Prólogo

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P R O X I M A M E N T E

La oscuridad se tragó la tierra. No fue gradual, más bien, fue como si las sombras ascendieran desde las entrañas de la tierra. Todas al mismo tiempo, llevándose por delante el fuego y las velas.

La oscuridad se había tragado la tierra. No fue como cuando se hace de noche, es una oscuridad espesa, ofuscadora. Pero no te voy a mentir, a veces los matices brillantes de la luna disuelven la niebla y te dejan ver el arroyo que oías correr, el musgo enrrollado contra las piedras lisas, avanzas con cuidado, ofuscado otra vez, porque hasta los retazos de luz de luna son demasiado fuertes.
Pues sí. La oscuridad se había tragado la tierra. Completita. De atrás hacia adelante.
Me estaba muriendo de sed y me dolían las piernas. Recordaba con vagueza que en el Bosque había agua pura, aquella que corría por debajo de las raíces de los árboles y que se podía desenterrar. También que había frutas pero solo un puñado eran comestibles, y de los Árboles Mimos y que había algo que los diferenciaba de los normales. Pero no podía recordar si era la textura de la madera o el sonido que hacían sus hojas cuando las movía el viento.
Subí por el sendero pensando que no soportaba más la penumbra. Mi casa habrá sido oscura como la boca de lobo pero todos los días uno vivía con la esperanza de que remataran una botella de luciérnagas o que cayera un rayo en las antenas abandonadas de la ciudad.
Además, cuando me fui no pensé en que tendría que andar a ciegas por caminos desconocidos.
No me di cuenta hasta que avancé bastante pero había una mancha en la lejanía. Un cúmulo de manchas negras, de árboles gordos, puede que petrificados hace tiempo y abandonados por el hombre. Estaba segura que había luciérnagas dentro pero las sombras y los árboles se las tragaban. 
Pocas cosas sabía del Bosque, era un lugar colosal y muy hostil, pero para muchas criaturas extrañas, eso era el «hogar»
Dejé el sendero, y aunque no era muy buena idea, corté camino por la hierba alta. Me motivaba saber que si se acercaba algo podía escucharlo antes. Era muy difícil avanzar, los pies se me hundían en la tierra húmeda; tuve suerte de salir sin pisar ningún hormiguero a pesar de que las briznas me rasguñaron la cara.
La oscuridad te pone difícil las cosas y es tan peligrosa como el odio a un hermano.
Cuando por fin crucé el pequeño prado y llegué al lindero, pegué la espalda contra el primer árbol que encontré, rogando en mi interior que no tuviera tanta mala suerte como para que se tratase de un Mimo. Nada pasó así que me agaché sobre las raíces. La mochila pesaba una tonelada, aflojó muchísimo cuando saqué la lámpara, recorrí con los dedos sus bordes redondos, subí con cuidado de no tocar el cristal y busqué mis fósforos.
El fósforo parpadeó, tenue, y se apagó. Esta vez me tapé los ojos y volví a acercar la llama. Estaba segura de que la lámpara se había encendido con éxito, pero esperé un poco más antes de entornar la mirada. El brillo resultaba cegador, me tapé con la tela de la capucha mirando directamente al foco hasta que me acostumbré. Si no la miraba mucho no dolía.
Apunté el haz de luz a mis pies. El pasto era verde oscuro, terroso, húmedo, pero se veía con tanta claridad que sonreí. Las raíces del árbol estaban cubiertas de musgo, verde también. Me apunté al pecho y se me fue el aire cuando me di cuenta que tenía manchas negras en forma de latigazos sobre la ropa, levanté la luz. Por donde había pasado no era hierba alta, sino un pantano movedizo de juncos. Tenía las botas completamente negras, y empapadas.
Resistí la idea de quitármelas y me puse de pie, esta vez con la lámpara por delante. El haz de luz recorrió los árboles del Bosque, apuró la oscuridad, a medida que daba uno y otro paso entre raíz y raíz. Pronto dejé atrás la pradera, que volvió a oscurecerse tras el follaje espeso. Pensé que prefería lidiar con las criaturas de ahí adentro antes de que con aquellas que vivían en el pantano de juncos.

Sendero de guijarros: Vestigios de una batalla campalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora