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Veo la arena debajo de mis pies, no hay nadie que me impida lo que de acabar se trata. 

Veo el inmenso mar, tan grande y bravo como el sólo.

Y allí, sentada en la orilla, agarrando valor, entendí el poder del libre albedrío. 

Te mente la madre. Y te lloré, te odié y te agradecí. Las palabras salieron por si solas. 

Y solas se fueron con el viento. 

Guardé los insultos habidos y por haber, y cada uno de ellos te caracterizaba. Pero ese día en particular, sólo de testigo la vida, la muerte, mi vida y la playa, tuve un diálogo con tu alma. Tuve un diálogo con mi ser, con mi uno. Y te grité, y no guardé nada, absolutamente nada. 

Y sé que pronto ha de amanecer. 

Amanecer y atardecer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora