Sinopsis

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Hay muchas historias sobre la hermosa Brunilda, tantas que muchas cuestionarían
su verdad. Yo creo fielmente que es verdad, aún más, porque yo viví algo parecido.
Para ponerlos en contexto, Brunilda proviene de la mitología nórdica. Ella era una
valquiria, un ser mitológico que se situaba entre los vivos y los muertos. Las
valquirias eran consideradas como un nexo de unión entre Odín – Dios de la guerra
– y los héroes muertos en batalla.

Eran vírgenes guerreras con un poder y belleza imponentes que, tras las órdenes
de Odín, podían escoger a aquellos héroes que hubieran combatido de forma
extraordinaria para librarlos de la muerte y llevarlos al Valhalla. Allí entrarían a
formar parte de la élite de Odín para luchar finalmente en el Ragnarok.

Brunilda destacó por su desobediencia hacia Odín, matando a uno de sus mejores
guerreros sin su bendición. Ante esto, Odín desterró a Brunilda induciéndola en un
sueño profundo en el cual se encontraba presa en un castillo en llamas siendo
custodiado por un dragón. Solo un hombre capaz de vencer todas esas pruebas
podría salvarla de la maldición, besándola finalmente para despertarla.

Sigfrido, un héroe legendario, logró vencer al dragón con la espada de Odín; la capa
mágica de invisibilidad y un anillo capaz de proporcionarle gran poder sobre el
mundo. Igualmente, el anillo también le proporcionaba el poder de adaptar su
cuerpo a sus mayores deseos.

Las valquirias solo podían ser conquistadas por aquel hombre que lograra vencerlas
en infinitas pruebas físicas. Sigfrido, dotado con el poder de las armas de Odín,
logró superar todas y cada una de esas pruebas y antes de besar a la bella Brunilda,
con el poder del anillo transformó su imagen en la forma de Gunther. Ante su
hazaña, Brunilda aceptó casarse con Gunther, pues era un hombre lo
suficientemente capaz de enfrentarse a los mayores desafíos ocurridos. Sin
embargo, Brunilda al descubrir su engaño, se sintió gravemente humillada y exigió
a Odín la muerte de Sigfrido.

De esta historia que acabo de contarles, surge el complejo de Brunilda, el cual hace
referencia a una tendencia inconsciente de idealizar a nuestra pareja hasta un punto
desmesurado. Por lo regular las mujeres somos las más afectadas, ya que vemos
a los hombres como superhéroes y el chico que amamos representa a ese príncipe
azul de cuentos de hadas que todas soñamos de niñas, el cual es capaz de
brindarnos un amor incondicional y felicidad eterna.

A veces idealizamos tanto a una persona, que a medida que pasa el tiempo la
convertimos en nuestro eje principal de deseos e ilusiones, y sentimos que no
podemos cubrir las expectativas de la otra persona. La perfección que vemos en
nuestra pareja, nos hace volcarnos por completo en la relación, dejando de lado
otras prioridades.

Nosotros, por ejemplo.

Pero, ¿qué pasa cuando la idealización cae?, ¿cuándo vemos que nuestro amor no
es tan perfecto o perfecta como esperábamos?
Inmediatamente esa persona se convierte en el villano de nuestra historia. La
desvalorizamos con la misma rapidez con que la idealizamos, provocando serios
conflictos en nuestra relación.

En mi caso la historia comenzó diferente y el final que tuvo, no le iba a quitar la vida
a mi Sigfrido.

Yo era de las chicas que preferían estar solas a una que le estén jodiendo la
existencia. Me caracterizo por ser una persona risueña, amable, empática y muy
amorosa con las personas que quiero; soy reservada en algunas cosas, no me gusta
que se metan en mi vida.

No salgo mucho y no precisamente por no tener amigos, porque los tengo y a pesar
de ser pocos, son las mejores personas que pude conocer. Simplemente no me
apetece salir.

Puedo decir con seguridad que hasta el momento he logrado mantener en orden mi
vida. Mis sueños desde pequeña han sido muy grandes – Lejísimos de la realidad
en la que vivo - por ello tenía demasiados planes, muchas metas por alcanzar.

Nunca tuve novios por el mismo motivo, para mí lo primordial era cumplir mis
objetivos y tener novio sería una distracción, una pérdida de tiempo que no puedo
permitirme.

O eso pensaba.

Hay veces en la vida donde el amor te llega de repente, te enamoras perdidamente
de una persona y harías hasta lo imposible por verla feliz. Para mí estar enamorada
era una tontería, una estupidez – UNA COMPLETA PÉRDIDA DE TIEMPO –
pensaba que era fastidioso estar todo el día junto a una, dándole cariño y apoyo.
Pero él llegó y lo cambio todo.

Aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer. El día que lo conocí, un cúmulo de
sensaciones inexplicables despertó en mí; todo lo que dije y me prometí, no
pasaría… Sucedió.

El color ámbar de sus ojos conseguía embelesarme por completo, lo amaba. A su
lado me sentía completa, estaba completamente enamorada, tanto que empecé a
idealizarlo y me entregue a él como nunca lo había hecho.

Nuestra relación era increíble, manteníamos una conexión que estoy segura, nadie
va a entender nunca. Pero a pesar de los buenos momentos, del apoyo y todo el
amor que había de por medio; nunca nos fue suficiente.

Nada es suficiente cuando empiezan las peleas sin sentido.

Jamás, en mi corta vida imaginé tener una relación tóxica; una relación en donde el
no ser novios, pero tratarse como tal es lo peor, lo más tóxico que puede haber. Sin
embargo, a mí no me importo. Idealicé al chico por mucho tiempo, tanto así, que me
aferre a la imagen del chico que conocí al principio y confié ciegamente en el amor
que él decía tenerme. No me importaba nada, no escuchaba los consejos que me
daban sobre la relación que manteníamos porque lo amaba.

Lastimosamente no se puede tapar el sol con un dedo, llegó el día que una de sus
acciones me hizo desilusionar en un instante. Todo el tiempo juntos se fue por la
borda y ahí entendí, que dos personas diferentes, pero iguales al mismo tiempo,
nunca podrán estar juntas si no saben estarlo.

Mis intentos fueron en vano y al igual que él, yo también ya había llegado a mi límite
y no solo eso, en realidad me canse de esperar algo que no iba a suceder y eso era
peor.

No importa lo mucho que ames a una persona cuando llegas a tu límite de cansancio
y desilusión, porque cuando te cansas, pero te cansas de verdad; no avisas, no
ruegas, no esperas, no corres, no persigues, no miras. No te interesa nada más,
solo te detienes y pones un punto final… Un punto final donde terminas una historia
que estuvo llena de amor, pero también llena de engaños y mentiras.

No porque ya no ames a esa persona te vas, sino porque aunque la ames con toda
el alma a veces no es suficiente.
Ahora me queda claro lo que sintió Brunilda, la idealización exagerada hacia nuestro
ser amado se convirtió en una completa desvalorización. Nunca hubo un engaño
por parte de la otra persona, fuimos nosotras mismas las que sufrimos por
idealizarla de manera inconsciente.

...

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