La primera vez que la vi, yo estaba tomando un café, la miré por la ventana del lugar y cruzamos nuestras miradas. Era hermosa, tenía el pelo castaño y unos ojos azul cielo. Desde ese día supe que era especial, que tenía que conocerla. Causó algo extraño en mí una sensación que nunca había sentido, era un sentimiento placentero.
La vi por segunda vez desde lejos en una tienda, la reconocí inmediatamente, ella era incomparable.
Un día en la playa la divisé con la mirada, estaba leyendo completamente animada muy cerca de mí, radiante como el sol. Estaba sola, al igual que yo. Fue entonces cuando tomé la temerosa decisión de ir a hablarle, ya no aguantaba más. Me acerqué lentamente, nervioso, le pregunté si tenía compañía y ella amablemente con una linda sonrisa me contestó que estaba sola, me invitó a sentarme con ella, así podríamos conversar. Mi corazón palpitaba con fuerza, como nunca antes, sentí una conexión especial con ella, como si la conociera de toda la vida. Para mi sorpresa, a ella le pasaba lo mismo.
Nos seguimos viendo y tomamos mucha confianza, un cariño muy lindo, sentía que con ella podía estar bien, feliz. Con el tiempo nos hicimos muy buenos amigos, nos confiábamos cosas mutuamente, éramos inseparables.
Una noche, pensando en ella nada más que en ella, me di cuenta de que me había enamorado, no era un cariño de amistad lo que sentía, era más que eso. Ella era perfecta, era todo lo que necesitaba para ser feliz. Pero callé mi amor por miedo al rechazo, por miedo a perderla y que nunca volviera. Siempre escuchaba sus anécdotas amorosas, sus experiencias, sus penas, siempre la apoyé. Por dentro se me rompía el corazón, porque sabía que los dos podríamos ser muy felices juntos, amándonos mutuamente, como una pareja de enamorados pero, no me salían las palabras para confesárselo, la amaba tanto que no podía imaginarme la vida sin ella.
"Somos jóvenes" -solía pensar- me imaginaba que un día mi sueño se cumpliría y podría tenerla conmigo para siempre. Pasaba el tiempo, ya la juventud se había ido, pero la seguía amando, sólo a ella.
Han pasado ya, unos 40 años desde la primera vez que la vi, está tan hermosa como siempre. Mis ojos se llenan de lágrimas mirándola, ella no me habla. Le cuento cuanto la amé, pero nunca me atreví a confesárselo, pero ya era tarde para esperar una respuesta, nos separa ahora un frío y horrible cristal. Con su retrato me iré a dormir, seguiré recordándola, la abrazaré en el viento mirando al cielo, para luego encontrarla cerrando mis ojos, para siempre.