrá sido cosa suya.

—¿Miedo? —preguntó Matteo—. ¿Miedo a qué?

—¿A qué va a ser? Miedo a las bodas —explicó Gastón.

—¿Te has especializado en pasteles nupciales y te dan miedo las bodas? —le preguntó Matteo a Luna.

—Sólo la suya —respondió Gastón.

El prometido de Nina parecía haber bebido más de la cuenta esa noche.

—¡Gastón! —le regañó Nina—. Será mejor que me lo lleve a casa antes de que meta más la pata —agregó mirando a Luna y Matteo.

—¿Se supone que no debía decir lo que dije? —preguntó Gastón confuso y con cara de inocente—. Se trata de Matteo. A él puedo contarle cualquier cosa.

—No, no puedes —repuso Nina mirando a Luna—. Lo siento.

Luna se rió.

—No pasa nada. Tiene razón, nunca me pongo nerviosa en las bodas de otros.

—Bueno, de todas formas, me lo llevo a casa —insistió Nina poniéndose en pie y levantando a Gastón.

Parecía que no iban a poder convencerlos para que se quedaran un poco más, así que Matteo y Luna también se levantaron. Las otras mesas tenían ya las sillas colocadas al revés encima de ellas.

Los cuatro fueron hasta la puerta.

—¿Qué tenemos que hacer mañana? —le preguntó Luna a Nina.

—Dar el visto bueno final a los arreglos florales, reunirme con el encargado de la comida y la coordinadora del banquete. Hemos quedado con ella en la iglesia, aunque el banquete será en la plaza del pueblo, bajo una carpa. Tengo que decidir dónde irán las mesas, mirar los manteles y colocar a los invitados por mesa. He de decidir si las mesas estarán a un lado de la carpa y la pista de baile en la otra o si pondremos las mesas alrededor y la pista en medio... — dijo Nina agotada sólo de pensar lo que les esperaba—. Aún quedan un millón de detalles y decisiones que hacer. No tenía ni idea de que una boda diera tanto trabajo.

—También tenemos que comprar algunas cosas para la fiesta de mañana — le recordó Luna pensando en la reunión que organizaban con las amigas de Nina.

—¡Eso también! Será mejor que empecemos temprano. ¿Puedo venir a recogerte sobre las nueve?

—Claro —contestó Luna.

Gastón rodeó a Nina con su brazo, agradecieron a Matteo la invitación y se despidieron.

Cuando salieron, Matteo cerró la puerta por dentro y se apoyó en ella, con un gesto que parecía querer eliminar cualquier posibilidad de que Luna también se fuera.

Llevaba vaqueros y otra camisa polo con el nombre del restaurante, esa vez de color rojo. Estaba tan guapo que le entraban ganas de mirarlo con la boca abierta. Que era más o menos lo que estaba haciendo él.

Pero no pensaba que la causa de que la mirara como lo hacía fuera su aspecto esa noche. Llevaba unos pantalones blancos de lino y una camiseta rosa. Él la observaba como si estuviera intentando adivinar algo.

¿Miedo a las bodas? —le preguntó entonces.

Ella ya se había temido que no fuera a olvidar muy fácilmente el último comentario de Gastón. Pero eso era de lo último de lo que quería hablar.

—Nina tenía razón —le dijo cambiando de tema—. Tenemos mucho que hacer mañana y empezaremos pronto. Creo que yo también debería dar por terminada la velada y subir a acostarme.

Aunque lo cierto era que le daba pena despedirse.

—Bueno, veo que el tema del miedo a las bodas es tabú. ¡Lo he captado! — dijo él sin moverse de donde estaba—. Y si te garantizo que no te volveré a preguntar sobre eso en toda la noche, ¿Me ayudarás a terminar lo que queda de vino?

Era un vino buenísimo y caro, Luna pensó que sería una pena echarlo a perder. Sabía que sólo estaba buscando una excusa para justificarse. Pero se dijo también que sólo sería un momento, el tiempo suficiente para beber un último vaso de vino. Además, tampoco era tan tarde. No era aún medianoche y no estaba cansada...

—¿Me lo prometes?

—Prometido.

—Bueno, entonces me quedo.

Regalo De Bodas › Lutteo {Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora