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Siempre hay flores en el mundo para quien lleva un jardín en el alma

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Siempre hay flores en el mundo para quien lleva un jardín en el alma.

— Soy un mal omega... —susurró Samuel entre sollozos— Mira lo que te he hecho, alfa.

Se negaba a apartar la mirada de la herida que el doctor estaba saturando a base de puntos para infringirse un poco más de daño emocional.

Herida que él había causado con sus colmillos cuando no estaba consciente de lo que hacía. Cuando lo único que invadía su cuerpo y su mente era el terror por haberse encontrado con aquel alfa.

— Bebe tu infusión, cariño... —le regañó ella con suavidad, llevando el pequeño vaso de plástico a sus labios— Te ayudará a calmarte.

Samuel negó.

No quería calmarse.
Quería gritar de rabia, de frustración, de coraje y de la tristeza por haber causado aquella atrocidad a su alfa.

— Perdóname, alfa —comentó con desesperación, provocando que las lágrimas comenzaran a salir de sus ojos nuevamente— Lo siento muchísimo, no quise... —

— Esto no es culpa tuya, cariño —insistió la alfa por décima vez— Mañana estará curada, ¿verdad que sí? —miró al doctor de forma acusadora.

— Lo cierto es que... —se calló al escuchar un bajo gruñido, para nada amenazante, por parte de la alfa— Sí, por supuesto que mañana estará curada.

— Pero se ve muy grave y estás cosiendo su herida... —refunfuñó el omega, no dispuesto a dejarse engañar tan fácilmente— No se curará mañana.

La alfa negó, tendiéndole nuevamente el vaso con la infusión de tila que Jessica muy amablemente le había preparado.

La beta no creía que fuera a funcionar, pues ella se había tomado cinco en lo que iba del cuarto de hora y se encontraba peor que antes. No obstante, esperaba que eso calmara un poco la ansiedad de la alfa que no hacía más que perder el control ante el estado de su omega.

— Bebe la infusión que Jessica te ha preparado, por favor —suplicó con suavidad, obteniendo otra negativa por parte del omega— ¿Puedes hacerlo por mí, cariño? ¿Por nosotras? —inquirió con dulzura— Eso nos ayudaría mucho a Azahara y a mí.

El omega miró con desagrado el vaso, tomándolo finalmente con una mueca de asco.

— Está bien... —susurró mientras olisqueaba disimuladamente la bebida— Lo hago solo por vosotras, alfa —besó su mejilla— Esto huele horrible.

Alfa, quiero un nido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora