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Viajar en auto no es uno de mis pasatiempos favoritos. Llevo sentada tres horas y media, viajando desde Suna hasta Konoha para volver con mis padres.

He vivido en Suna desde hace 6 años. Técnicamente mis padres me dejaron al cargo de mi tía ya que ellos tenían que viajar por cuestiones de negocios. Pero a mi hermana menor, Moegi, la dejaron como estudiante interna. Mientras yo, por mi parte, no podía. Me habían suspendido desde un mes antes y digamos que no querían verme cerca de allí.

Hubiera preferido quedarme en Suna, ya que tuve que dejar a mis amigos. Temari, Kankuro y mi querido Gaara. Ellos siempre han estado conmigo desde que llegué a Suna.

Ahora según lo acordado, me ingresarán a una nueva escuela en la que estaré con Moegi.

— Ya llegamos, señorita. Este es el lugar—dijo el conductor, sonriéndome mientras me sacaba yo misma de mis pensamientos. Era un hombre joven, pero las arrugas y las ojeras lo hacían ver unos diez años mayor.

—Gracias. — respondí mostrando una pequeña sonrisa al señor y salí del auto.

Aquí estaba de nuevo, en Konoha, Mi antiguo hogar. Esta mansión que estaba frente a mí, mi casa.

Respiré profundo y di mi primer paso a esa casa. El chófer que me había traído ya había dejado mis cosas en la entrada y se había marchado mientras me deseaba suerte. Me puse frente a la puerta y toqué un poco cohibida el timbre. Los nervios afloraban en mi piel y empezaba a transpirar. ¿Estarán en casa? ¿Habrán salido y se habrán olvidado de que llegaría? Miles de preguntas se agolparon en mis pensamientos. Era normal en mí, acostumbraba a sobre pensar las cosas.

Esperé unos segundos más hasta que un alboroto se oyó detrás de la puerta. Esta segunda después se abrió dejando ver a aquella mujer: ojos azul marino, cabello perfectamente arreglado en un recogido color naranjo, su ropa finamente escogida de una forma sofisticada, y en su rostro las ojeras oscuras que marcaban el trabajo arduo y horas de sueño perdidas. Mi madre era muy bien definida por ser una mujer de negocios. Sin duda, algo que ha afectado a su familia y a ella misma.

Digamos que yo no era el tipo de hija que una mujer como ella hubiera deseado. Tal vez, una niña con buenos modales y con gustos más femeninos que los que yo he adoptado. Pero ninguna de sus preciadas hijas quiso obedecer sus genes y arraigarse a costumbres patriarcales.

—¿Qué? ¿Acaso tu cariño se quedó en Suna y ahora no me saludas, Nagi? — dijo frunciendo levemente el ceño, pero igualmente, una sonrisa burlona se dibujó en sus finas comisuras.

— Lo siento, mamá. Es solo que estoy cansada por el viaje. — una sonrisa un tanto forzada apareció, algo que mamá no pasó desapercibido, pero que igualmente ignoró.

— Bueno, ¿qué esperas? Ven aquí— dicho esto me estrujó es su pecho y al estar un escalón más abajo y que ella usara zapatos de plataforma de casi diez centímetros sólo ayudó a que perdiera el aire mientras me abrazaba. Y cuando por fin se separó de mí, pude sentir como mis sacos se llenaban de nuevo del preciado oxígeno. — Ven, entra. Hay personas que quieren verte.

— Está bien. — una de las criadas apresuradamente se coló por el umbral y tomó las maletas con sus delgados brazos para llevarlas escaleras arriba. Ella era nueva, al parecer, pues nunca la había visto por aquí. Pero parece linda, en especial por su cabello rojizo alborotado y sus gigantescos lentes de montura gruesa.

— Gracias, Mey-Rin. — agradece mi madre a la joven. Mey-Rin hace una rápida reverencia rápida y se pierde por las escaleras hacia las habitaciones.

Al caminar por el living, muchos recuerdos se atascan en mi cabeza y se reproducen, recreando una hermosa película de recuerdos. Las paredes tapizadas de colores fríos y pequeños arreglos colocados por todos lados. Uno que otro manchón con crayón decoran las paredes y nuestras fotos colgadas son cosas que marcan mi infancia. Desde la puerta de entrada, hasta la sala, todo es recuerdos melancólicos. La sala es casi el mismo recuadro, añadiendo sillones en los que mi hermana y yo nos escondíamos jugando a las escondidas con papá. Pero ahora todos hemos crecido, y mi padre ha envejecido; pero sigue con su hermosa sonrisa cuando me ve entrar.

Mi padre, un hombre con ojos color miel, tez canela, e igual a mi madre, vestido de forma sofisticada. Su cabello ha empezado a caer y varias canas se asoman en su cabello castaño. Tiene la sonrisa más perfecta que he visto, y otorga los mejores abrazos que he recibido.

Se pone de pie en un segundo sin importarle el crujir de sus huesos. Sus brazos se extienden hacia mí y me atrapa contra su pecho. Huele ese peculiar aroma a canela y tabaco.

— Mi niña. Que grande estás, y cuánto has crecido. — exclama separándose de mí y tomándome por los hombros mientras una sonrisa triste se dibujaba en su añejado rostro. Una sonrisa también se me escapa, pero la mía está esbozando alegría por volver a verlo.

— Cuanto te he extrañado, papá. — contesté alejándome sólo un poco más para mirarlos a ambos- ¿Dónde está Mo...? - no pude terminar ya que alguien saltó sobre mí hasta al punto de caer al piso con ese alguien en mi espalda. Mi cara se estampó contra la alfombra. Papá rio acompañado de una carcajada más aguda y dulce.

— ¡Hermana! — gritó cuando ya nos habíamos levantado, abrazándome por la cintura con sus delgados brazos. — Te extrañe mucho.

— Yo igual. — suspiré viéndola un poco triste, ya no era más una niña.

Moegi ahora ya tenía doce años, había crecido bastante y estaba por entrar a secundaria. Se parecía demasiado a mamá. Con su cabello naranjo y sus ojos azules de infarto. Poseía un cuerpo muy delgado, casi enfermizo. Y por otro lado, yo, a mis diecisiete años, poseía cabello castaño y ojos azules. Estaba conforme con mi figura, a pesar de no tener mucho busto. Pero me amaba, eso vale, ¿no?

— Vaya. Moe, eres idéntica a mamá. — la susodicha sonrió ampliamente tomando eso como un alago para ella. Aunque Moe ira igual a mí, odiaba el vestuario muy femenino.

— Bueno, vamos a comer y después podrás descansar. — asentí y todos fuimos hacía el comedor.

Moegi me contaba cosas de su escuela y de sus amigos y yo la molestaba con que ya tenía novio, nombrando al torpe Konohamaru. Recuerdo que le gustaba mucho, pero él no se daba ni cuenta. Mis padres me preguntaban cosas sobre Suna y mi tía, aparte les contaba sobre mis amigos.

Después de cenar cada quien se fue por su lado, y yo me dirigí a mi habitación. Todo estaba igual. Desde mis estantes llenos de libros y unos cuantos mangas, hasta los posters por todas las paredes. La cama estaba atestada de peluches.

—Qué lindo volver a casa. — susurré para mí misma. Me metí al cuarto de baño para tomar una ducha y seguidamente tirarme a la cama hasta quedarme dormida.

Mañana sería mi primer día de clases en Konoha. Mañana empezaría con nuevos amigos. Mañana empezaría el año más interesante de mi vida.

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⏰ Last updated: Jun 16, 2019 ⏰

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