Ahí estaba él; sentado en mi habitación fumando un porro. Mientras más le digo que se aleje de mí, él más se acerca.
Si mi madre se llega a enterar que un chico está en mi habitación me mata y no miento. Ella siempre ha sido uno de esos que esperan que su hija sea alguien muy buena, con un novio ejemplar y unas notas sobresalientes.
Jamás fui nada de eso y menos ahora.
Se dio vuelta, me miró y sonrío para luego tomar mi cintura y acercarse a mi cara.
—¿Sabes, nena? te deseo –él decía mientras rozaba su nariz por el lóbulo de mi oreja.— Y cuando yo deseo algo, se queda conmigo hasta que me aburre.
Tiró de mi cuerpo hacia la cama donde caí encima de él. Dejo besos por mi frente, el puente de mi nariz y por último mis labios.
—Y si no me mientes, ¿Tú eres mía?
