Capítulo I: Recuerdos de un esclavo

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Juegan Blancas: E4.

Abrí los ojos confundido, lo primero que vi fue un techo de paja y me di cuenta que estaba tendido en una cama ajena a la mía. Traté de ponerme de pie, pero simplemente caí rendido sobre el colchón más duro en el que he estado.

Con la visión aún borrosa alcanzaba a ver que estaba en una habitación pequeña, donde solo cabía la cama, un escritorio con su silla y un estante, donde había varios libros cuyos lomos tenían símbolos que no podía comprender. Sobre el escritorio había un tintero y varias hojas de papel negro con una pluma por encima.

Se podía apreciar una pequeña ventana con una curiosa forma de espiral, desde donde estaba acostado alcanzaba a ver como el viento movía las hojas de un roble próspero, cualquiera podría distinguirlo por su tronco blanco como el marfil y sus hojas color sangre. En la pared opuesta a la ventana había una pequeña puerta de madera, por donde solo pasaría un goblin.

En lo único que podía pensar en este momento era en el terrible dolor de cabeza que estaba pasando, pero no era de esos que uno se agarra luego de una noche de borrachera en la taberna, este era diferente, como luego de recibir un golpe seco de algún objeto pesado o una larga caída.

Una caída, volví a pensar, ¡-Los guardias! - exclamé y me incorporé de un salto. En ese mismo instante se abrió la puerta.

Con una vara terminada en horqueta como bastón en su mano derecha y un costal que parecía repleto en la izquierda, ingresó en la habitación una anciana.

Con una estatura que no pasaba el metro y medio, lo más llamativo era que en su cabeza tenía un rodete blanco, debido a la edad me atreví a suponer, pero sobre este había una diminuta ave de plumaje carmesí y pico dorado.

Lentamente avanzó hacia su escritorio, dejando el costal a un lado de este, tomó asiento con dirección hacia donde me encontraba y me estudió de arriba abajo.

Ninguno de los dos dijo una sola palabra, no estoy seguro de cuánto tiempo transcurrió, pero me pareció una eternidad, la anciana con sus ojos color esmeralda me observaba de pies a cabeza sin parar y su pájaro inclinaba la cabeza de izquierda a derecha como si fuese algún tipo de animal extraño al cual darle caza.

-Dentro del costal está tu ropa seca. - Con una voz suave la anciana decidió romper el silencio ante la falta de alguna presentación de mi parte.

Me percaté que estaba semidesnudo en la cama de alguien que podría ser fácilmente mi abuela, rojo como un tomate corrí a ponerme mis vestimentas, al pasar por al lado de la anciana el ave agitó sus alas y emitió un chillido, dentro mío sabía que se estaba riendo de mí.

En un santiamén ya tenía mi ropa puesta, era un extraño uniforme, no estaba seguro de por qué, me dolía tratar de recordarlo.

-Toma asiento con confianza en mi cama y cuéntame todo, como un jovencito como tú, termina a las orillas del río Hilltal a las afueras del Reino. - continuó la anciana

-Mi nombre es...-.

Dude un instante en contarle la verdad, pero claramente la anciana había visto la marca que le hacen a los esclavos en el Reino de Benehelm, si fuese de la gente leal a la corona ya me hubiese entregado, ni siquiera eso, me hubiera dejado morir en el mismo lugar donde me encontró.

-Morgar.- Proseguí - Soy un esclavo del Reino, siempre lo he sido, ya que soy hijo de esclavos, mis padres me criaron en una celda y no conozco más allá del límite que la corona designó para sus ''recursos humanos''.

-Entonces has logrado escapar de Lockegate, si no me equivoco es como una pequeña ciudad dentro del Reino-

-Si por ciudad te refieres a algunas chozas, encerradas dentro de murallas con un portón que te separa de la civilización y que solo se puede pasar a través de él con grilletes y escoltado por guardias, entonces si es una hermosa ciudad. - Interrumpí furioso golpeando mi pierna con el puño cerrado.

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⏰ Última actualización: Jun 19, 2019 ⏰

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